El descubrimiento en sus postrimerías de la posición de Eduardo Galeano, en su ensayo Las Venas Abiertas de América Latina, sobre el padecimiento de América Latina por los látigos recibidos desde Europa y los Estados Unidos, durante la colonización y la contemporaneidad, deslumbró por completo a Hugo Chávez Frías, una vez que se enfiló en el campo de las ciencias políticas, en la Universidad Central de Venezuela, en aras de conquistar un magíster en esa área, la cual tardíamente exploró por estar imbuido desde su adolescencia en una escuela de orden cerrado, como fue la Academia Militar de Venezuela, donde a la par de su formación en Ciencias y Artes Militares y la lectura de la Constitución Nacional de 1961, coqueteó con literatura marxista que le convirtieron en un utópico y le permitieron, desde allí, conspirar contra el patrón democrático establecido constitucionalmente y fraguar durante años el golpe de Estado que comandó el cuatro de febrero de 1992, con el objetivo de deponer al presidente Carlos Andrés Pérez y asumir con su grupo armado el poder en esa Venezuela de la cual hoy ya no queda ni la sombra, gracias a la forma arbitraria y anárquica como condujo el poder desde que llegó a Miraflores en 1999, hasta su muerte en 2013 ó 2012, con el único fin de convertir a este país en socialista, aunque fuese a la fuerza y a costa de las desgracias de su gente.

Chávez no pecó por ingenuo. Tenía muy claro que debía quebrar económica y moralmente a Venezuela, gracias al consejo y la asesoría de su temible amigo y posterior verdugo, Fidel Castro. Sabía que la Venezuela que recibía para gobernar era una nación pujante, con una economía sólida y envidiable en toda Latinoamérica. Sabía, asimismo, que tenía el poder como presidente de la República, Jefe del Estado y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas Nacionales, para hacer y deshacer, porque corrompería al abogado, al jurista, al militar y todo aquel requerido para transformar la ley a favor de la implantación del Socialismo del Siglo XXI. Igual contaba irrestrictamente con el apoyo de más del 50 por ciento de la población que le había elegido como Primer Mandatario Nacional, debido al buen uso de su doble discurso y a su astucia de transferir el poder al pueblo e invocarlo como su aliado en la lucha contra la desigualdad social.

Cual caballo de Atila todo lo que pisó, lo destruyó, con gran cinismo, alevosía y la plena convicción de que Venezuela y los venezolanos debían sucumbir para poder adoctrinarlos en una sola ideología y un nuevo orden de cosas que lo llevarían a ese supuesto mar de la felicidad que sólo era posible a través de la revolución bolivariana.

Cada política pública dictada, en consecuencia, era diseñada, tratada y cotejada según los cánones de Fidel y de acuerdo con las tácticas y estrategias militares descritas por Sun Tzu, en el libro El Arte de la Guerra, usado por feroces comunistas, como Mao Zedong y el daimio japonés Takeda Shingen, para imponer su poder y aplastar a la sociedad que dominan. De allí se inspiró para instaurar en Venezuela el espionaje como política de Estado, con el fin de mantener vigilados y sometidos a quienes vio siempre como sus enemigos políticos y no como disidentes u opositores, como lo calificaría cualquier gobernante demócrata, pero Chávez no lo era.

Fue un gobernante totalitario, centralizador y transgresor de la ley. Un gobernante, que de acuerdo con el politólogo John Magdaleno, impuso un autoritarismo hegemónico, con algunos rasgos de totalitarismo, continuado y afianzado por su heredero en el poder, Nicolás Maduro Moros.

Era un encantador de serpientes para enamorar a la población y hacerle creer que su bienestar era su prioridad. Un astuto gato para esconder toda esa podredumbre que habitaba en las instancias de su gobierno, pese a su fetidez y plena contaminación de los preceptos del Socialismo del Siglo XXI.

Una putrefacción que hoy determina a su gestión como una de los más corruptas y violadora de los derechos humanos, por cuanto se malversaron más de 300 millones de dólares en PDVSA, se recibieron en soborno de Odebrecht 98 millones de dólares y sus acólitos ocultaron en cuentas personales otros miles de millones más en paraísos fiscales, mientras la población venezolana muere de hambre y enfermedades que ya habían sido erradicadas durante los 40 años de democracia, gracias al saneamiento ambiental y al funcionamiento epidemiológico en el país, como la malaria, la difteria, la tuberculosis, el polio.

