“Cuando manyés que a tu lado se prueban la ropa que vas a dejar, verás que todo es mentira.”

Uno no sabe desde cuando los ciudadanos de muchos países del mundo han estado votando por el candidato menos conveniente y menos preparado para ejercer las respectivas presidencias de esos países. Para no irnos mucho más atrás de Hitler o Mussolini y concentrarnos en la historia reciente, podríamos citar a Carlos Andrés o a Rafael Caldera en sus segundos mandatos, a López Obrador en México o a Lula (este último en las dos veces que los brasileños lo han llevado al Palacio de Planalto), a Evo en Bolivia, a Fujimori en Perú o a Boric en Chile, por no hacer esta lista más larga y pasarme de los 3500 caracteres. Y no estoy muy seguro de que los colombianos han elegido acertadamente a Petro, economista y ex miembro del M-19, movimiento que le sirvió para escalar al Senado, y de allí a la presidencia de Colombia.

Sin temor a equivocarme, puedo afirmar que antes de que a los latinoamericanos nos diera por elegir a candidatos izquierdosos y populistas, vendiendo la ilusión de que la pobreza desaparecería bajo sus mandatos, los ricos no eran más ricos que los de ahora, y los pobres no eran más pobres que ahora. Y los ricos, con pocas excepciones, lo eran porque ellos o sus antepasados habían trabajado duro para crear empresas que aportaran bienes y servicios al país y dieran trabajo a muchos que lo necesitaban.

Hoy, aquellas empresas languidecen tras las expropiaciones de los gobiernos populistas; refinerías, siderúrgicas, constructoras, ensambladoras de maquinaria y automóviles, de productos de consumo diario en el hogar y agropecuarias permanecen inactivas y abandonadas o trabajando a un mínimo porcentaje de su capacidad. El único personal es el encargado de la vigilancia de las instalaciones para evitar saqueos y vandalismo. Los galpones de muchas “agropatrias” son sólo sitios de reunión de perros sarnosos y aburridos empleados barajando 28 piezas de dominó a las puertas de los galpones.

Las instalaciones están allí, unas dentro de nuestras fronteras, a la espera de tiempos mejores para su reactivación por parte de sus propietarios, o de quienes estén dispuestos a adquirirlas, tal vez a precios irrisorios. Pero las que la nación venezolana creó en otros países para la comercialización de nuestros productos, se han convertido en platos apetecibles para potencias económicas transnacionales o por mandatarios de países “amigos”, al considerar que su nacionalización en el país donde funcionan pueden darles las ventajas que buscó Venezuela cuando las creó, con visión de futuro y sin ínfulas patrioteras y socializantes.

Como Chacumbele, el interinato y la Asamblea opositora se mataron a sí mismas, y como resultado, la devolución de Monómeros al régimen de Maduro, hasta ayer bajo el control del llamado “gobierno interino” de la oposición, es un duro golpe para ésta, pero más lo será para Monómeros, que acabará como todas las demás empresas expropiadas por el chavismo.

Aparte los legalismos, que a estos mandatarios les importan poco, cabe preguntarse qué busca Gustavo Petro con esta maniobra que, coincidente con su invitación a un diálogo paralelo con el de México, pareciera un acercamiento al chavismo. ¿Estará pensando en ponerle, a la larga, la mano a la empresa venezolana basada en Barranquilla? ¿Será que las agonizantes empresas venezolanas en el exterior son “la ropa” de un país moribundo que ya los vecinos “se están probando”, tal como una vez cantó Gardel?




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