“Tenemos el deber de convertirnos en nuevos Prometeos, para robar el fuego de quienes lo acaparan sin piedad y restaurar la llama de la libertad y la justicia, condición sine qua non para que vuelva la paz a la república”. Marta de la Vega

«Prometeo en un acto de coraje robó el fuego a los dioses para entregarlo a las criaturas. Sin él no habría sido posible a los hombres transformar el medio ambiente y adaptarse a las necesidades que les imponía cada región en el mundo. Por haber infundido a las criaturas un alma y una conciencia que les haría capaces de atreverse a conquistar el mundo, Prometeo recibió de Zeus un tormentoso castigo».

El mito de Prometeo puede considerarse el más difundido en la historia occidental, desde aquella Grecia Antigua, hasta este acelerado siglo XXI, y mantiene su espacio, su interés y su vigencia, precisamente por considerarse el mito de la redención, la transgresión y la adquisición de conciencia mediante el dolor.

El mito de Prometeo es la síntesis de la lucha divinidad-hombre.
Prometeo, el pre-visor, el Titán hijo de Jápeto y hermano de Atlas, primo de Zeus, el dios supremo, dueño del Panteón Olímpico, y el único que se atreve a desafiarlo; el único que pone en evidencia la precariedad de la divinidad, y que hace posible -pagando un precio muy elevado- la existencia de la humanidad, como su insigne benefactor.

Si algún mito clásico tuvo virtualidad en el espacio moderno, ha sido el de Prometeo. El siglo XIX fue llamado el «siglo prometéico».
En ese entonces Marx consideraba que Prometeo debería ser el primer santo de un santoral laico.

Prometeo ha sido objeto de innumerables versiones literarias; son incontables las interpretaciones plásticas -tanto escultóricas como pictóricas- que le han plasmado, y no faltan las excelentes obras musicales compuestas en su nombre.

El mito de Prometeo nos llegó del mundo griego clásico en tres versiones literarias que reflejan diversas intenciones: los relatos de Hesíodo en Teogonía (la teogonía de Hesíodo, como dice Andrew Lang, era para la juventud griega lo que el catecismo para nuestras iglesias, presentando una visión formal de los artículos griegos de fe); la tragedia de Esquilo, Prometeo Encadenado; y la versión que Platón plasmó en Protágoras.

Con el paso del tiempo, a él le dedicaron su talento Boccacio, Giordano Bruno, Francis Bacón, Calderón de la Barca (Estatua de Prometeo 1669), así como el francés J.J. Rousseau, quien consideraba negativamente su desempeño como inventor de las ciencias (Discours sur les Sciences et les Arts. 1750); en tanto que Voltaire veía con entusiasmo su actitud de lucha contra el tirano todopoderoso, tal como lo expresa en «Pandore». Más adelante sería Goethe quien nos muestre con su «Prometeo» (1773) la primera aproximación del «hombre prometeico».

En 1816 será Mary Shelley («Frankenstein on the Modern Prometheus») quien se ocupe de su tragedia, mediante una saga llevada al cine de desde los albores del siglo XX.

Nietzsche y Kafka también le dedicaron interesantes páginas, así como el talento de André Gide («Promethée mal enchainé». 1899) y la virtuosidad literaria de Albert Camus, tanto en «Prométhée aux enfers», 1946) como en su magistral «L´homme révolté» (1951).

Según el concepto psicoanalítico, Prometeo representa el despertar de la conciencia, la madurez del hombre libre que ha dejado de ser una criatura dependiente, el principio de la intelectualización (idea contenida en su propio nombre, que significa «pensamiento previsor»).

Prometeo significa todas las tendencias que nos empujan a saber, porque no es lo mismo entender que saber; saber, es saber hacer. Y nos empuja a saber tanto como nuestros padres, más que nuestros padres; tanto como nuestros maestros, más que nuestros maestros.

Este breve -y sin duda, sujeto a la omisión- bosquejo del hermoso mito, a través de la cultura occidental, nos muestra cómo se ha buscado afanosamente -y a través de los siglos- la comprensión de lo humano, hasta llegar a los momentos de crisis profundas, en las cuales se coloca en entredicho, el propio concepto de humanidad.

Nos ilustra al respecto Ramón Gómez de la Serna («Obras Completas». 1996):…»Casi todos los hilos del destino de los hombres pasan por el héroe mitológico: los creó del miserable barro, les dio el conocimiento, sufrió por ellos un terrible castigo. Prometeo se identifica con Dios por su poder y con el hombre por su debilidad y su sufrimiento fue un mito de inagotable sugestión plástica, quizás la poderosa imagen de un enorme ser humano encadenado a una roca y a una tortura cruel fuera del recuerdo colectivo que todo el pueblo aqueo conservó…Y el inevitable sincretismo que daría nacimiento a lo que llamamos cultura occidental conformaría sobre el mito originario, las ideas de un dios irritado, de un redentor mediador y de un héroe conocedor de todas las técnicas: los mitos de Adán y Cristo se emparentaron estrechamente con el de Prometeo…».

Platón, en el Protágoras, y desde una concepción sofística, nos ilustra acerca de los orígenes de la cultura, en la cual es Prometeo quien nos aporta la sabiduría técnica a los hombres -muchos ven en tal acontecimiento, el nacimiento de la Educación-. Prometeo será castigado por su delito al robar el fuego, pero los hombres no sufrirán por ello.

Esquilo lo presentaría como el símbolo de la rebelión contra un Zeus injusto y tirano. Prometeo, un Titán que puede enfrentarse a los dioses, sin embargo, se ve conducido a esa estructura trágica e inexorable (tan griega, pues).

Prometeo representa el paradigma de la relación entre la técnica y la astucia (al robar el fuego y al engañar a Zeus con la ofrenda) pues la astucia hizo posible el progreso humano, aun siendo tal astucia castigada, lo que nos permite percatarnos del precio a pagar por la adquisición de la técnica.

La concepción fundamental del robo del fuego lleva consigo tal profundidad filosófica, tanta expresión de la tragedia griega, que eternamente perdurará la simbología de tan dolorosa entrega; a pesar del supuesto regreso de Hermes (dios del comercio, del robo y de la muerte, mensajero y anunciador de los dioses) quien se ha hecho acompañar por Dionisio, dios de la vid, del caos y de los excesos.

Manuel Barreto Hernaiz




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