Este es un grupo de Wasap respetable, al menos así parece, pero en su interior guarda secretos, algunos compartidos, otros escondidos. Sus integrantes son en su gran mayoría de oposición al régimen, bueno es lo que se cree, de la variopinta que tiene el país en todo su amplio espectro, que va desde el radical escribidor, pasando por el activista comprometido hasta el indiferente desentendido.

Ernesto es un joven abogado. Le gusta la política pero no se atreve a militar en un partido porque no se encuentra a gusto con eso de la disciplina partidista o la línea nacional. El día en que lo ingresaron al Chat se contentó mucho. — Aquí hay varios con potencial de influencer —pensó, mientras se tronaba los dedos antes de escribir por primera vez.

Allí se hizo un guerrero, un duro de las teclas, especie de vengador de los anónimos. Le encanta emprenderla en contra de artistas, de periodistas, de deportistas famosos, pero por supuesto su presa favorita son los políticos, a los que dispara a diario a discreción, un tiro al gobierno y otro a la oposición. Allí también se enamoró.

En el Chat está el permanente insistente, ese que pasa horas completas siguiendo comentarios y noticias para replicar inmediatamente. Encarna un papel protagónico, tipo sabelotodo, opinando sobre cualquier tema con mucha autoridad aunque a veces sin mucha propiedad. También se cruzan los fugaces, cometas en el firmamento digital que aparecen ocasionalmente cuando se produce algún hecho relevante o a cada cierto tiempo, en una que otra noche, en las que con unas copas de más se indigna ante la insolencia de un rabioso radical.

Más allá están los que colocan una manito u otro emoticón, sticker o gif, como para dejar ver que están vivos y así evitar que a alguien se le ocurra sustituirlos en el grupo. Están los espirituales y religiosos, los supersticiosos, los agnósticos y hasta los ateos. Coinciden soñadores, escépticos y uno que otro poeta que a veces asoma su musa para aliviar el calor que los candentes debates producen en los más fogosos.

En momentos el Chat se transforma es un mundo absurdo. Allí se reúnen sentimientos nobles y también resentimientos. El “buena vibra” convive con el “mala nota” y los desilusionados desahuciados encuentran consuelo en las líneas de un esperanzado reincidente. Es una pecera surrealista donde nadan simultáneamente pensamientos y emociones, deseos y lamentos, cuyas aguas calmas se agitan cada cierto tiempo cuando un depredador aparece para devorar una presa e iniciar nuevamente su incansable acecho.

Más ese medio ocasionalmente hostil se endulza con la presencia de alguien que tiende su mano al que necesita unas palabras de aliento, una palmada virtual en la espalda o un beso imaginario, como lo sueña Ernesto, de una doncella deseada que vive en lo más alto de la torre del Chat y pocas veces baja a teclear.

De pronto, en medios de los temas confrontados, aparece el administrador. Terrible juez inquisidor que en momentos es policía bueno y hasta doble agente que chequea otros grupos en los que participa el señalado de violar las normas y que ha sido amonestado. Es allí cuando el Chat se convierte en juzgado y entran a la escena los miembros de un jurado de oficio que evalúa el caso y se pronuncia sobre la actuación del infractor.

En esos momentos de vergüenza pública surge en medio de la cruda increpación la fina palabra de un ángel luminoso que asume la defensa y llama a la compresión y al perdón. Ese juicio breve sin lapso probatorio puede terminar súbitamente en la deshonra pública del participante. Entonces, sin derecho a apelación, en la soledad de su habitación, el sentenciado acepta amargamente su duro destierro, viendo una nota que ha quedado en la pantalla que le notifica su eliminación.

Así es el Chat, almas que avanzan en la posta de la vida encontrándose en un mundo tan real como virtual, no conocido por generaciones anteriores y del cual apenas se han escrito unas cuantas líneas como éstas. Es la representación de una nueva y cambiante comedia que reinicia cada día con cientos de actores que emprenden una impredecible travesía en el ancho y oscuro mar de la red.

Mientras, al final del día, Ernesto termina su jornada con un sabor agridulce en la boca. No pudo llamar la atención de aquella hembra. Los comentarios positivos a su extensa nota satisfacen su ego pero la indiferencia de la dama de la torre le tortura. Más de pronto su corazón vuelve a latir apresuradamente cuando ve en la pantalla la notificación que anuncia que su amor está escribiendo.

Unos segundos después en medio del suspenso que impone la expectativa llega el choque con la cruda realidad: Ha sido nuevamente ignorado. Ella solo ha colocado una manito con el pulgar hacia arriba, pero no a su elaborada nota sino al corto tuit de escasos cincuenta caracteres compartido por el mayor influencer del grupo.

El Chat sigue en la noche, no duerme solo reposa, se calma un poco y vuelve al alba con sus miles de historias, sin prólogos ni epílogos, con sus coincidencias y desencuentros, llenas de nobles intenciones y de propósitos inconfesables, donde afloran causas libertarias y sentencias condenatorias.

Son las líneas sin final con las que se escriben las notas digitales de estos tiempos insólitos de inicios de la tercera década del milenio.

LUCIO HERRERA GUBAIRA.




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