Hace cosa de dos meses se llevó a cabo en la Asociación de Ejecutivos un evento de la Cámara Venezolana Portuguesa (CAVENPORT) y la Sociedad Amigos de Valencia, con el apoyo del investigador Diego Trejo, que trató sobre la valencianidad de la comunidad portuguesa y resultó algo tan bonito y sentimental, que otras comunidades manifestaron que les gustaría hacer lo mismo para ver hasta qué punto sienten esa valencianidad en sus corazones.
Mi esposo, Sergio Ramos Landrove, sanblasino, de inmediato pensó en la valencianidad de los libaneses, porque su padre era hijo de libaneses y más valenciano no podía ser.
Entonces recordé cuando llegamos a Valencia, el año 1962, que mis papás, ambos valencianos, de La Pastora, habían migrado a Caracas -por eso de que en Valencia no había universidad- y buscaron a sus amigos de la infancia para ir ubicándose en la nueva sociedad valenciana. Mi abuela en ese entonces, quedó muy impresionada con los nuevos apellidos que lideraban socialmente. muchas veces la escuché decir: ¡puros turcos! Mis padres me explicaron que, desde hacía muchos años, a los libaneses los llamaban “turcos”, pero que no era correcto, porque las inmigraciones que nos llegaron, tanto la de mediados del siglo XIX, como la de los años veinte del siglo pasado, eran del Líbano y que eran muy conocidos porque vendían su mercancía a crédito. De hecho, hasta había un merengue caraqueño que decía: ahí va, la niña ahí va, con ese turco atrás, se le está escondiendo para no pagar.
Ramón Díaz Sánchez en su libro “Líbano, Historia de hombres”, (1969), da referencias de las familias Divo, Dao, Rached y Daher, quienes llegaron a fines del siglo XIX, a la Isla de Margarita y a Puerto Cabello. Y esas familias hoy en día, son carabobeñas.
Mi suegra, Carmen Isabel Landrove de Ramos, me contaba que los papás de su suegra, Isabel Rached de Ramos, -nacida en Apure, pero hija de libaneses, que vino a vivir a Valencia después de casada- habían hecho un compromiso matrimonial entre ella y un libanés de apellido Gossen, que, al llegar a Venezuela, le habían traducido el apellido por “Ramos”. Pero este libanés comprometido, tuvo que viajar al Líbano y allá se enamoró. Así que, para cumplir con la familia Rached, le pidió a su hermano que lo librara del compromiso, casándose él con la muchacha y así fue. Este joven libanés, al llegar a Venezuela, fue bautizado por las autoridades como Lisandro y Lisandro Ramos se casó con Isabel Rached.
Como era de esperarse, mi suegra le preguntó a su suegra, qué significó para ella ese cambio y su respuesta fue: “maravilloso, porque Lisandro era bello, en cambio su hermano era muy feo”.
Los Ramos Rached tuvieron ocho hijos, Emilio, José, Layla, María, Eduardo, César, Nelson e Ilse. Emilio estudio medicina, se especializó en otorrinolaringología y montó la clínica Ramos Rached, en la calle Arismendi, pero Lisandro, el papá, murió antes de que los demás pudieran estudiar y se dedicaron al comercio. Por cierto, Lisandro era el zapatero de confianza del General Gómez y contaba mi suegro, César, que cuando iba con su papá a Maracay, a medirle las botas al dictador, el General Gómez lo sentaba en sus piernas y le regalaba un fuerte, que era una fortuna en aquella época.
No tuve la dicha de conocer a ningún hermano de mi suegro César, a quien quise muchísimo. De su vida, sé que fue uno de los mayores entusiastas, junto a Luis Núñez Pérez, en fundar CAPEMIAC, en los años setenta. Me consta que fue un próspero empresario y promotor empresarial. Fundador de “Vacaciones” con sus primos Rached y de “Vacaciones industriales”, la primera fábrica de escopetas del país. Recuerdo que, cuando decidió comprar la ferretería más antigua de Carabobo, “Mestern”, a la que convirtió en “Máster Ferretero”, me dijo “no quiero que mis hijos hereden dinero, quiero dejarles trabajo”. Fue uno de los fundadores del “Hogar Hispano” y directivo electo del “Club Carabobo”. En los ochenta fundó el Haras “El Ruiseñor”; crio caballos de carrera que establecieron récords nacionales en las pistas de nuestros hipódromos. Y más de un padrote nació en sus establos. Pero lo más bonito, siempre hizo buenas obras y favores a mucha gente, sin comunicárselo a nadie. Nos enteramos después de su partida.
César Ramos Rached se fue, sin que nadie se lo esperara; murió el cinco de junio de 1990 a los sesenta y cinco años. La funeraria se atiborró de gente, además de amigos y familiares, llegaron personas al velorio que ni conocíamos. Llorosos, se acercaban a la urna, lo veían por un largo rato y, sin hablar con nadie, se marchaban más llorosos aún.
En su honor, se instauró el Clásico “César Ramos Rached”, en el Hipódromo Nacional de Valencia y cuando pensé dedicarle un artículo, busqué información en internet sobre su Clásico hípico, cuando encontré que hay un Clásico “Enrique Sarquís”. Resulta que Enrique Sarquís, primo hermano y cuñado de mi suegro, esposo de Layla Ramos Rached, también fue amante de los caballos de carrera, pero como no existía hipódromo en Valencia, sus caballos los tenía en el Hipódromo del Paraíso, en Caracas. Y en Valencia, en 1955, fue presidente del Concejo Municipal, es decir, también fue “alcalde”.
Y si queremos seguir buscando apellidos libaneses, nos encontramos con personalidades valencianas de nacimiento o adopción, como Teodoro Gubaira, Jorge Domínguez Nazar, Alejandro y Jacobo Divo, Jessy Divo, Henry Ramos Allup, Rames Daher, Juancho Rached, Elías Sarquís, Salim y Tony Daher, John y Wilmer Ramos, Fadel Muci y hasta de las nuevas generaciones como Jorge Daher, el joven cantante nominado dos veces a los Latin Grammy y sé que hay muchos que se esconden detrás de mi mala memoria, pero indudablemente, son un orgullo para Valencia y llevan su valencianidad en el corazón.