Con las enseñanzas aprendidas en El Arte de la Guerra y la infinidad de recomendaciones de los Castro, el ex presidente Chávez sacó sus garras y fortaleció su resentimiento social para decretar y ejecutar las bestiales expropiaciones, confiscaciones, nacionalizaciones, traducidas en simples robos y abuso de poder, para desmoralizar y desangrar económicamente, poco a poco o de un solo sopetón, a los empresarios, ganaderos, comerciantes e industriales pujantes y dejarlos en la ruina, en aras de convertir a Venezuela en un país inhóspito y desolado, con tan solo 3500 empresas abiertas, sin su total operatividad, de las 620 mil existentes en 1998, cuando llegó al poder.

Chávez acabó con la Venezuela donde moraban más de 20 millones de habitantes, repartidos en su capital, 23 estados y 335 municipios y Maduro consolidó la desgracia de que hoy 4,3 millones de venezolanos estén convertidos en refugiados y migrantes en varias partes del mundo, al huir del hambre, la miseria y la muerte que su nefasto gobierno propicia con su forma anárquica, autoritaria y déspota de ejercer también el poder.

Según las cifras manejadas por los representantes de la ACNUR, Colombia cobija aproximadamente a 1,3 millones de venezolanos y Perú, 768 mil, mientras que Chile acoge a 288 mil; Ecuador, 263 mil; Argentina, 130mil y Brasil, 168 mil. A esto se le suma, las cifras de quienes huyeron a los Estados Unidos, Canadá y algunos países de Europa.

Ni Hugo Chávez ni Nicolás Maduro quieren a Venezuela. La destruyeron por completo. Sus manos son de opresores. Violaron su identidad y soberanía nacional al mancillar la dignidad de sus habitantes, cuando acabaron con su tranquilidad, seguridad y estabilidad sicológica, espiritual y económica, hasta el punto de empobrecer toda la población venezolana devengante del salario mínimo, así como a los pensionados y jubilados, por cuanto sólo reciben mensualmente 40 mil bolívares. Es decir, menos de dos dólares al mes y sólo 1 mil 333 bolívares soberanos diarios, mientras la canasta básica pudiese sobrepasar en este mes los 10 millones de bolívares.

En tanto, la alimentaria, rondó en 3 millones 247 mil 472 bolívares, en julio, es decir más de 81,2 salarios mínimos, según el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros. Panorama demostrativo del empobrecimiento paulatino del venezolano, por cuanto el banco Mundial define a un individuo pobre a aquel que gana menos de 1,9 dólares por día.

Cifras que demuestran que la tendencia del venezolano común es convertirse en un total mendigo, por cuanto ni quienes ganen más del salario mínimo pueden enfrentar la hiperinflación presente actualmente en la economía venezolana, la cual permite el incremento diario o a cada hora de los precios de los alimentos y de los productos de primera necesidad, así como el suministro de los servicios públicos indispensables para vivir dignamente, como el agua, la electricidad, el gas doméstico. Realidad que no puede ocultar ni siquiera su camarada Michelle Bachelet en su rol como Alta Comisionada de

Derechos Humanos de la ONU, quien al actualizar el informe sobre Venezuela advirtió que la situación económica y social de este país ‘sigue deteriorándose rápidamente’.
El pasado lunes 9 de septiembre, Bachalet ratificó la cruenta realidad económica de Venezuela cuando expuso su discurso de apertura en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y afirmó que el salario mínimo de los venezolanos es de dos dólares mensuales, cinco dólares menos que en junio. «La economía atraviesa lo que podría ser el episodio hiperinflacionario más agudo que haya experimentado la región». Situación que atenta contra los derechos económicos y sociales de «millones de personas» por cuanto existe una «dolarización de facto» de la economía que ha agudizado la desigualdad en el acceso a los bienes y servicios básicos.

Son responsables Hugo Chávez y Nicolás Maduro del abandono y la destrucción en la cual hoy se encuentra sumergida Venezuela, un país que en otrora fue tierra de gracia y la Gran Venezia. Critican a Cristóbal Colón por su férrea colonización, mientras satanizan al imperio por su supuesta invasión, pero no entienden que tanto ellos, como gobernantes, como los nuevos colonizadores a quienes le entregaron al país, terroristas cubanos, chinos, iraníes, rusos, iraquíes, colombianos, la han marchitado su hermoso rostro y quemado su jardín; le han usufructuado no sólo su oro, petróleo, minerales y piedras preciosas, sino también su gentilicio, soberanía y derecho como tierra próspera y llana. Le han silenciado sus voces a través del irrespeto a la libertad de expresión e infartado su corazón amarillo, azul y rojo con las balas de ametralladoras, revólveres y fusiles disparadas a mansalva hacia quienes se revelan de las injusticias y salen a la calle a protestar por la recuperación de la dignidad perdida en los brazos de un opresor. La Venezuela potencia que Hugo Chávez soñaba fue la que dejó, saqueada y violada por sus cuatro costados, vulnerada y mancillada en sus raíces.




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