AFP

En
las faldas del cerro Ávila, un caraqueño hace fila frente a un tubo del que
mana agua de una quebrada. La inclemente sequía y una deteriorada
infraestructura convierten al líquido en tesoro. «¡Hay que darle gracias a
Dios por este chorrito!», exclama sonriente.

Venezuela padece un
severo racionamiento de agua,
que
el gobierno atribuye a la demora de la temporada de lluvia por tercer año
consecutivo, producto del fenómeno meteorológico El Niño.

Yurman Torres debe
madrugar a diario para abastecerse en el surtidor

cercano a su casa, y luego viajar en autobús y metro hasta el otro extremo de
la ciudad, donde trabaja como cajero en un supermercado.

«¡Y
cómo hacemos! Tenemos que venir todos los días. Con dos tobitos (baldes) nos
resolvemos», asegura este capitalino de 36 años. 

En el parlamento se
aprobó hace una semana por unanimidad un acuerdo para atender la situación,

considerando que los 18 mayores embalses para el abastecimiento de agua potable
con los que cuenta el país están en un nivel cercano al mínimo.

Infraestructura precaria

José María de Viana,
expresidente de Hidrocapital, dijo a la
AFP que se trata de un problema recurrente y no coyuntural,
causado porque
el Estado «ha abandonado las inversiones necesarias para mejorar la
infraestructura que permitiría garantizar el suministro» de agua. 

En Venezuela,
país de grandes reservas hídricas que incluyen al río Orinoco -uno de los más
caudalosos de América-, en los últimos
18 años se han incorporado solo dos embalses,
uno de ellos para almacenar
agua potable, lo cual parece insuficiente considerando el crecimiento
poblacional.

Barrio seco

En
el oeste de Caracas se forman filas de
camiones cisterna en un vertedero destinado al riego de jardines públicos,
pero
que cada vez se concentra más en el consumo humano.

Un camionero, que
prefiere reservar su nombre, cuenta a la AFP que cobra unos 12.000 bolívares por llevar una carga de agua hasta una
urbanización
y llenar los tanques privados. 

«Con
la escasez, el negocio mejora, pero ahorita es tan ruda que tardamos en llenar
y se hacen colas (filas). Entonces no podemos hacer suficientes viajes»,
se queja el hombre.   

El
ingeniero De Viana señala a la AFP que el
malestar es mayor en las zonas más humildes, en los barrios, porque las redes
de distribución son más débiles.

En la empinada Petare
los vecinos bloquean la carretera a media mañana
en
señal de protesta.

«Tenemos
más de un año con este problema. Antes la subían bombeada (al agua), ahora
tenemos que esperar los camiones y pagamos para que nos llenen los
tanques», cuenta Valentín González, de 87 años. 

Un
solo argumento los convence de poner fin a la manifestación: entre las filas de
vehículos, pasa un camión cisterna. Mientras sube por una cuesta un niño
descalzo lo divisa, sonríe y, saltando sobre el polvo, celebra: «¡Al fin
llegó el agua!».

 

 




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