Tres estaciones de servicio rodean esta esquina, en la avenida Universidad de Naguanagua, hoy convertida en un gran estacionamiento. Foto Carolina González

En Naguanagua hay un triángulo, similar al de las Bermudas. El que pasa por allí se pierde, para aparecer minutos más tarde en una de las decenas de colas que se forman alrededor de las estaciones de servicio Santa Ana, La Granja y Paramacay.

Es una historia nueva en el municipio, que se fue gestando tras años de desinversión en mantenimiento de las refinerías venezolanas, de las más productivas del mundo en su época, hoy reducidas a instalaciones destartaladas, que funcionan por períodos tan cortos, que son insuficientes para abastecer de combustible a un país necesitado.

El inicio de operaciones de la Refinería El Palito, en Puerto Cabello, ha sido anunciado en, al menos, ocho oportunidades, pero tres o cuatro días después vuelve a paralizarse por las malas condiciones de su infraestructura.

Esta fue la primera instalación en el país en producir gasolina sin plomo y su capacidad de procesamiento era de 140 mil barriles al día de crudo. Desde allí se podía abastecer de gasolina y otros derivados al centro occidente del país, mediante un sistema de poliductos que incluía la Planta Yagua, en el municipio Guacara. Este fue el primer complejo refinador en Venezuela con autogestión eléctrica e interconexión sincrónica con el sistema eléctrico nacional.

Pero la escasez de gasolina es también una historia de corrupción, de viveza y de falta de humanidad, que ha dejado en situación de vulnerabilidad a un pueblo que hasta hace poco tiempo tuvo la gasolina más barata del mundo. Ese venezolano, hoy debe soportar no solo las inclemencias del tiempo, sino también las humillaciones, la impotencia frente al que puede pagar para no tener que dormir en el carro o pasar días y hasta semanas en una interminable cola con el único objetivo de llenar el tanque de combustible.

El Triángulo de Naguanagua: Paramacay, La Granja y Santa Ana

Son tres las bombas en un mismo espacio y unidas por la avenida Universidad, que ha terminado convertida en un gran estacionamiento.

21 días en cola por 40 litros de gasolina en Paramacay

Rosalinda y Víctor se anotaron en una lista el lunes 31 de agosto. Junto a ellos, 80 personas más hicieron lo propio. Debían ir en la mañana y en la tarde a ratificar su presencia para guardar un puesto en la cola que les permitiera, al llegar la gandola a la estación de servicio Paramacay, poder equipar.

No imaginaron que el sufrimiento sería tan largo. Fue el jueves de esa misma semana cuando llegó la gandola a la consentida estación de servicio de los militares. El vehículo reapareció una semana después, el jueves 10 de septiembre; y luego el domingo 13 de septiembre. La volvieron a ver el domingo 20, cuando acumulaban 21 días de espera por el combustible.  Después de 3 semanas de mal comer y dormir, solo pudieron surtir 40 litros de combustible.

En la esquina de la E/S Paramacay las colas son permanentes y estancadas, contrario a las que se aprecian en la bomba La Granja, ubicada al frente y que vende combustible a 0.5 dólares el litro.
En la esquina de la E/S Paramacay las colas son permanentes y estancadas, contrario a las que se aprecian en la bomba La Granja, ubicada al frente y que vende combustible a 0.5 dólares el litro.

En dólares en La Granja para las arcas de la gobernación

Al frente, en la E/S La Granja, que vende gasolina a 0,50 dólares el litro, las colas comenzaron a aumentar la última semana. Hasta ese momento, las gandolas llegaban a diario. Era común escuchar los comentarios de quienes desde el otro lado de la avenida Universidad veían como en esta gasolinera, ahora en manos del gobierno regional, todos los días llegaba una cisterna aunque fuera en la tarde.

Mónica González acumuló ocho días en cola para comprar gasolina a precio de dólar. Ella no llegó en los felices días en los que el arribo de las gandolas era diario. Aunque su espera fue más corta, ella padeció los mismos rigores de quienes hicieron cola en Paramacay. Pasaba las mañanas en la cola. Se retiraba a almorzar y descansar un rato, para retornar cerca de las 7:00 de la noche cada día. En el parabrisa de su carro destacaba un número: 857.

Cuando decidió colocarse en la cola ya sabía que la escasez de gasolina se agudizaba. El peregrinar la había llevado hasta la Redoma de Guaparo, al Vía Veneto, al Trigal. Buscaba estaciones dolarizadas porque pensaba que sería más fácil. Hacerlo en una de gasolina subsidiada «ni hablar», no estaba dispuesta a pasar casi un mes para comprar combustible económico, prefería pagarlo más caro.

Parte de la cola para equipar el tanque de gasolina en la E/S La Granja (Foto archivo)

Espera interminable en Santa Ana

Completando el nuevo Triángulo de Naguanagua, está la E/S Santa Ana. Allí Margarita Pineda y su esposo aguardan desde el 1 de septiembre. En esa fecha habían 26 listas. El matrimonio estaba en la número 11. Como Rosalinda y Víctor, cada día acudían a ratificar su puesto, pero la ausencia de las gandolas complicaba el panorama. El sábado 5 de septiembre vieron llegar un vehículo y se emocionaron.

