Desde el pasado 20 de mayo de 2018, el mapa electoral se vistió totalmente del color que caracteriza al sector oficialista del país, el rojo. El azul, representativo de la oposición, prácticamente quedó mermado y en la praxis solo se circunscribe a su gestión en la Asamblea Nacional y en las cinco gobernaciones en las cuales obtuvieron el triunfo el 15 de octubre de 2017, fecha en la cual también se recuperó el poder en la gobernación del estado Zulia, con el triunfo de Tomás Guanipa, quien luego fue defenestrado de ese cargo al negarse a juramentarse ante la directiva de la Asamblea Nacional Constituyente, pues es un mandato no establecido en la Constitución Nacional ni en las leyes orgánicas y demás normas legales de la República. El también diputado a la Asamblea Nacional simplemente no se le reconoció ese triunfo por ser congruente con su discurso y actuación frente a la Asamblea Nacional Constituyente, catalogada como espuria e inconstitucional.

El rojo con que se tiñeron casi todos los estados de esta nación sudamericana, convertida hoy por los propulsores del Socialismo del Siglo XXI  en la República más peligrosa y pobre de Sudamérica,   significaría el fortalecimiento del Partido Socialista Unido de Venezuela como primera fuerza política venezolana, si realmente esas elecciones presidenciales y regionales hubiesen sido transparentes y no estuviesen marcadas por el fraude y la coerción política a los pocos sufragantes que ejercieron su derecho al voto. E igual, si esos comicios no hubiesen sido rechazados por el 82 por ciento de los venezolanos que deplora   la gestión de Nicolás Maduro y su forma de ejercer el poder.  Los resultados cantados por Tibisay Lucena a favor de la reelección del actual presidente venezolano no son creíbles y fueron  descartadas y repulsadas por su principal contrincante, Henry Falcón, quien exigió la repetición de esa contienda presidencial ante el máximo organismo electoral del país,  cuyas rectoras  al rechazar ese recurso de apelación reiteran que los resultados dados por la presidenta del CNE son correctos y no hay necesidad de realizar  nuevos comicios.

Respuesta favorecedora para  Nicolás Maduro, como era de esperarse, porque  no es un cuento que desde el mandato de Hugo Chávez Frías, el Consejo Nacional Electoral no es un poder autónomo, al igual que el Moral y el Judicial, pese a que la intención de elevar a Poder, en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, esas instancias que en la Carta Magna del 61 aparecían como simples órganos adscritos a otros poderes, era profundizar la democracia por medio de su actuación imparcial y anti partidista. No obstante, con la actuación de sus rectores, el Poder Electoral desdibuja su autonomía y el Consejo Nacional Electoral no resalta como el órgano rector de las políticas electorales nacionales, sino como un simple apéndice del Poder Ejecutivo, el cual pareciera que es la instancia que le maneja y marca la direccionalidad de su actuación y ejecución, especialmente en  todo lo relacionado con los procesos electorales, en aras de garantizar la perpetuidad de los “revolucionarios” en el poder para asì consolidar el Socialismo del Siglo XXI, aunque más del 82 por ciento de la población no elija, porque se niega a participar en unas elecciones que considera dolosas por la no transparencia de sus procesos y porque sus autoridades siempre juegan a favor del triunfo de los revolucionarios, los cuales son sus amigos de partido y compañeros ideológicos.

Mientras ese esquema de sujeción ideológica se maneje entre las autoridades del Consejo Nacional Electoral,  Venezuela seguirá gobernada por los representantes del pro comunismo, aunque el pueblo se esté muriendo de hambre y padeciendo otras tantas penurias causadas por la  precariedad en el suministro de los servicios públicos,  así como por la pérdida de valores y la falta de ética de los funcionarios públicos escogidos en elección popular, además de  aquellos  de libre nombramiento y remoción,  en el desempeño de sus  funciones, por cuanto pareciera que al ocupar un cargo público, su empeño no es precisamente lograr el desarrollo nacional, regional y local, sino  la destrucción de los distintos sectores productivos del país hasta quedar en el estiércol, con el fin de poder dominar más fácil a la población, pues bajo esa condición es   más vulnerable  y estará obligada a depender totalmente de las ayudas del gobierno.

