El ¿jefe? del régimen tiene la obsesión de dar una imagen pública de honestidad, mando y grandeza que supera a su legador. En el fondo, en vez de reconocer su fracaso, opta siempre por endosarlo a otros: a la burguesía, el imperialismo, la oligarquía, a los apátridas, la guerra económica, etc., pero los escándalos lo desnudan y hacen que se enfrente a una incontenible espiral de decadencia, en lo político, económico, social y moral, nos está llevando a una radicalización absurda con grave violencia en todo sentido y dentro de una mediocridad gubernamental campante, resultado: miseria, hambruna, muerte.

los escándalos lo desnudan y hacen que se enfrente a una incontenible espiral de decadencia

El deterioro de la imagen presidencial ofende a diario y de manera grave, la mancillada dignidad nacional con inconstitucionales actos de gobierno amparados por una SCTSJ convertida en instrumento de dominación jurídica.  La incoherencia discursiva del régimen refleja la ausencia de una racionalidad política que le dé sentido a su conducta y a sus palabras.

El líder y su caterva de “reptantes logreros” están tan desprestigiados, que las oxidadas versiones sobre la farsa un régimen democrático, que lucha por la democracia y contra la corrupción y se llena la boca hablando de libertad, democracia, igualdad, justicia y todas esas tan manoseadas y herrumbrosas palabras, ya no tienen significado alguno para la sociedad, el régimen sólo desea, mediante un autogolpe, llegar a consolidar una dictadura y que nadie le discuta nada y el nefasto devastador  lo está haciendo de forma inaudita, ante la anomía ciudadana.

Venezuela aún no es una olla a presión, pero empieza a parecérsele bastante. Hay desconcierto en las filas rojitas por las tropelías de maduro y cabello y sus bandas. La crisis amenaza con llegar pronto al punto de ebullición, mientras, la capacidad opositora de la alternativa democrática se está fortaleciendo directa e indirectamente causando estremecimientos frenéticos por el miedo que le tiene a un pueblo defraudado por el régimen.

El régimen ha entrado en decadencia y sigue debilitándose con los apetitos de autogolpe; se le rompió el músculo electoral y todos los problemas y las intrigas caen ahora sobre cómo conducirá en lo sucesivo la presidencia, ante una alternativa democrática más crecida y cuyo objetivo político está muy claro: darle contundentes y sostenidos golpes democráticos.   No hay “detergente” social ni político que pueda lavar la desprestigiada imagen del régimen.

Los atropellos judiciales contra la AN y los presos políticos han incrementado en cuanto instrumento de dominación. El régimen reconoce, sin decirlo expresamente, la existencia de una sociedad unida frente a la caída de su desprestigiada imagen, lo que socava severamente el piso movedizo que soporta al régimen.

Hoy Venezuela vive un clima de violencia, inseguridad e incertidumbre total, pero tiene una alternativa democrática pujante, apuntalada por una sociedad civil capaz de sacrificarse para sacar para expulsar al “Cartel de Miraflores” La disidencia popular irrita al presidente.

Maduro procura a toda costa generar una explosión social o un autogolpe de estado, es la única vía que tiene para intentar mantenerse en el poder. Eso es lo que él y sus serviles creen y desean, sencillamente no tienen otra opción. Él entiende que por la vía electoral está perdido y solo ganaría con un fraude monstruoso que colmaría la paciencia del pueblo y del estamento militar institucional. Lamentablemente hemos permitido por acción u omisión que la situación haya llegado hasta donde nos encontramos hoy día.

Para que el chavismo se marche y no vuelva más, debemos convencernos que nuestra defensa no admite atajos, solamente esfuerzos; que no resulta de un acto mágico, si no del entramado de acciones destinadas a defender la democracia y la soberanía nacional.  La agonía es larga pero la muerte es segura.

 




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