Cuando tenía siete años, llegó el correo y a mí me pareció buena idea abrir los sobres. Había desde estados de cuentas y facturas hasta cartas de amigos de mis padres en el extranjero. Cuando mis papás llegaron, como es de suponer, me regañaron. Mi mamá me dijo que jamás abriera un sobre que no estuviera dirigido a mí. Esto me pareció imposible. ¿Quién me escribiría?, ¿cuándo sería eso posible? Y mi mamá me aseguró que seguramente tendría que escribirle a alguien primero y posiblemente, me responderían.

Yo era una niña intensa, casi a diario le preguntaba a mi mamá por qué en la mayoría de las familias, los varones eran mayores que las niñas y, en cambio en mi casa, yo era la hermana mayor y mi hermanito era casi seis años menor que yo. Mi mamá debe haberse cansado de repetirme que eso no era una regla y se le ocurrió decirme, en broma, que nosotros éramos como las familias gringas donde la niñita es la mayor y el varón viene años más tarde, que así era en casi todas las películas y que un modelo lo teníamos en la familia Kennedy, donde la mayor era Carolina y el segundo era John John y luego me hizo ver que la distancia entre ellos era casi igual que la de nosotros.

A mí su respuesta me fascinó y jugué por mucho tiempo a que mis papás eran los Kennedy, yo Carolina y mi hermano John John. Y mi mundo de fantasía era fastuoso. Mi casita de la Avenida Bolívar se convertía en la Casa Blanca cada vez que llegaba del colegio, mi papá siempre estaba arreglando problemas de estado y mi mamá, como para mí, era tan bella como Jackeline, seguía siendo mi mamá.

Creo que mi mamá debe haber sido muy pro-gringa, hablaba muy bien inglés sin haber estado nunca en Estados Unidos y, trataba siempre de hablarme en ese idioma para que mi oído se acostumbrara.

Como mi papá era dirigente nacional de Copei, Caldera lo comisionó, con otros compañeros, para hablar con Ted Kennedy, una vez que vino a Venezuela. El día en que me enteré de que mi papá conocía a un hermano del presidente Kennedy, me sentí aún más importante. Pero mi papá lo criticó:

Esos gringos son una broma seria –dijo mi papá– ¡qué maleducados son! Ted Kennedy, hermano del presidente, nos recibió descalzo, montó los pies en el escritorio y se puso a comer chiclets. ¡Eso es una falta de respeto!

Mi mamá, que le veía el lado bueno a todo, le respondió:

-Pues mira que deberíamos aprender de él. ¿Te fijaste que lo que hizo fue hacer varias cosas al mismo tiempo?, descansaba, comía chiclets y los escuchaba a ustedes. No es un maleducado, lo que pasa es que sabe aprovechar el tiempo.

Un día, en noviembre de 1963, llegó la terrible noticia.

¡Mataron a Kennedy!

Yo no lo podía creer. ¿Quién podía no querer a Kennedy? Mi mamá decía que los texanos eran muy racistas y que no querían a un presidente católico que defendiera a los negros. Y sentí mucha rabia hacia los texanos. Mi juego se había acabado. Los Kennedy eran huérfanos y yo quería mucho a mi papá.

Como para mí Carolina Kennedy era como una amiguita muy cercana, le escribí una carta expresándole cuánto sentía la muerte de su papá. Mi mamá me dijo que había enviado la carta y yo le creí.

Cinco meses más tarde, en abril de 1964, llegó el correo, como siempre y, como estaba prohibido abrir las cartas ajenas, ni lo revisé. Entonces escuché el grito de mi mamá. Había una carta para mí. Me había respondido Jackeline Kennedy.

Tomé el sobre, mi sobre, mi primera correspondencia personal y lo miré por delante y por detrás. No tenía estampillas como los otros sobres que llegaban, sólo se veía en el anverso, una impresión de la firma de Jackeline Kennedy hacia el extremo superior derecho, sobre un sello húmedo que decía postage and fees paid y a la izquierda, a mano, se leía Air Mail. En el reverso, todo con bordes negros, se apreciaba un sello húmedo venezolano con la fecha, 18 abril 1964 e, impreso, Mrs. John F. Kennedy.

Abrí el sobre con toda mi calma, con un abrecartas de mi papá, sintiendo cada rasgadura, con temor a romperlo. De su interior emergió una tarjeta también con bordes negros y un sello imperial, que decía

Mrs. Kennedy is deeply appreciative of your sympathy and grateful for your thoughtfulness

Mi mamá me la tradujo:

La señora Kennedy aprecia profundamente su simpatía y está agradecida por su atención.

Cuando años más tarde, me enteré de la trágica muerte de Jhon Jhon, viajé a mi pasado, usando por pasaporte mi primera carta, la que me llegó de los Kennedy. Y es que nadie ha guardado tan celosamente su primera correspondencia como yo, que incluso la tengo montada y, desde mi pared, junto a varias fotografías antiguas de mis familiares, me habla de esos días tan felices de mi infancia, en que mi casita era la Casa Blanca.

anamariacorrea@gmail.com




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