Se está explorando la posibilidad de que se produzca un diálogo entre el régimen y la oposición que eventualmente conduzca a una negociación mediante la cual se puedan resolver los problemas más apremiantes que tiene Venezuela. Eso es, palabras más palabras menos, lo que uno interpreta de las recientes reuniones en Dominicana. La conversa está ocurriendo porque el canciller francés la anunció y porque, en realidad, el diálogo le conviene más al chavismo que a la oposición. La dictadura, haciendo lo que mejor sabe, ofrecerá concesiones que no va a cumplir, alargará todos los plazos y terminará esquivando, a cambio de sentarse en una mesa, parte del temporal de sanciones que se le puede venir encima .

Además de la exploración para encontrar acuerdos que permitan dialogar, el gobierno decidió convocar a elecciones regionales –con un año de retraso injustificado, pero así son- para elegir a los gobernadores de estado. Los partidos de la Unidad, con algunas excepciones, se pusieron los uniformes, buscaron sus guantes, gorras y spikes y bajaron al terreno a jugar una sesión más de béisbol chino contra los rojos. Hay espacios que conquistar, dicen los candidatos, y hacen campaña y ofrecen arreglar el país desde las gobernaciones. Para variar, el régimen se guarda el derecho de inhabilitar al que le dé la gana y dice que quien no reconozca a la ANC no podrá ser gobernador. Ya salió algún partido asomando la posibilidad de reconocimiento, como que no pero sí.

Para la oposición, el diálogo incondicional es una pérdida de tiempo. Nadie debió ir a las reuniones exploratorias sin condiciones cumplidas, aunque se molestara el canciller francés (que, después de todo, no es el que hace cola para conseguir comida). Por su parte, participar en las regionales bajo la cayapa de los poderes públicos, ANC incluida, y la regencia de las fuerzas armadas (que, al final, son las que están manteniendo en pie al tinglado chavista) terminará como han terminado las últimas elecciones: con fraudes y gobernadores electos pero sin silla. Ninguna de las dos acciones tiene el punch para debilitar al gobierno ni resolverle la vida a la gente, por mucho que la comunidad internacional le tenga el ojo puesto a la revolución. El tiempo pasa. El soberano opositor se aleja de sus dirigentes y las organizaciones políticas se quedan en el cascarón. Los cambios de rumbo y la terca insistencia en fórmulas que no han funcionado solo sirven para alargar el túnel, que ya va a cumplir 19 años.




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