«Prefiero una libertad peligrosa antes que una esclavitud tranquila»

Mariano Moreno, prócer argentino.

Venezuela, otrora paradigma del mundo en desarrollo, atraviesa hoy la más cruel de todas las crisis que haya podido sortear una nación y esta afirmación no constituye en lo absoluto un tremendismo o una audacia, sencillamente la Organización de las Naciones Unidas se vio en la penosa obligación de darle tal calificativo, pues la misma no provenía de una catástrofe natural o de un conflicto bélico.

Nuestro drama pone en aprietos a Carl Phillip Von Clausewitz, pues es el propio Estado quien esta gestando su autodestrucción, para que pivotándose en los conceptos de Nassim Nicholas Taleb, este marasmo de entropías encuentre un fulcro o punto de estabilización. Aunado a estos conceptos harto conocidos subyace la inoculación de un horrido daño antropológico, al cual no podemos obviar y que justamente subyace en la anestesia del alma, como bien lo definiese Aguilar León en su obra Reflexiones sobre el futuro de Cuba.

Esta crisis es la consecuencia de la instalación de la cacocracia en el poder, la cosificación de la frontera óntica y su reemplazo por posturas crematísticas, que han llegado a trepar hasta en las esferas de un sector académico pervertido y absolutamente comprable, quienes de enconados opositores, pasaron a dóciles cortesanos de búhos, murciélagos y del inefable “super bigote”, la caricatura bufa de un logo, depauperado, que ha caído en el infortunio de la negación absoluta, del nihilismo y la levedad. Somos una suerte de reedición de la novela la broma, de Milán Kundera. Si nuestra existencia no constituyera un drama sería un vodevil de risas y burlas, en la cual la burla sempiterna seriamos nosotros mismos.

Bajo la anestesia colectiva, somos un país sin moneda, en donde la gente ajusta los bienes a la moneda y no la moneda a los bienes, en el cual se reciben caramelos como pagos, un país sin energía eléctrica, sempiternamente saboteados por los enemigos de la revolución, en cada corte de luz, en cada espera eterna, en cada respuesta absurda subyace Daniel Estulín y el control social.

Tampoco hay agua, ni infraestructura mínima, ni escuela, ni maestros, ni universidades y lo peor no hay educación. Los estudiantes no son evaluados, se promueven sin competencias y en las líquidas redes sociales, unas enfermeras recién graduadas de la UNEFA se jactaban diciendo me gradué y no se inyectar, me gradué y no sé anatomía, es la oda al vicio, el revolcarnos en el estiércol luego de haber bebido la pócima de Circe.

La hiperinflación nos marcó, cual macula de Caín, ese dintel del infierno de Dante, lo cruzamos cual Sísifo a diario, el ricorso a la barbarie, el gusto por lo contrahecho, la victoria vacía de la estética del horror, en este país nos faltan las 2/5 partes de la población y no importa y en la civilización del espectáculo, se fotografían encumbradas damas de esta sociedad, cerrada y de rancia alcurnia como la valenciana, con las esposas de los captores y los responsables del horror, me imagino que deben disfrutar de los bailes del señor Lacava, con medio estado sin suministro eléctrico y de agua potable, ni hablar del gas, solo importa la foto.

Estamos tan enfermos que la semana pasada se bajaban de los vehículos a agradecer que las colas habían bajado, sin tomar en cuenta la anunciada paralización del complejo refinador del Palito. Pero no importa, el espectáculo de Tellechea y Lacava bastó para convencer a una sociedad de acólitos, quienes se benefician del horror de que Venezuela se está arreglando.

Somos el país más endeudado del planeta, a la llegada del chavismo la deuda ascendía a 45 mil millones de dólares y ahora se ubica en 180 mil millones, con 80 millones en impago, eso representa 316% el PIB. Sin embargo vienen cantantes, hay una novela y no hemos advertido que somos un melodrama cruel a la Antonin Artaud. Este país es elástico con lo nimio, improvisado y aluvional, somos un rancho cayendo al vacío tras el peso de la lluvia, cuarta y quinta república, en un coito incestuoso, que nos traerá un futuro retorcido, deforme y cruel.

Venezuela vive en nuestras sienes, en nuestro recuerdo de punzante dolor, que nos hace aguar los ojos, mirar a otro lado para no estallar en llanto, pero ese recuerdo del resquicio de lo que jamás tendremos, es absolutamente nuestro y estos ladrones y gánster en el poder no lo robaran, a ustedes traidores, les enrostro la autenticidad de mi relato, la propiedad de mi discurso y el hecho de preferir llorar a traicionar, aun puedo sembrar pensamiento crítico, aun puedo insuflar virtudes, en mis estudiantes encuentro el bálsamo para seguir en esta lid de la denuncia, la lucha por la libertad y la justicia.




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