Recientemente celebramos el día mundial de la arepa, iniciativa de la Organización Venezolanos en el Mundo, grupo que desde el año 2013 propuso festejar cada segundo sábado de septiembre, al alimento estrella de la gastronomía venezolana. La idea tuvo un rotundo éxito debido al éxodo masivo de connacionales que abandonaron al país y que se encuentran en todos los puntos geográficos del planeta, entre otras razones por no contar con recursos para llevar la arepa a la mesa, debido a la crisis económica profundizada en tiempos del chavismo-madurismo.

En países de las Américas y en otros más lejanos como Israel, Suecia y Japón, se han establecido ventas de arepas, llevando parte de nuestra identidad a esas tierras. Es que la arepa es un alimento noble, que agrada con cualquier acompañante y la podemos consumir a toda hora. El ingenio de sus rellenos ha enamorado a millones de extranjeros, que, al hablar de arepas, inmediatamente recuerdan Venezuela, aunque los vecinos colombianos argumenten que el plato es originario por sus antepasados.

Lo cierto es que datos arqueológicos muestran que la arepa tiene antecedentes prehispánicos y era consumida en diversos territorios antes de la llegada de Cristóbal Colón en 1492. Sin embargo, existen registros sobre la gastronomía indígena a base de maíz, que revelan que los cumanagotos, pueblo originario de la rama caribe que vivió en las tierras de lo que hoy son los estados Sucre y Anzoátegui, consumían un alimento en forma de círculo, que una vez sancochado en agua, era molido, amasado y luego cocinada en hojas de plátano. Le llamaban “erepa” y, por lo menos lingüísticamente, es el antecedente de la arepa tradicional.

Los españoles escucharon a los cumanagotos referirse a ese alimento de esta forma y así quedó registrado, pero el maíz apareció en la mayoría de los territorios latinoamericanos en forma casi simultánea desde hace tres mil años y los platos parecidos a las arepas son variados. En México, por ejemplo, preparan a las famosas gorditas y en El Salvador, las pupusas. En Colombia, protagonista de una sana disputa por la arepa, igualmente es consumida desde hace cientos de años, pero casi siempre como acompañante de un plato, es decir, sin el relleno que caracteriza desde mediados de 1950 a las venezolanas.

Asumimos que los procesos de difusión cultural llevaron a la “erepa” a otros puntos cardinales y la reconfiguración que experimentó, hizo que cada grupo la adaptara a su tradición. Lo importante en estos tiempos, es la visibilidad global de la arepa y el orgullo con que los venezolanos la mostramos como parte de lo que somos. La arepa dejó de ser local y se está convirtiendo en un plato reconocido mundialmente. Esta es la riqueza de la migración, que a donde quiera que vaya, inyecta sonidos, colores y sabores a la cultura receptora. Por esta y otras razones ¡Qué viva la arepa!.




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