Pensaban que si se regularizaba el arribo de estas anheladas cisternas podrían salir en pocos días de ese padecimiento. No fue así. La siguiente semana solo una vez apareció una gandola. Lo mismo ocurrió las dos semanas siguientes. El domingo 20 de septiembre aún no lograban el cometido. Desmoralizados, pero con algo de esperanza, decidieron seguir esperando. «Si ya estamos aquí, ¿cómo nos vamos a ir?, ¿dónde podremos comprar gasolina sin hacer una cosa de varios días?».

Foto Carolina González

«No me los pases por la cara, no me humilles más»

En las colas por gasolina pasa de todo. Con muy pocas excepciones, quienes están en ellas lo hacen por una real necesidad de combustible. Este es el caso de Alejandro Valenzuela, un señor de 67 años que acudió religiosamente cada día, durante tres semanas, a guardar su puesto. «Hay quienes nos critican porque perdimos la voluntad, porque terminamos arrodillándonos ante este nefasto gobierno que nos tiene pasando trabajo, pero qué hago si yo vivo de mi carro, de las «carreritas» que me permiten llevar comida a la casa?. Es muy fácil juzgar, pero pónganse en mi lugar».

En estos espacios obligados de permanencia se ven manifestaciones de todo tipo. Está el que guarda los cupos «para el carro del jefe, de su amigo y del amigo de un amigo». Esos carros no aparecen sino hasta el último momento, justo el día que llega la gandola y ni el jefe ni sus amigos hacen cola. Se comenta que cada cupo puede costar hasta 15 dólares.

Está también el que no quiere respetar la lista, el que asegura que prefiere poner su carro y rodar con él. Termina pasando por encima de quienes tienen días cuidando un puesto para poner gasolina. Por lo general, estos hechos desencadenan en enfrentamientos. En la E/S La Granja, como consecuencia de una acción de este tipo, un conductor terminó con cuatro puntos debajo de su ojo izquierdo. En Paramacay y en Santa Ana hubo varias escaramuzas.

Pero uno de los hechos más repudiados por la ciudadanía tiene que ver con el comportamiento de algunos uniformados, en especial los de las policías, pero también de la Guardia Nacional y del Ejército.

No me los pases por la cara, exigían a los militares en Paramacay. Foto Carolina González

El domingo 21, cerca de las 3 de la tarde, quienes aguardaban su turno para cargar gasolina en la E/S Paramacay se percataron de que en la misma esquina donde comenzaba su cola, en la intersección de El Carabobeño, Mc Donald y el Fuerte Paramacay, los uniformados dejaban pasar otros carros que nunca habían estado en esas filas. Ellos explicaron que eran militares o hijos de militares que iban a cargar gasolina, pero los conductores sabían que la cola para esas personas se hace al lado del centro comercial La Granja y que acceden a la gasolinera por los lados del supermercado Bio.

Airada, una señora de la tercera edad le reclamaba al militar. «Yo sé que aquí la gente paga por no hacer cola, yo sé que hay muchos que tienen más derechos que nosotros que somos el pueblo y que por esa razón tenemos que pasar semanas a la intemperie, pero por favor no me los pases por la cara, no me humilles más. Si van a pagar mándalos a dar la vuelta, que entren por otro sitio, no por aquí, no en mi cara, porque aquí estoy yo que tengo tres semanas esperando para poner gasolina y encima estoy viendo como tú le permites a esa persona que se colee».

Su molestia era genuina. También la de Ramón Silva. «En nuestras narices pasan a gente que ya tiene el ticket comprado. ¿Cómo lo compraron?. Ellos dicen que son hijos de militares, de coroneles, pero sabemos que eso no es cierto».

Ese domingo apareció en Paramacay una segunda gandola. A los 50 carros «del pueblo» que habían surtido en la mañana, se les sumaron 40 más en la tarde. Además, los militares accedieron a venderle gasolina a un señor de 72 años que, apoyado en su bastón, tenía 21 días de espera, al igual que el resto.

Pero hay otra forma de pasar a la gente por esta intersección sin que hagan cola. Dicen que son trabajadores de los locales que funcionan en la estación de servicio. Lo curioso es que estos conductores no llegan a la bomba, sino que se suman a la cola que se forma en la avenida Universidad, justo antes de ingresar a la gasolinera.

Justamente grabando uno de estos episodios, una periodista fue hostigada por uno de los militares el jueves 3 de septiembre. Para el oficial, era una grosería y una falta de respeto que la comunicadora estuviera registrando esos hechos.  Ese día se suspendió la venta. De los apenas 50 carros a los que habían prometido surtir de la «cola del pueblo», solo lograron el objetivo 20 de ellos.  Por el lado contrario, frente a FreeMarket y el C.C. La Granja, las colas siguieron avanzando.

