El pasado 8 de marzo, el mundo celebró el día internacional de la mujer. No es un día comercial, como puede ser el de la madre o el de los enamorados, es un día más representativo.

El Día Internacional de la Mujer, que se celebra el 8 de marzo, fue institucionalizado por las Naciones Unidas en 1975. Se conmemora la lucha de las mujeres por su participación en la sociedad y su desarrollo íntegro como persona, en pie de igualdad con el hombre.

Haciendo algo de historia, en 1909, Corinne Brown y Gertrude Breslau-Hunt, mujeres socialistas, organizaron el primer Día de la Mujer en Nueva York y Chicago. En 1910, Clara Zetkin propuso en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas celebrar el Día de la Mujer Trabajadora, aprobándose la moción. La primera conmemoración fue en 1911 en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza, expandiéndose luego a otros países.

Un trágico incendio en una fábrica de camisas en 1911 marcó la lucha por los derechos de la mujer, aunque hay controversia sobre su veracidad. En 1972, la ONU declaró 1975 como el Año Internacional de la Mujer y en 1977 instó a los Estados a declarar el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer para reflexionar sobre la igualdad de género y los derechos de las mujeres.

Es bueno aclarar que, debido a su origen y a los hechos trágicos que conmemora el Día Internacional de la mujer, esta fecha, según muchos entendidos, no es una celebración festiva sino un día para meditar sobre la desigualdad de género y para reivindicar la lucha por la verdadera igualdad de derechos para las mujeres en todos los ámbitos.

En Argentina, donde me ha tocado vivir por unos meses, se celebra de esa manera. En pocas palabras, si el 8 de marzo, felicitas a las mujeres argentinas, la mayoría, se ofende. Respeto su manera de celebrar la fecha, pero también respeto la forma venezolana de hacerlo. Nosotros somos más dados a festejarla que a llorar por lo ocurrido en el pasado.

Siempre he pensado que en Venezuela la mujer ha sido más respetada que en otros países. Comenzó a ejercer su derecho al voto en 1946 y, a partir de ese momento, a asumir cargos de importancia. De hecho, nuestras máximas casas de estudio han sido gerenciadas por mujeres desde hace más de dos décadas. María Luisa Aguilar de Maldonado, Jessy Divo de Romero, Inés González de Salama han sido autoridades rectorales, por mencionar sólo las carabobeñas. Y hemos tenido mujeres en altos cargos.

Y si nos quedamos en Carabobo, la querida profesora, escritora y poeta Vitalia Muñoz de Chacín hace unos años publicó un libro dedicado a la mujer carabobeña, en el cual tengo el honor de haber sido incluida, llamado “La huella femenina en el arte y la docencia carabobeña”, donde pueden verse muchas mujeres que se han destacado por sus obras.

Sin embargo, recuerdo en los años setenta en Venezuela, cuando esa desigualdad de género no se evidenciaba, que unos amigos ingenieros me hicieron ver que sí existía tal diferencia. Eran cuatro amigos, tres hombres y una mujer. Los cuatro se habían graduado juntos en la universidad de Carabobo, en Ingeniería industrial. La muchacha, que era pareja de uno de ellos, se había graduado suma cum laude, hablaba inglés a la perfección y tenía un currículo fantástico.

Su marido y los otros dos compañeros no eran tan brillantes pero los tres consiguieron empleo antes que ella, en empresas de prestigio ubicadas de la zona industrial. Cuando pregunté por qué, me comentaron que eran industrias norteamericanas donde la mujer era menospreciada. Y la muchacha me explicó que para las empresas gringas no era rentable una mujer, por mucho que tuviera buen currículo, porque se embarazan y hay que darles reposo pre y post natal.

Ella tuvo que garantizarle, por escrito, a la compañía que la contrató que iba a evitar tener hijos. Y esto nos lleva de nuevo a que, en Venezuela, no había esa discriminación femenina, eran empresas extranjeras.

Carabobeñas notables y exitosas hay muchísimas, desde las integrantes de aquella orquesta de mujeres de la que hablé una vez, “El bello sexo artístico”, primera orquesta de mujeres de Latinoamérica, hasta las de hoy, para quienes no me da el espacio nombrarlas.

Y no me cabe duda de que, en poco tiempo, una mujer salvará a Venezuela, que tanto lo necesita. Por lo pronto, oremos a otra mujer, una mujer sencilla, como dijo mi comadre Lucía Montanari en la canción que le dedicó a nuestra Santísima Virgen María, para que nos ayude.

anamariacorrea@gmal.com

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