“Vengo de un país lleno de impacientes. Son quizás tan impacientes porque han esperado tanto tiempo a Godot y creen que por fin ha llegado. Es un error tan monumental como el de la propia espera. Godot no ha llegado (…) Solamente lo que debía madurar ha madurado. Habría madurado antes si lo hubiéramos sabido regar. Tenemos tan solo una tarea: transformar los frutos de esta cosecha en nuevos granos y regarlos con paciencia.”

(Discurso pronunciado por Václav Havel en la Academia Francesa de Ciencias Morales y Políticas, 1992)

Echamos mano a este conocido libreto teatral del teatro del absurdo – pues absurdo es el tiempo que vivimos – como analogía, como un referente que intente expresar los sentimientos que aparecen en estos momentos de incertidumbre y confusión, de prolongada espera, puesto que ya

En attendant Godot (Esperando a Godot) es una de las piezas cumbres del teatro del absurdo, escrita por Samuel Beckett y estrenada en París en 1953.

La trama, en principio, y como característico de este teatro del absurdo, no se logra percibir ningún hecho relevante, nos lleva hasta el cansancio por la sempiterna repetición, hace simbólico el fastidio y hasta la carencia de significado de la vida, angustia permanente en la corriente existencialista. Muchos son quienes consideran que se pretende escenificar la ausencia de Dios (por aquello de GOD)… sin embargo, el mismo Beckett aclaró que el título lo derivó del término francés “godillot” que en la jerga francesa significa bota… lo que hace sugerir que los personajes de la obra, dos vagabundos llamados Vladimir y Estragon que esperan en vano al borde de un camino a un tal Godot, lo que están esperando es la bota. Lo desconcertante de la trama no es que Godot no llegue nunca llegue sino que pareciese que nada ocurriese en un constante ciclo de repeticiones y repeticiones y repeticiones en las que la cotidianidad de los personajes va revelando su sinsentido. Hasta el fin de la obra, entretenida por los ocurrentes argumentos, no se visualiza salida, tan solo nos hace extenuante el asunto las alocadas apariciones del pérfido cruel Pozzo y su esclavo Lucky, acompañados de un joven que repite una y otra vez a Vladimir y Estragon de que Godot no vendrá hoy, «pero mañana seguro que sí».

Hace muchos años el profesor Alain Badiou, refiriéndose a esta obra, comentaba que Beckett logró transformar las tres preguntas fundamentales de Kant (¿Qué puedo conocer? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar?) en preguntas más radicales: ¿Dónde iría yo, si pudiera ir a alguna parte? ¿Qué sería, si yo pudiera ser algo? ¿Qué diría, si tuviera una voz?…

Aparecen de nuevo en el cotarro político las marchas y contramarchas de prolongadas deliberaciones tras silentes bastidores, las exigencias de unos y otros, las presiones recíprocas, el toma y dame permanente; se nos eriza la piel, y se nos van acabando las palabras.
Resulta evidente que algo sucede, que algo no está funcionando bien, que algo no se está haciendo o, simplemente, que nos estamos dejando llevar por la inercia política del presente, pretendiendo construir un futuro que tan sólo se concibe en estos dramaturgos del absurdo.

Ya pasamos de la comedia al drama. Ahora se escuchan gritos en esta tierra arrasada que al cielo llegan como susurros, gritos afónicos pues como dice Vladimir mirando a un distraído Estragón: “El aire está lleno de nuestros gritos, pero la costumbre ensordece” …

¿Será qué prolongamos at-infinitum esa espera? Por supuesto que siempre daremos un espacio a la esperanza, pero sin aceptar lo inaceptable, sin tomar en serio lo que carece de seriedad, lo que es a lo sumo un capricho o un envanecimiento, en casos extremos un ventarrón de demencia. Un país en su conjunto no puede estar a la merced de lo que imagine o disponga un régimen, que se empeña en una hegemonía que postergó el futuro de millones de seres.

Esperemos tan solo que nunca decaiga el coraje, la dignidad y el compromiso necesario para rescatar un país que tan solo espera por nuestra decidida voluntad.




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