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El Hospital de Niños José Manuel de los Ríos es un reflejo despiadado de la realidad de Venezuela, reseña un trabajo publicado por el portal  abc.es. Situado en el norte de Caracas, fue, desde su fundación en 1937, uno de los centros públicos más importantes del país y una referencia para el continente por su especialización en el área de pediatría. Hoy solo se habla del hospital por su deplorable condición.

Entrar al Hospital de Niños es desnudar la crisis que sufre Venezuela desde hace más de diez años, pero que en el último lustro se ha acentuado. La seguridad del recinto médico es extrema. Solo ingresan los pacientes con sus familiares, el personal médico y el administrativo, el resto debe aguardar en el patio o en lugares adyacentes. Todo el acceso está milimétricamente controlado. El centro está blindado. Al régimen no le interesaban testigos incómodos de lo que está sucediendo en el J.M. de los Ríos. Sin embargo, ABC logró acceder a sus instalaciones.

Las causas de las muertes de seis niños en mayo derivaron de los múltiples fallos que presenta el J.M de los Ríos. «Fueron las continuas y habituales deficiencias que hay en el hospital. Trabajar ahora es como hacerlo en 1940 o 1950, porque no tenemos laboratorios, no hay Rayos X, no se pueden hacer tomografías, ni resonancias. Mucho menos pensar que se encontrarán medicamentos», cuenta preocupado a ABC un médico del centro sanitario, que pide no ser identificado por seguridad.

Giovany Figuera, de 6 años; Robert Redondo, de 7 años; Yeidelberth Requena, de 8 años; y Erik Altuve, de 11 años, cerraron sus ojos para siempre a finales de mayo. Sus muertes ocurrieron una tras otra y la noticia causó consternación en toda la población y trascendió a nivel internacional. Médicos y familiares aseguran que estas pérdidas pudieron evitarse y culpan al régimen venezolano por la indiferencia y la negligencia en los casos. Todos ellos eran parte de un grupo de 30 niños que esperaban trasplante de médula ósea.

«Esos niños que murieron tenían grandes posibilidades de recuperarse», comenta Ani Camacho, madre de Zabdiel Amaya, un niño de cinco años que fue diagnosticado con leucemia linfoblástica aguda cuando tenía dos años de edad. «Mi hijo es muy pequeño para entender que ellos no estarán más con nosotros. Nosotros los conocimos y compartimos porque iniciamos este proceso juntos. Me pregunto si me tocará pronto pasar por lo mismo que esas madres», agrega afligida.

Zabdiel es un paciente infantil que ingresa al hospital cada 15 días para recibir quimioterapia, y cada dos meses acude para una punción lumbar. Diariamente toma una pastilla, pero desde su hogar mantiene su lucha contra la muerte. En 2018 tuvo una recaída extramedular y los médicos informaron que debía ser trasplantado. Aún espera que eso ocurra.

El recorrido por el Hospital de Niños y conocer las carencias que sufre es desolador. El centro hospitalario ha perdido la capacidad de resolución en muchas áreas. La terapia intensiva está a punto de desaparecer. De once camas, solo dos están disponibles. El éxodo de profesionales de la salud también ha dejado heridas profundas. Solo cuentan con 90 de las 420 camas de hospitalización. De las nueve salas de quirófanos, operan apenas dos; mientras que de las catorce máquinas para diálisis, solo siete prestan servicio.

Y el deprimente escenario sigue. Son pocos los ascensores que funcionan dentro del hospital, el área de infectología, reinaugurada el año pasado, tiene filtraciones severas de aguas negras; y podemos leer un letrero escrito a mano, pegado en la puerta del servicio de Rayos X, que informa que no está disponible. A esto se suma la dieta deplorable que se suministra a los pacientes, restringida a arroz o pasta. «El centro pasó de ser un hospital con estructuras y especialidades de tipo cuatro, según la clasificación internacional, a un hospital de tipo dos», explicó a ABC el exdirector del J.M. de los Ríos, Huníades Urbina.

Y seguimos explorando. El piso tres del edificio de hospitalización tiene zonas inservibles. Una de las áreas sufrió un incendio hace cinco años y siguen ahí los vestigios del desastre. Otra parte de ese nivel es aún más atroz. Las salas que deberían estar habilitadas para los pacientes, solo están ocupadas por los escombros y la desidia. Un cementerio de camas clínicas, pasillos espeluznantes, equipos médicos cubiertos de polvo y puertas rotas no son precisamente un escenario de una película de terror.

Cuestión de fe

Rosa Colina sabe que la acuciante crisis de Venezuela le ha restado probabilidades para que su hija cumpla su tratamiento. «Ha sido bastante difícil porque no solo ha sido ver cómo falla el servicio sanitario sino que todo nos afecta emocionalmente», afirmó la madre de Cristina Zambrano.

Cristina, de 17 años, también es paciente del servicio de hematología del Hospital J.M. de los Ríos. Desde que nació padece de talasemia, y aunque de momento no necesita hacerse quimioterapia, debe tratarse con quelante para disminuir los niveles de hierro que ella acumula en sus órganos por ser una paciente politransfundida. Pero ese medicamento no existe en Venezuela.

En el momento de entrevistar a una madre, el equipo de seguridad del J.M. de los Ríos se percata de mi presencia, y se apresura a expulsarme del centro médico. Sin embargo, en un descuido de los agentes, y gracias a la ayuda de varias personas, escapo por uno de los pasillos. Para evitar que me identifiquen, me quito el tapabocas, el jersey y me suelto el pelo. Agentes de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) me buscan. Se ha dado la voz de alarma y la seguridad se ha reforzado en los pasillos y en el acceso. A pesar de ello, logro alcanzar la salida y escapar, con el pulso acelerado, tras pasar tres horas de terror en un hospital que un día fue uno de los más importantes de Venezuela y que hoy ya no tiene armas contra la muerte.

Lee el trabajo completo en abc.es




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