“Quien de joven no es comunista, es que no tiene corazón. Quien de viejo es comunista es que ya no tiene cabeza…” Willy Brandt

Recientemente circuló en las redes sociales un ameno artículo de Jose O. Ceballos P, titulado » Cuando era bobo». Esas anécdotas me invitaron a pasear por ese tiempo de trágicas » bobadas» que a buena parte de la juventud engatusaron. Palabras más palabras menos José Ceballos nos cuenta: » Cuando era bobo usaba una gorra como la del Che Guevara. En mi habitación tenía un afiche con su imagen, luego comprendí que este era un Resentido Social y que éste, sólo se trataba de un embaucador asesino, sediento de sangre…

Cuando era bobo charlaba con mis amigos de juventud, sobre la explotación de los capitalistas, de alienación, de los logros de la Unión Soviética. Hoy, todos sabemos lo que sucedió con ese mundo de mentiras y esclavitud sin embargo, muchos de mis lejanos amigos, con ropajes andrajosos, zapatos rotos y enfermos, persisten en su bobera, sin tener el elemental gas para cocinar y medicamentos para aliviar sus males. Eso sí, con un título universitario …

Cuando era bobo leía a Marta Harneker, Ludovico Silva, Eduardo Galeano y muuuchos más, pero un buen día, cayó en mis manos «Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario»…

Así como lo narra José Ceballos, asi como tantos jóvenes de aquella turbulenta generación “Post Mayo Francés”, que se debatían entre la melodía de Lennon y su “Let it be”, las teorías ecológicas emanadas de los movimientos verdes, las ideas libertarias contenidas en “El Hombre Unidimensional” de Marcuse, y lo complejo del contenido de “El Capital” – tres pesados volúmenes que todo pichón de izquierdista tenía que digerir- así transitamos la senda del pensamiento socialista, pues considerábamos que esa era la vía para alcanzar la libertad, la paz y la justicia. Eran tiempos que nos invitaban a esas experiencias que si bien habían fracasado en la mitad del mundo, pensábamos que tal vez “tropicalizándolas” podrían llevarnos a un feliz porvenir.

Sin embargo, sería este convulsionado Siglo XXI, al cual no terminamos de ingresar precisamente por transitar un disparatado trayecto de nuestra historia, lo que nos demostraría con creces, el error de nuestro juvenil socialismo. Ya en mayo del 68 de aquella “Primavera Francesa” algo nos decía que había otros horizontes más amplios, más claros; puesto que los tanques soviéticos paseándose por Praga no era ninguna imagen que invitase a la unión. Como tampoco todo lo que describía Alexander Solzhenitsyn en su obra “Archipiélago Gulag”, donde una vez más surgían en la pluma de este científico e intelectual las voces de más de 20 millones de seres aniquilados; como también fueron exterminados otros tantos millones de seres por las caprichosa “Marchas” de Mao; por supuesto, sin dejar nunca de lado la barbarie roja personificada en un asesino que ocupa un insigne puesto en el Ranking Mundial de la locura comunista, nos referimos al psicópata de Pol Pot. Si consideran indagar un poco más el por qué vemos ya no con desconfianza sino con terror todo el proceso histórico del comunismo, hay una obra de imprescindible consulta, “El Libro Negro del Comunismo”, libro a varias manos que apareció en 1997 bajo la coordinación de Stephan Courtois, y en cuyo prólogo podrán leer: “Los autores del libro no han sido siempre extraños a la fascinación del comunismo. A veces, incluso, han sido partícipes, desde su modesta situación, del sistema comunista, ya sea en su refrito ortodoxo leninista-stalinista, ya sea en refritos anexos y disidentes (trotskistas, maoístas). Y aunque permanecen anclados en la izquierda −y precisamente porque permanecen anclados en la izquierda− tienen que reflexionar sobre las razones de su ceguera”.

Y es que más que un fenómeno, una mutación o una metamorfosis, ocurre en personas que durante un tiempo de sus vidas tuvieron una determinada convicción o ideología, pero será precisamente el cúmulo de engaños, de desaciertos, de corrupción, de incapacidad, de negligencia en aquello que sirvió de referencia a seguir lo que les lleve a una esclarecedora metanoia.

Ejemplos de estos cambios son muchos. Allí está Albert Camus y su encuentro con “El Hombre Rebelde” quien triunfó sobre el atareado Sartre que se dejó llevar en la defensa del GULAG estalinista, con una actitud tolerante ante las lacras del comunismo justificada en el pragmatismo político.

Referencias más próximas las encontramos en Rómulo Betancourt y varios de sus compañeros de la Generación del 28, quienes también sufrieron de aquel “sarampión”; y aún luchando con tenacidad contra este parapeto de “Socialismo Siglo XXI” pudimos ver a dos bastiones de aquella izquierda, Pompeyo Márquez y Teodoro Petkoff, quienes tuvieron una amplísima noción de futuro.

Sin embargo, sería este convulsionado Siglo XXI, al cual no terminamos de ingresar precisamente por transitar un disparatado trayecto de nuestra historia, el que nos demostraría con creces, el error de nuestro imberbe socialismo.

¿Por qué?

Porque mientras la Social Democracia, la Democracia Cristiana y el Liberalismo aceptan el sistema económico de mercado y la necesidad de un estado regulador y hasta partícipe del sector productivo, en la otra acera nos encontramos con un “Socialismo Siglo XXI” que dice distanciarse al del siglo XIX, pero resulta que nunca ha salido de él, puesto que sus enseñanzas surgieron a partir de aquellas teorías filosóficas, históricas y económicas y están encasilladas allí. Porque este régimen mediocre no acabó con las diferencias y los privilegios, sino que los ha intensificado; no ha generado riqueza y bienestar para todos, sino que los concentró en unos pocos; no logró respeto y dignidad para cada uno de los ciudadanos, sino que ha centrado como sagrado un modelo único, vetusto, y fracasado, mediante la burla, la iracundia y la intolerancia; y aún insiste en lograr igualdad, pero sólo haciéndonos a todos iguales en la miseria.

Porque en todas partes donde el socialismo fue puesto en práctica se demostró que conduce hacia la pobreza y el desorden económico. Porque el socialismo se apoya primordialmente en el Estado y en la sociedad y no en el individuo con su responsabilidad y dignidad humanas. Como ciudadano, el individuo tiene deberes para con la sociedad en la que vive y está obligado a subordinarse a las exigencias del interés general o bien común, pero también tiene derechos derivados de su propia naturaleza racional que lo colocan por encima de la sociedad. Hablamos del sagrado derecho de defender a su familia, que en fin de cuentas, es la semilla que permite que la sociedad germine.

Y así como lo narra José Ceballios, ahora releyendo al bien ponderado y recordado Carlos Rangel y su “Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano” nos encontramos con esta clara sentencia: … “Casi todos los latinoamericanos hemos sufrido el marxismo como un sarampión, de modo que lo alarmante no es tanto haber pasado por esas tonterías como seguir repitiéndolas —o, lo que es peor, creyéndolas— sin haberlas confrontado con la realidad. En otras palabras, lo malo no es haber sido idiota, sino continuar siéndolo”.

Manuel Barreto Hernaiz




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