Entre 1955, Cuatricentenario de su fundación, y 1971, Sesquicentenario de la Batalla de Carabobo, era Valencia una ciudad rebosante de optimismo: el Concejo Municipal había creado una fundación para el desarrollo de Valencia (FUNVAL) y ya existía, gracias a su visión de futuro, una Zona Industrial Municipal donde comenzaban a establecerse grandes empresas como ensambladoras de vehículos y sus empresas satélites, fabricantes de refrigeradoras y otros equipos del hogar, de pinturas, procesadoras de alimentos para consumo humano y de animales. La Cámara de Comercio de Valencia pasó a ser una institución fuerte, nutrida por todo el abanico de nuevas empresas comerciales que se
sumaron a las ya existentes para la fecha, e igualmente se fundó una importante Cámara de Industriales.

El primer artículo que escribí para El Carabobeño fue por allá por un día de 1964. Para aquel entonces la Cámara de Comercio había adoptado un lema que rezaba “Si vives en Valencia, compra en Valencia”, que animaba a los valencianos en general a revertir el hábito de muchos al viajar a la capital para la compra de ropa, calzado y demás bienes de consumo y utilidad. Ese primer artículo, al cual me refiero en el inicio de este comentario, buscaba señalar que algunos de sus afiliados más conspicuos, ignorando el lema, podían darse el lujo de viajar periódicamente al norte y regresar con las maletas llenas de prendas de vestir. “á barato, dame dos” era una expresión muy escuchada en la Quinta Avenida de Nueva York y en los centros comerciales de Miami.

Pero más tarde fui invitado por El Carabobeño a mantener una columna semanal. En ese entonces, decidí temas que se alternaban entre asuntos relativos al desarrollo de la ciudad, su urbanismo y su arquitectura, y el acontecer político, este último un tema en el cual siempre he sido neófito pero no indiferente. Y el objetivo ha sido siempre dirigirme, en lugar de a aquel que comparte mis puntos de vista, al que discierne de mis opiniones. Porque no se gana nada con que los amigos, y quienes con ellas concuerden, alaben lo que uno escribe, sino de que quien te adversa conozca tu opinión. Tratar de llegar al que apoya o sigue al autócrata y dictador, convencido de que éste le resolverá sus problemas,
sin comprender que la verdadera intención del dictador es la de resolver los suyos propios. Y a uno le consta que a veces ha tenido éxito en ese intento de convencimiento al iluso. Es que, hasta que el régimen dificultó el suministro de papel, se podía ver a la gente con su periódico bajo el brazo rumbo al trabajo, y recibir respuestas de quienes lo leían. Hoy es más difícil la comunicación, especialmente con aquellos lectores a quienes uno quisiera llegar y comunicarles nuestro parecer: no todos tienen acceso o se interesan por los medios digitales de noticias.

Hoy, después de tantos años, miro hacia aquellos años cuando Valencia y sus habitantes rebosaban optimismo y fe en el futuro, con una vida digna y segura.

Pero seguiremos escribiendo para quienes debemos tratar de convencer de que nuestro futuro no puede depender de los propósitos de una jauría de depredadores de los bienes públicos, de los opresores de quien se opone a sus rapiñas y, sentados ante una mesa llena de manjares, piden sacrificios a un pueblo hambriento, ayuno además de la educación y la asistencia que se merecen. Seguiré escribiendo para intentar que muchos proyectos, que desde hace años permanecen hoy todavía no realizados, sean actualizados y hechos realidad.




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