A principios del siglo XVII en lo que hoy es el Reino Unido,los londinenses influyentes le reclamaron al rey Guillermo III que su opinión fuera tomada en cuenta a la hora de tomar medidas políticas o administrativas, y se formalizaron las Cámaras que hoy constituyen el Parlamento británico. Algunos, nobles, caballeros o clérigos, ocupaban escaños en ese organismo por derecho natural, pero otros debían someterse al voto mediante un sistema excluyente: En algunas zonas, por ejemplo, quien no tuviera en su domicilio una estufa para calentar agua, no tenía derecho al voto. Y, para variar, las mujeres tampoco podían votar.

En las tabernas se celebraban reuniones (“meetings”, de allí mitin) donde los candidatos compraban abiertamente los votos; el cumplimiento por parte de los votantes era verificable, pues cada voto se registraba en un cuaderno, de libre lectura, con los datos del votante.

La desigualdad, que ha existido desde siempre, era evidente en aquellos tiempos de Guillermo III, y no fue sino a fines de ese siglo cuando los parisinos dieron señales de cambio, pero los intentos por avanzar hacia una civilización igualitaria no han pasado de las páginas escritas por trasnochados ilusos, cuyas letras sólo han servido para que otros, más avispados, las utilicen para su propio provecho, engañando a los ingenuos creyentes de frases como “de cada quien, según su capacidad, a cada quien, según su necesidad” o “el poder es del pueblo”.

Nunca hubo tanta desigualdad en Venezuela como en estas dos décadas que van del siglo XXI. Sería ingenuo afirmar que, en los períodos democráticos, cuando el partido “del pueblo” y “el de Caldera” se alternaban en el poder, había menos desigualdad que en los de dictaduras como la de Gómez o Pérez Jiménez. Pero, al menos, en los períodos democráticos el pueblo le negaba el voto,en elecciones más o menos limpias, a quienes consideraba más corruptos. Ni siquiera un niño de primaria, si es medio avispado, le va a creer si usted le dice que todos somos iguales. Le bastará con salir a la calle de su barrio y ver a otros, niños y adultos, hombres y mujeres, hurgando en los basureros en busca de algo que comer, mientras una todo terreno de lujo, o un sofisticado auto deportivo, de renombrada marca italiana, pasa a toda velocidad calle abajo con los vidrios subidos. Claro que los detalles de la marca y su origen no forman parte de su bagaje de conocimientos, pero en sus ojos se puede ver un destello de admiración mezclada con algo de estupor. Tal vez su madre esté en ese grupo que compite con ratas y cucarachas por un pedazo de carne medio podrida, ajena al descubrimiento del niño.

Si vive en un barrio cercano a un centro comercial de lujo, ese niño humilde y pobre verá a la gente, bien vestida, salir de los locales cargados con bolsas en cuyo costado podrá leer, si es que sabe hacerlo, alguna marca que todavía no le dice nada al niño que va descubriendo ese otro mundo, ajeno a él.

Venezuela se deshizo de Gómez cuando éste dejó la presidencia por muerte natural, y de Pérez Jiménez, por un alzamiento de civiles y militares que lo obligó a huir, después que, en un desafortunado plebiscito, un rotundo “NO” se convirtió en un fraudulento “SI”(Y conste que Tibisay no andaba todavía por todo eso). En la actualidad, la buena salud parece ser el lugar común en las altas cúpulas, y no parece haber el ánimo suficiente para la segunda opción. De todas maneras, ninguna de las dos es deseable ni conveniente.

En la tercera va la vencida…

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