Pareciera que ese es el plan macabro de los socialistas para subyugar a los venezolanos a sus delirios, porque en 20 años de mandato , Venezuela se ha estancado y sus cimientes de desarrollo se han detenido. No hay inversión ni mantenimiento. La industria eléctrica deja diariamete varias horas  sin electricidad a los venezolanos, mientras explotan las centrales eléctricas y los transformadores por falta de inversión y mantenimiento. El transporte público colapsó y se volvió a las cavernas, cuando en vez de inyectarles recursos a ese sector, se implantan las camionetas chirrincheras y los comboy militares como medio de transporte.

Las ciudades venezolanas se encuentran atiborradas de desechos, porque los camiones recolectores están dañados y no hay repuestos para arreglarlos, mientras que en los hospitales no hay medicamentos, ni equipos médicos para la atención de emergencias y enfermedades graves. Ni médicos ni enfermeras ya hay en los centros hospitalarios, porque han abandonado sus cargos por la falta de recursos para cumplir con sus labores de resguardo y preservación de la vida. Solo bacterias, suciedad y abandono le acompañan. Tampoco el servicio de agua por tubería se cumple. Quien tenga  10   millones de bolívares o más para comprarle a los chóferes de los camiones cisternas son quienes disfrutan de ese vital recurso. Hasta PDVSA se encuentra destruida.  Da dolor que hoy esté convertida en un esqueleto, cuando en otrora era un emporio con gran prestancia en el ámbito internacional. Y más tristeza causa ver el total deterioro en el cual se encuentra Venezuela, sí hace 25 años atrás era un país con una pujante economía y una sólida democracia.

A pesar de esa temible realidad, Nicolás Maduro sigue siendo hoy presidente.   Gracias a las rectoras del CNE tiene garantizado su cargo, en Miraflores por seis más, aunque sabe muy bien que en ámbito internacional no aprueban su gestión por gobernar cuan  dictador y violador de los derechos humanos. Sabe, igualmente, que no podrá disfrutar a plenitud de todas esas mieles del poder que le brinda la colmena presidencial, porque    la hiperinflación interna provocada por sus políticas económicas públicas pro comunistas no le permiten el sosiego ni le  dan más tregua para seguir culpando a terceros de sus errores ni para continuar vociferando reiterativamente que los culpables de todas las desgracias del país son la guerra económica y las sanciones impuestas por los Estados Unidos, cuando la única guerra real es la hecha por él y  los compañeros de su gestión a los empresarios del país con las confiscaciones, expropiaciones, nacionalizaciones de sus propiedades para que cierren sus negocios y se sumen al cementerio de fábricas y empresas paralizadas del aparato productivo nacional.

A simple vista pareciera que Venezuela se ha convertido en un túnel sin salida del régimen oprobioso que actualmente gobierna y cuyos representantes no ven todo el daño hecho, porque continúan con su afán de fomentar el atraso, el hambre, la miseria y el éxodo colectivo, a través de la implantación del Socialismo del Siglo XXI, soportado en instancias ilegales creadas paralelamente a las legales y las cuales política y jurídicamente les permite avanzar en un modelo de gobierno y de gobernar que en 2007 fue rechazado por los venezolanos, a través de un referendo, cuyos resultados Hugo Chávez calificó “de mierda”, porque no le favorecieron a sus intenciones totalitarias, las cuales se han ido imponiendo por Nicolás Maduro de manera arbitraria, desproporcionar. De manera espuria y cínica, sin que nadie detenga su accionar dictatorial.   No les importa Venezuela. Únicamente lo que le puedan usufructuar para seguir engordando sus cuentas bancarias internas y en el extranjero. No escuchan quejas ni reclamos a sus malas políticas gubernamentales y quien se atreva a disentir es considerado un enemigo a quien debe eliminarse.

 

 




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