“Cualquier hombre que conduzca de forma segura mientras besa a una chica linda simplemente no le está prestando al beso la atención que se merece”, aseguraba Albert Einstein. No hay canción de amor o película que no hable de ellos y la mayoría podemos recordar perfectamente cómo fue nuestro primer beso.

Se sabe que los antiguos persas y los griegos ya practicaban el beso romántico e incluso existe una rama de la ciencia dedicada a estudiar este comportamiento humano, la filematología. Hoy, el beso celebra su día internacional.

Ahora bien, por qué nos besamos, cuándo empezamos a hacerlo, o si es un comportamiento aprendido o instintivo, es todo un misterio.

No se sabe cómo se originó. Algunos científicos defienden que es una conducta aprendida que surgió hace cientos de miles de años, en nuestros ancestros evolutivos. Las madres mascaban la comida y se la pasaban a sus crías desdentadas; puede que incluso cuando éstos ya tuvieran dientes y pudieran masticar por sí mismos, las madres siguieran colocando sus labios en las mejillas de los hijos, para reconfortarlos.

Además, para reforzar esta idea se solía señalar que en la naturaleza muchos animales siguen conductas similares o comparables al beso para mostrar cariño. Los chimpancés se “besan” o unen los labios tras una pelea, pero también para establecer lazos sociales. Los perros olfatean y lamen a sus potenciales parejas y los elefantes enroscan sus trompas e incluso las introducen en la boca del otro.

Los humanos también besamos para fortalecer lazos de unión. Investigadores de Oxford han visto que las parejas que se besan con más frecuencia son más felices y se sienten más satisfechas con su relación, independiente de la frecuencia con que mantienen relaciones sexuales.

Aunque, ahora bien, el beso –humano- no es, para nada, universal, lo que no tiene sentido alguno si se hubiera originado como un comportamiento en los primeros homínidos. Una investigación realizada por un equipo de antropólogos americanos mostraba que al menos a la mitad de las 168 culturas que estudiaron les gustaba besarse. En concreto, solo el 46% lo practicaban. En Europa, por ejemplo, de las 10 culturas que analizaron, en solo siete existía el beso romántico.

Y mientras que América del Sur cuatro de las 33 contempladas se daban al intercambio de saliva, en Oriente Medio todas las sociedades analizadas disfrutaban del beso romántico. Concluía el estudio, aquellas sociedades que eran más complejas solían besar más, mientras que por ejemplo para las tribus cazadoras-recolectoras era algo desagradable.

Entonces, ¿por qué nos besamos? Una teoría científica que roza con la evolución apunta que es una forma excelente de valorar si la pareja potencial que tenemos delante es o no adecuada para tener una descendencia sana. Al besar a alguien, instintivamente nos dejamos llevar por las feromonas, marcas químicas sutiles que nos dan información acerca del sistema inmunitario de esa persona.

Además, intercambiamos saliva, repleta de bacterias y otras sustancias que nos permiten evaluar de forma rápida si esa persona es o no compatible genéticamente con nosotros. Existe un conjunto de genes llamado complejo mayor de histocompatibilidad que se encargan de enviar esa información, como si fueran nuestro historial de salud. Cuanto más diversos sean los genes de la pareja, más probabilidades al mezclarse de conseguir un sistema inmunitario más diverso capaz de combatir mejor las enfermedades y, por tanto, de garantizar la supervivencia de la descendencia.

Hay que pensar que en un beso de 10 segundos intercambiamos, nada menos que unos 80 millones de bacterias. Y eso, apuntaba el estudio, también podría impulsar nuestras defensas. Por cierto, como la caries están producidas por bacterias, si a quien estamos besando tiene los dientes picados, es más que probable que nos contagie su salud bucal. Como también el resfriado, el virus del herpes o la sífilis.

Desde un punto de vista neurocientífico, el beso es muy interesante. Cuando unimos nuestros labios a los del otro aumenta la presión sanguínea, se movilizan hasta 29 músculos faciales y quemamos unas cuatro calorías por minuto. Al tocarse los labios, más de 100.000 millones de células nerviosas se activan, le envían al cerebro un torrente de información que le ayuda a decidir si queremos continuar y, en ese caso, comienza a liberar endorfinas.

La boca es, de hecho, una de las zonas más erógenas del organismo. Tanto la lengua como los labios están repletos de terminaciones nerviosas. Y nuestro cerebro le dedica una gran cantidad de recursos a la sensación procedente de los labios, en comparación con otras partes del cuerpo. También segrega un cóctel químico formado por dopamina, oxitocina y serotonina, que nos hace sentir más que bien y con ganas de repetir. Además, activan el centro del placer del cerebro y nos producen sensación de euforia.




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