«La crisis consiste precisamente en que muere lo viejo y no puede nacer lo nuevo; y en ese interregno se producen los fenómenos morbosos más variados». Antonio Gramsci.

Lo habitual, en toda conversación que se sostiene actualmente, converge en los liderazgos que emergen y lógicamente emergerán en estos convulsionados tiempos, pues lo apunta la historia, que los grandes líderes políticos surgen cuando hay falta de fe y de esperanza, cuando es necesario un faro que ilumine la ruta de las naciones.

Hace varios años escribía Ibsen Martínez: «…Paradójicamente, mientras el hegemón incontestado, incorpora curtidos operadores políticos a su equipo, los harvardianos del San Ignacio, los gerentes comprometidos y los vecinos ilustrados siguen ensayando tácticas que los diferencien de la vilipendiada política, sin decidirse a fundar de una buena vez un partido que funcione como tal. Tal vez hagan bien en renunciar aquellos que esperaban resultados milagrosos y en dejar la política a quienes, ya sean clásicos o postmodernos, sí estén dispuestos a pagar los diezmos del oficio del político y las vicisitudes de una larga travesía del desierto…»

A pesar de la aleccionadora y dura travesía que aun no nos muestra un horizonte menos difuso, pareciera que no logramos mayores aprendizajes, puesto que el salvajismo político del todos contra todos, donde se ha dejado de lado el debate de las ideas, para concentrarse en la descalificación a las personas, nos ha puesto en la situación de optar, si existiera, por un líder que nunca tomó posición por nada, que nunca en su vida asumió un solo riesgo y nunca se las jugó por nadie. Un ser que nunca opinó, que nunca militó, que nunca fue activista de nada, y nunca publicó nada, que nunca se retrató en grupo, ni con su familia.

No es, ni ha sido adeco, ni copeyano, tampoco marxista, ni populista, ni de la cuarta, ni de la quinta. Nadie lo puede acusar de chavista corrupto, neoliberal desalmado o socialista estatista. Nadie lo podrá tildar de tránsfuga, ni de cambiar de ideas, porque nunca las tuvo. Tampoco ha sido empresario explotador ni burócrata de postín o político parásito.

Pues si, tal vez resulte un líder perfecto, ya que nunca realizó otra cosa que no fuesen las estrictas tareas domésticas que le garantizaron su supervivencia. Por tales razones, este ser pusilánime estaría a salvo de toda descalificación y podría resultar el individuo apropiado para tan encomiable labor; dejando de lado al líder que realmente aspire a ser la presencia visible de un proyecto sano de sociedad, un líder que establezca con la ciudadanía los verdaderos nexos en términos de representación, dando lo mejor de sí por ser el motor de acciones concretas para el futuro que anhelamos; que no sea un producto del marketing político electoral, sino un estadista en lugar de un creador de utopías retrógradas; que no pretenda reunir bajo su control la suma del poder de muchos para hacer con él lo que quiera.

Un líder que no manipule ni enajene, que no requiera de la ignorancia ni de la irracionalidad para lograr su objetivo.

Sin liderazgo, cualquier emergente social que aparezca y se atreva a cuestionar el modelo trasnochado y permisivo será el blanco de las campañas más soeces -de cualquier bando- no por ser quién es, sino para demostrar que no hay espacio para liderazgos nuevos, aniquilándose de plano la posibilidad de un nuevo y necesario estamento político. A su vez, si sólo se mantiene la sempiterna queja y no se hace ver la acción concreta, esta demencia que nos desgobierna seguirá haciendo de las suyas para perpetuarse en el poder.

En la década de los 40` del pasado siglo, dos genetistas norteamericanos, George Wells y Edward Lawrie, proporcionaron las primeras pistas importantes sobre la naturaleza química de los genes; tal hallazgo ayudó a establecer el campo de la genética molecular. Ya para finales del pasado siglo la noticia que marcó un hito en el desarrollo de las ciencias, fue el descubrimiento de la cadena informativa que compone el genoma humano. La construcción de una nueva especie -dotada de mejores cualidades- daría a luz al fantasma de una raza humana «perfeccionada».

¿Será acaso que pretendemos recurrir a esos laboratorios para lograr el líder apropiado, cuando todos los puentes del entendimiento, de la concordia, de la tolerancia, de la pluralidad y del porvenir, se hayan caído?




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