Asisto a un webinar sobre la industria petrolera venezolana. Muy buena exposición, con un hilo ingenioso que sirvió a la vez de conductor y estructura de la trama. Llegamos a la sesión de preguntas y, como sucede casi siempre, se cuela el tema político y social del terruño: no importa que se hable de literatura, petróleo o música de cámara, en cierto momento el pasado ¿Cómo llegamos a esto? y el futuro ¿cómo salimos de esto? reclaman su sitio preferente en la conversa. Uno de los presentes toca un punto jabonoso cuando se remite al rentismo en la sociedad venezolana. ¿Es el petróleo responsable del rentismo, o ya la sociedad era rentista y se encontró con el petróleo para fortalecer su cultura de recibir del Estado? La respuesta va saliendo de a poco, hasta que al final se concreta que la sociedad venezolana no es rentista: hay unos rentistas que son los responsables de que las cosas estén como estén (o como han estado desde hace mucho tiempo) y son ellos los que han montado una estructura de dependencia que le ha asignado al rentismo un protagonismo tan relevante en la historia económica, social y política de Venezuela. Se dice que la gente –mucha gente- se levanta a las 4, 5 o 6 de la mañana para agarrar una buseta e ir a trabajar, y ese comportamiento no es precisamente de alguien que vive de las rentas. Si este argumento se amplía con la calamitosa realidad que vive hoy la mayoría de la población se podría concluir que los venezolanos –excepto una diminuta minoría- no son rentistas.

También se discutió sobre la necesidad de definir el país que se quiere crear cuando lleguen el momento y la oportunidad, y entre los dos temas –la renta y el país- hay una combinación que merece comentarse. Porque un país no se puede definir y mucho menos construir si no se conoce la materia prima de que está hecha su gente. No la carne y los huesos, que de eso tenemos todos, sino los valores, las creencias y la cultura colectiva. Invocando el término de arquitectura cultural, un edificio se hace con acero, aluminio, concreto y vidrio, y una sociedad democrática y próspera se hace con valores como la internalidad, la motivación al logro, la responsabilidad individual, la participación y unos cuantos más. Por el contrario, un régimen populista –la quinta esencia del rentismo- tiene el terreno abonado cuando la gente cree en caudillos, en iluminados poderosos, en soluciones mágicas, en culpables externos y en causas únicas.

En función de sus motivaciones colectivas, para quien las conozca, la sociedad venezolana está mucho más cerca del rentismo que de la generación de riqueza privada e individual. El bienestar de la sociedad ha ido en paralelo con la renta petrolera porque no hay ni hubo un sector productivo que fuera capaz de compensar las caídas en la renta de los hidrocarburos. Y no hay un sector productivo competitivo porque el petróleo subsidió el bienestar de la población –incluida la que se levanta a trabajar de madrugada- hasta que ya no pudo. Viendo una gráfica con los ingresos petroleros de las últimas 3 décadas del siglo XX queda muy claro que el comienzo de la crisis de los 80 coincidió con el congelamiento de los precios petroleros y su caída posterior, desde los 35 dólares por barril de 1980 hasta los 8 o 10 de 1986. La Venezuela saudita coincidió con los precios multiplicados por 4 y por 10 que se presentaron a partir de la guerra de YomKippur. La Venezuela rentista –la mayoría de la sociedad, desde el pueblo llano hasta los empresarios que no querían competencia- fue la que se opuso al plan de modernización y apertura económica de CAP II y eligió al rentista mayor, Hugo Chávez, como presidente de la ya extinta República.

En lugar de asumir que el dinero petrolero desajustó a la sociedad y la volvió cómoda y rentista, la historia y los rasgos sociales dominantes parecen indicar que la cultura del país responde a un concepto rentista de la vida. Una sociedad rentista, y no un evento fortuito, fue la que creó instituciones cuyo fin primordial ha sido cultivar el paternalismo, en lugar de promover la generación de riqueza; y esa misma sociedad diseñó o eligió unos sistemas de gobierno que responden al deseo expreso de no participar en las decisiones para dejar que quien mande se ocupe de los problemas y de sus soluciones.




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