He querido y quiero a Valencia con idolatría…” Así comienza Francisco González Guinán, su última obra, “Tradiciones de mi pueblo”, fechada en 1927. Este historiador, político y escritor valenciano, según dijo Enrique Bernardo Núñez en el prólogo de “Mis Memorias”, “fue uno de los hombres públicos más combatidos y de mayor experiencia que puedan recordarse en nuestro país”. Era miembro de número de la Academia Nacional de la Historia, fue presidente del estado Carabobo y llegó a ser ministro de relaciones interiores de cuatro gobiernos. Escribió en quince tomos, la historia contemporánea de Venezuela, además de muchos otros libros, algunos de los cuales suelo tener muy cerca, porque hablan de la historia de mi ciudad.

Para mí, Francisco González Guinán era el tío Panchito. Porque los González Guinán, hijos de Francisco González p. y de Antonia Guinán, eran diez hermanos. Y mi abuela, Bertha González de Correa, era la hija menor de uno de ellos.

Francisco, de quien trata este artículo, era el mayor, luego vino Ana, que murió niña, Socorro, historiadora, maestra, autora del libro Historia de Venezuela para niñas; Manuel, abogado egresado de la Universidad de Valencia; Miguel, (mi bisabuelo), hacendado, periodista, activista del partido liberal; Teresa, maestra de enseñanza catequista; Luisa Antonia, pianista concertista; Isabel, cantante lírica, extraña poseedora de las tres tesituras femeninas, soprano, mezzosoprano y contralto; Santiago, periodista, político, poeta, autor de la letra de los Himnos de Carabobo y de la Virgen del Socorro, quien trabajó con probidad los cargos que le tocó ejercer, incluidos el de presidente de nuestro estado, diputado y senador por Carabobo y el de ministro de Instrucción Pública en la presidencia de Juan Pablo Rojas Paúl y la más pequeña, Henriqueta, pintora, dibujante y profesora de arte.

Según narra el profesor Luis Zucatto, biógrafo de Francisco, Pedro Emilio Coll, en una visita que hizo a Valencia, al pasar frente a la casa de los González Guinán, dijo: “esta residencia desvirtúa el concepto de que el talento es una llama, porque si así fuese, esta casa sería una hoguera”.

Y habrá quien se pregunte ¿para qué toda esta explicación? Bueno, Francisco González Guinán, fue quien le entregó al gobierno de Cipriano Castro, el Libro 2º de las actas del Congreso Constituyente de Venezuela de 1811, en el cual se encuentra el Acta Solemne original de la Independencia de la Corona Española.

Este importantísimo libro se perdió en 1812. El Congreso decidió que la capital de la república sería Valencia y el primero de marzo de 1812, se reunieron aquí y, por supuesto, se trajeron a Valencia el libro contentivo del Acta de la Independencia.

Pero comenzaron los problemas. El 14 de marzo de 1812, el oficial español Domingo Monteverde y su tropa, invaden Valencia, el 26 de marzo, un terremoto sacude el país y la ignorancia culpa a los independentistas, colocando ingenuamente a Papá Dios del lado realista, situación que los sacerdotes españoles aprovecharon, alegando que había sido un “castigo del cielo”, por oponerse a Fernando VII.

El hecho es que se cayó la Primera República y el libro de Actas, se perdió.

Pensaron que las tropas de Monteverde lo habrían destruido, pero no fue así. Los patriotas lo habían escondido. Tal vez llegó a la familia Zavaleta y en algún momento, años más tarde, se le entregó a Isabel de La Hoz de Austria, quien lo cuidó por mucho tiempo. Cuando esta vio, ya de ochenta años, que tenía la muerte cerca, se lo dio a María Josefa de Navas Spínola, pidiéndole que se lo entregara a sus sobrinas.

En estos días llegó por las redes, el artículo de una periodista de mucho prestigio, que había sido publicado en 2018, en el que alaba la valentía de las mujeres, que protegieron con su vida, este glorioso documento. El artículo menciona que el 23 de octubre de 1907, la señora María Josefa Gutiérrez, viuda del ingeniero Carlos Navas Spínola, reveló que el libro de Actas del Congreso de 1811 estaba en su poder. Y luego menciona que en actitud de poca generosidad el historiador González Guinán, de alguna manera insinuó que todo había sido una operación de “la Divina Providencia, que evoluciona sabia y misteriosamente”. Y continúa la periodista comentando que más insultante todavía le resultó que González Guinán afirmara: que esa providencia “quiso que manos puras y sencillas lo conservaran sin deterioro”. Casi estaba dando gracias al cielo porque aquel par de tontas no habían destrozado el libro.

No quiero quitarles méritos a las señoras, pero considero que quienes pusieron en peligro su vida, ya debían estar muertas, para ese momento, porque el Acta de la Independencia, firmada el 19 de abril de 1811, si se perdió en 1812 y aparece en 1907, noventa y cinco años más tarde, era imposible que estuvieran vivas. Probablemente, si queremos darles protagonismo a las mujeres, pensemos que no es extraño que la madre de Isabel de La Hoz, haya sido la heroína. Y la señora Isabel lo que le pidió a María Josefa, fue que lo conservara con su biblioteca, mientras sus sobrinas lo buscaban. Los Navas Spínola lo guardaron por doce años e incluso Carlos Navas Spínola, escribió su nombre en una de las páginas y la misma María Josefa le pide a González Guinán, que lo borre.

Y en realidad, ella no reveló nada, fue Ricardo Smith quien descubre que el grueso libro que Doña María Josefa Gutiérrez, viuda de Navas Spínola, tenía en la banqueta de su piano, era el Libro 2º de Actas de la Independencia. La carta la escribió María Josefa, después de aceptar que el libro le pertenecía a la Patria.

Creo que, para todo lo criticado que ha sido Francisco González Guinán, esto no le hace daño. Como dicen en criollo: “qué es una raya más pa’ un tigre”, pero en realidad, el tío Panchito estaba muy acostumbrado a que las mujeres no fueran ningunas tontas. Sus hermanas, de alguna manera, hicieron historia en Valencia. Como dije al comienzo, no fueron simples amas de casa. Además, Luisa Antonia, Isabel y Henriqueta, formaron parte de “El Bello Sexo Artístico”, primera orquesta de mujeres de Latinoamérica, en una época en que las mujeres solo cantaban o tocaban piano, pero ese es otro cuento y ya lo eché, semanas atrás.

anamariacorrea@gmail.com




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