Encabeza este artículo con una afirmación, tajante, sobre el ser humano: ¡la necesidad de cambiar! El tema nos ofrece  variedad. ¡A eso vamos! En principio, necesitamos  definir bien qué entendemos por  cambio, porque ‘cambiar’ y ‘cambio’ son significados que están en todas partes; ¡tanto en la esencia del ser, como en la sociedad, y en la naturaleza.

El cambio también está asociado a la idea misma del tiempo, con el cual ha tenido un rápido y fuerte arraigo presente en toda civilización humana desarrollada. Desde temprano en la historia individual y colectiva humana, nos hemos apegado a lo que nos brindan las actividades rutinarias. Los primitivos más avanzados fueron recelosos del ‘cambio’, y por inquietud (y aun miedo), muchos se adhirieron a la muy conocida evasiva de «resistirse al cambio«, aún presente en nuestras inseguridades básicas.

Los animales subhumanos disponen de menos rutinas para mantenerse y sobrevivir. Ejemplo de fuerza rutinaria humana es la idea que tenemos del tiempo, y sobre sus usos y técnicas para administrarlo eficazmente. El tiempo es una dimensión que se gestó en los cerebros “combinados” de muchos individuos, operando juntos en labores colectivas organizadas, y presionadas por las grandes carencias y posibilidades de las sociedades humanas.

Los pueblos primitivos tenían visión simple del tiempo, del cambio de estaciones, de los días y noches, y pronto generaron una variedad de rutinas, eventos, tradiciones, y de allí más usos del tiempo; y ‘cambios’ que se percibían asociados a “espacios” y sus costos.

Por una necesidad práctica, se desarrollaron ‘cronómetros’ primitivos; llamémosle así, para medir rutinas, espacios y celebraciones. Cientos de miles de momentos, eventos, inicios y cambios, necesitaron de ideas organizadas que se resumieran y se hiciesen manejables.

La reducción a formatos gráficos, con lectura posterior, facilitó la evolución del concepto de tiempo, hasta los facilitadores electrónicos que hacen casi todo, aunque por ahora no inventen más tiempos, que con los que contamos para averiguar cómo “gastarlo”.

La Navidad el 25 de cada diciembre, en celebración de los últimos dos mil años, y el Año Nuevo cada primero de enero, son ejemplos de hitos del tiempo, referencias que hacen del tiempo una “verdad” universal. Así, el tiempo es normativa aceptada por todo quien necesite saber cuánto pierde hoy, o cuánto ganará mañana.

La vía conceptual es: establecer un «principio», un «transcurso» y un «final», de todo cambio; aun cuando ganemos o perdamos al “iniciar” el conteo. Por más artificial y arbitrario que fuese este concepto, el tiempo influye con fuerza en nuestras emociones, sentimientos, expectativas y ánimo.

Desde la infancia nos enseñaron a dividir la vida en los “antes”, “durante”, y “después”. ¡En estar a tiempo, o tarde! Inclusive, en ser serios o “descuidados”. Y con ese “jueguito” manipulativo aprendimos a evadir, a posponer, a salir antes, o comenzar de último. Aprendizajes “nuevos” nos llevaron al concepto de lo pasado o viejo (casi siempre desechable), de lo que pasa de moda y ya necesita un cambio. ¡Porque, a todo debe darse tiempo, también!

¡Hay relatividad del tiempo vivido! Cada nuevo año es un tiempo continuo que “partimos” artificialmente, con significados subjetivos de mayor o menor importancia, y prioridades. Los problemas que afectan al país, miedos, hambre, miseria, crisis sociales, los “bajones” de la economía, divorcios, nacimientos y muertes, son eventos permanentes del tiempo.

Anclarnos en algunos eventos nos hace mucho daño. Nuestro espíritu debe devolvernos a la realidad, atentos para adaptarnos. Casi como decir: ¡Aprender a vivir con tantos tiempos!

¡Así podremos dominar emociones que nos adormecen, para reiniciar el contacto con una viva realidad del mundo! En eso está el cambio, está todo, porque el cambio es ley universal

Hernani Zambrano Giménez, PhD.

hernaniyo@outlook.com




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