Ese jueves por la tarde dos militares se acercaron a quienes, frustrados, no habían podido comprar combustible. Argumentaron que el comandante del operativo en esa bomba les había mandado a averiguar por qué la cola se había detenido. Aunque se les informó a los uniformados con lujo de detalles lo que había acontecido, la situación se repitió con la llegada de la próxima gandola. La vivieron nuevamente los mismos conductores, pero esta vez el 10 de septiembre, el 13 y el 20 de ese mismo mes. No hubo correctivos.

Paramacay
El 3 de septiembre, en la avenida Universidad, justo frente a donde pernoctan cientos de personas en espera de comprar gasolina, los militares permitían el ingreso de conductores que no habían hecho cola. La situación se repitió el 10, el 13 y el 20, los días en los que llegó una gandola. Foto Carolina González

Los coleados

La queja repetitiva en la estación de servicio La Granja es que muchos vehículos se meten en la cola, de primeros, alegando que habían guardado su cupo desde hacía varios días. «La ubicación de la bomba se presta para que los vivos hagan de las suyas, en la «y» que se forma entre la Ford y La Isla, muchos se meten, y para ello cuentan con la complacencia de los policías que se encargan de resguardar la seguridad de la gasolinera».

Los altercados no les son ajenos a quienes optan por pagar su gasolina en dólares, convencidos de que la escasez es de tal magnitud que es preferible pagar un poco más para tener combustible. Precisamente por eso, cualquier vivo que quiera obviar la cola o el que paga para no hacerla, genera inconvenientes.

Entre cuerpos de seguridad

En Santa Ana ocurre una situación especial. Cientos de personas se aglomeran en los alrededores de la gasolinera cuando llega una gandola. Son hombres y mujeres de distintas edades que pasan días y hasta semanas esperando para adquirir combustible. Tampoco son ajenas las denuncias por cobro para guardar cupos o favorecer a determinadas persona, e incluso diferencias soterradas entre miembros de cuerpos de seguridad.

El 25 de agosto hubo una protesta en esta estación de servicio. Quienes aguardaban su turno se quejaron airadamente por cuanto había personas que accedían directamente a la cola para pagar. Según ellos, los pasaban por los lados de la cauchera y llegaban a la oficina donde efectuaban el pago y salían con su ticket en la mano.

Este martes, la Alcaldía de Naguanagua tomó el control del expendio de combustible en esta gasolinera. Se conoció que los listados anteriores se eliminaron y que a partir de este momento, la lista será elaborada por funcionarios de la Alcaldía de Naguanagua. Se anotarán entre 80 y 100 personas cada vez que llegue una gandola y se dará prioridad a quienes viven en Naguanagua. Al parecer, serán las Unidades de Batalla Chávez (UBCh) las que se encargarán, a partir de la próxima semana, de la elaboración de los listados. Esto último no fue del agrado de los presentes.

Foto referencial

Solidaridad y camaradería

Pero en las colas para la gasolina no todo es negativo. En estos episodios dramáticos que hoy forman parte de la cotidianidad del venezolano, también afloran la solidaridad y la camaradería. Siempre está presente el cafecito matutino que alguien lleva para compartir con sus nuevos amigos o un juego de dominó para pasar el tiempo mientras se enfrenta una situación que ninguno quisiera vivir pero que a todos les toca enfrentar.

No falta quien ayude a empujar un carro que ya se quedó sin combustible, o el que repara el control de la alarma del vehículo de una señora, que se desactivó por causas desconocidas.  Es esa característica propia del venezolano, que nos hace tan particulares y que se mantiene en medio de la adversidad.

Foto Carolina González

El domingo 21 de septiembre muchos lograron el objetivo. Tras 21 días en cola pudieron comprar 40 litros de gasolina en la E/S Paramacay. Rosalinda y Víctor regresaron a su hogar, pero curiosamente no estaban felices. Por el contrario, el trauma por las angustias vividas, por el temor a perder el puesto bregado a pulso en esas tres semanas, por el miedo a que los militares decidieran parar la cola, que el sistema biométrico no funcionara o que la tarjeta no pasara se mantiene en el recuerdo.

El domingo 21,  Margarita y su esposo no habían podido comprar gasolina. La incertidumbre los embargaba, porque pese a que la gandola llegó, para ellos no alcanzó. Al frente, Mónica seguía esperando. Su objetivo lo alcanzó el martes en la tarde, cuando cumplió ocho días en cola: compró gasolina muy cara, pero su tanque está full.

Por fortuna, a partir de la semana que inició el 22 de septiembre han mejorado las cosas para algunos. En la E/S Paramacay están surtiendo con más frecuencia. En La Granja la distancia entre la llegada de una gandola y otra se ha acortado, al igual que en Santa Ana, pero la extensión de las colas se mantiene.

Rosalinda, Víctor, Mónica, Margarita y su esposo recorrían la avenida Universidad cuando desaparecieron para reaparecer nuevamente en las colas de Paramacay, La Granja y Santa Ana, las gasolineras que escogieron para pasar varios días. En esas colas sus vidas se paralizaron por un tiempo, muy largo para el objetivo propuesto. Hoy los asumen como días de vida perdidos, una angustia que difícilmente podrán olvidar. Una historia que parecía increíble en este país, el de las mayores reservas petroleras del mundo.




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