De los principales voceros de la hegemonía roja, sólo provienen mentiras. Unas más notorias, otras más insidiosas, pero todo lo que declaran es mentira. Sí, todo. Puede ser que una determinada mentira tenga un núcleo o un lateral de verdad, pero eso no la hace menos mentira. Al contrario, la hace más peligrosa, porque puede mercadearse de una manera más fluida. Esto viene siendo así, desde que la hegemonía se constituyó. De hecho, el predecesor era mucho más habilidoso con la mentira que el sucesor.

Lo curioso de todo esto, es que haya gente inteligente y con cultura política, que todavía no parece que se hubiera dado plena cuenta de esta realidad. Lo hemos visto en estos mismos días con motivo de la tramoya noruega. El asunto ha tenido y tiene sus «abogados» en una parte significativa del espectro opositor. ¿Creen lo que dicen cuando defienden lo que pasa en Oslo? O también son mentiras. Habrá casos de casos, pero lo importante es que la hegemonía no pueda salirse con la suya, con sus incesantes mentiras.

Pompeo y los 40 candidatos

No sé si en Venezuela hay 40 aspirantes a suceder a Maduro, o 20 o 60. No sé. Lo que si sé es que la consistencia del ensamble político que ha venido representando Juan Guaidó, es precaria. Tal y como los hechos han venido demostrando. No descubre el agua tibia, el señor Pompeo, cuando afirma que la oposición venezolana –o al menos lo que él entiende por eso–, se encuentra desunida. Y eso no sería particularmente extraño ni negativo, si la matriz de la desunión estuviera en las aspiraciones de fulano o sultano.

Pero el tema tiene más hondura que la lucha natural por el poder. Es que los que supuestamente están luchando por ese poder, no tienen la solidez, la estabilidad, la coherencia para dirigir un país, en medio de todas las acechanzas que supondría la salida de Maduro y la superación de la hegemonía. Ojalá que puedan adquirir esas condiciones, y con premura, pero ahora, pienso modestamente, no se las veo. Pompeo habla mucho, es cierto, y habla mucho en relación con Venezuela. Uno supone que a veces se equivoca y otras acierta…

¿No hay emigración?

Según los capitostes del oficialismo, no, no hay emigración masiva de venezolanos, y ni hablar, por tanto, de una crisis migratoria. Pero según todos los estándares para medir estos temas, en Venezuela hay una de las crisis migratorias más graves de la historia de América Latina. Desde el poder se trata de desmentir a Acnur, que es la agencia especializada de la materia en el sistema de las Naciones Unidas. Acnur, por cierto, no es una institución que esté repleta de funcionarios adversos a la cultura de izquierda. Todo lo contrario.

Pero no se pueden tapar tres millones y medio, o casi cuatro millones de emigrantes, con un dedo o con declaraciones chimbas. Venezuela nunca fue un país de emigración sino de inmigración. Pero la llamada «revolución bolivarista», trastocó la historia y para muy mal. Lo peor de todo, sin embargo, es que la crisis migratoria pica y se extiende, y será así mientras Maduro y los suyos sigan donde están.

China y Rusia

En el Palacio del Pueblo y en el Kremlin, quieren hacer ver que China y Rusia están unidas para encarar el poderío de los Estados Unidos. Tiene sentido. Separados, los chinos y los rusos no tienen fuerza para hacer valer sus intereses frente a EEUU. Pero en común, esa fuerza aumenta considerablemente. En la Casa Blanca, no obstante, deben estar tranquilos. Quien sepa algo de historia, conoce las profundas diferencias entre China y Rusia. Diferencias que ni siquiera la identidad ideológica del comunismo pudo limar.

China es un potencia más estable que Rusia. En aquella gobierna un colectivo partidista, a pesar del liderazgo del presidente Xi Jinping; pero en ésta gobierna Vladimir Putin… Y no le gusta compartir el poder. Eso hace que Rusia sea más vulnerable de lo que luce. Más volátil, en la perspectiva de los años. Los chinos deben comprender esa situación y por lo tanto deben saber hasta qué punto las relaciones con Rusia son confiables.

flegana@gmail.com




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