Foto Kevin Arteaga

Son las 8:00 a.m. y José Cauro  sale de su precaria vivienda, en Lomas de Funval, con una vieja bicicleta a la que le adaptó una especie de carreta improvisada en la parte trasera. Durante su recorrido por las calles del sur de Valencia se detiene en cada montaña de basura que consigue para recoger diversos desechos reciclables que luego vende.

Esa es la manera que encontró para sobrevivir en medio de la aguda crisis generalizada, y sin precedentes en la historia reciente, por la que atraviesa el país. Como él, hay muchos.  Datos de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) 2019-2020 revelan que la pobreza multidimensional afecta al 64,8 % de los hogares venezolanos.

Son varias las paradas que hace José ante la proliferación de basureros no autorizados en esa parte de la ciudad, un problema que para él, paradójicamente, representa ganancias. Comienza en Lomas de Funval y sigue la ruta hacia Plaza de Toros, el Mercado Periférico y las principales avenidas del centro. Todo lo que le sirve lo suma a la carreta. Y así va hasta llegar al lugar de reciclaje donde compran los materiales.

Por 20 kilogramos de cartón, le pagan dos millones de bolívares. Si lleva 10 kilogramos de plástico, le dan un millón de bolívares. Su meta diaria es recoger los desechos suficientes para obtener entre cuatro o cinco millones, que de acuerdo a la tasa de cambio paralela de este jueves 22 de abril equivalen a 1,9 dólares.

José Cauro, de 60 años. (Foto: Kevin Arteaga González)

“Yo recojo cartones, plástico, aluminio si consigo, hierro y los llevo a donde los compran. Siempre me pagan en efectivo. De regreso paso por Plaza de Toros y compro más barato las cosas con las que vamos a comer en el día”, dijo en entrevista con El Carabobeño. Aliños, harina y arroz es lo que alcanza a comprar. En su casa la carne y el pollo son recuerdos lejanos.

Al día siguiente inicia el ciclo nuevamente desde Lomas de Funval. Cuando tiene suerte y llega primero que los camiones del aseo urbano logra recolectar en la mañana todos los desechos suficientes para alcanzar la meta, aseguró José. Pero la mayor parte del tiempo el recorrido se extiende hasta la tarde, porque no todo le cabe en la carreta como para hacer un único viaje.

Blanca Arango, de 58 años, no tiene una casa. Vive en la calle y durante las noches se queda en las adyacencias del centro comercial Las Palmas. No tiene paredes y mucho menos un techo, pero aun así ella le llama hogar a ese lugar en el que pernocta. El resto del día lo pasa recolectando desechos reciclables para vender o pidiendo dinero.

-¿Cómo hace usted para comer?

– A veces pido o recojo basura de la calle. También me han dado comida en las iglesias, pero ha pasado poco porque ya casi no hay alimentos.

Había sido un buen día para ella porque logró llenar un saco grande con plástico y reunió varias sillas rotas que otras personas habían desechado. Por todo, en el centro de reciclaje al que fue le pagaron con un billete de un dólar y un sencillo en bolívares con el que compraría dos panes y “un pedacito de mortadela para llevar a la casa”.

Para Blanca Araujo su casa es el centro comercial Las Palmas. (Foto: Kevin Arteaga González)



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