(Foto Dayrí Blanco)

Dayrí Blanco | @DayriBlanco07

En un espacio de cinco metros cuadrados está toda la fe que mantiene con vida a Luis Espinoza. Ahí está su mamá, aferrada a Dios, y eso basta. A toda hora se le ve en la silla de extensión sobre la que come, duerme, intenta descansar, hace llamadas para conseguir medicinas y, sobre todo, reza. Ella nunca se imaginó todo a lo que se tendría que enfrentar en la sala de espera de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Su hijo ya tiene 25 días ahí, conectado a varios aparatos para poder respirar, desde que un funcionario de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) le disparó en la cabeza durante la acostumbrada represión violenta que ejecutan en manifestaciones de calle.

Fue en El Tulipán, San Diego, el 5 de junio en la tarde, mientras se desarrollaba con normalidad en todo el estado el tercer plantón nacional de 12 horas, convocado por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), cuando de pronto, las dos unidades tácticas de represión (tanquetas) de la GNB, que desde que comenzaron las manifestaciones a principios de abril están instaladas en el Distribuidor San Diego, se acercaron a la protesta y los uniformados, apoyados por motorizados de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) comenzaron el ataque. Todos corrieron a resguardarse. Luis, de 15 años, se asustó, se cayó y un uniformado de la GNB lo apuntó a menos de un metro de distancia y le disparó.

La bala le entró por el lado derecho del rostro y le salió por el cráneo. Al principio se pensaba que era un perdigón. Pero no. Durante los análisis médicos realizados se evidenciaron restos de esquirlas en el cerebro que aún no han podido ser removidas por la gravedad de la herida. Fue un arma de fuego la que fue detonada por el funcionario. De esas que está prohibido portar durante acciones de orden público.

Zulmy Espinoza prefiere no hacerse preguntas. Ella trata de no pensar mucho en porqués y se mantiene aferrada a su fe cristiana. “Yo no entiendo por qué le pasó eso a mi único hijo. No se por qué Dios decidió que lo hirieran así. Pero lo acepto y me enfoco en orar y conseguir todo lo que necesita para su recuperación”. Con ese temple se le ha visto siempre. Ella se encarga de hacer las gestiones para tener siempre a la mano medicinas e insumos que piden en la UCI de la Ciudad Hospitalaria Enrique Tejera (CHET). Camina constantemente apurada de “la pérgola”, como se le llama a la sala de espera, hasta la UCI.

Zulmy Espinoza, madre del joven herido por funcionario de la GNB. (Foto Dayrí Blanco)

Los cinco metros cuadrados dispuestos para los familiares de Luis en la pérgola se han convertido en su centro de operaciones. Desde ahí coordinan la logística para que Zulmy coma, se designan los encargados para la búsqueda de medicinas y el retiro de resultados de exámenes que se le practican al joven fuera del hospital. Ahí llegan amigos, compañeros de clases y de la academia de fútbol del muchacho para saber de su salud y apoyar. Zulmy es agradecida con todos, aunque evita hablar con ellos. “Esto es muy difícil para mi”.

De acuerdo al horario establecido en UCI, Luis puede recibir la visita de su madre tres veces al día por 15 minutos (6:00 a.m., 2:00 p.m. y 10:00 p.m.) Pero en ocasiones suspenden el encuentro si se presenta alguna emergencia en el lugar. Lo que sí no falta es la entrega de tres kits diarios de material médico como batas quirúrgicas, tapabocas, centros de cama y pañales.

“Cama 5: Luis Espinoza”, se lee en un pequeño cartel en la pared del frente de los cinco metros cuadrados. Son letras que se pierden entre las pancartas elaboradas por amigos en los que queda en evidencia la calidad humana del joven que el próximo 1 de septiembre cumplirá 16 años. “Es un muchacho activo, dinámico, alegre. Nos hace mucha falta en la academia”, expresó Eduardo Jaramillo, compañero de fútbol de “totti”, como le dicen por cariño por ser el nombre de su portero favorito.

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Durante tres años compartiendo en la escuela del Instituto Autónomo Municipal del Deporte de San Diego (Iamdesandi), aprendió a conocerlo bien. “Tienen en esa cama a un tigre enjaulado”, dijo sonriendo. Eduardo estaba en su casa cuando le llegó un mensaje con la foto de la cédula de Luis y la información de su herida. “Llamé rápido a mi tía para que averiguara bien. Y lo confirmó”.

Pero el primer familiar cercano que se enteró fue Jousy Rodríguez, tía de totti. “Alguien me llamó para decirme, no se ni quién fue”. Llegaron a la Clínica Los Jarales, el segundo de cinco centros asistenciales que recorrió Luis esa noche. El pronóstico de su salud en ese momento era crítico: Dos hematomas que le causaron un edema cerebral. A eso se le han sumado otras complicaciones. La visión de ambos ojos está severamente afectada, también está comprometida su audición.

No todo es negativo. Aunque está conectado a un traqueostomo y es alimentado por una gastrostomía que le practicaron, el muchacho responde a los estímulos, le aprieta la mano a Zulmy cuando ella le habla. La escala de aplicación neurológica que permite medir el nivel de conciencia de una persona que sufrió un trauma craneoencefálico está en 10 de una escala de 15, luego de haber bajado a tres después de la operación que le hicieron al día siguiente de haber sido herido.

Zulmy está convencida que las oraciones acompañan a su hijo. Ella no descansa. Sentada en la silla de extensión de la pérgola gestiona la manera de conseguir el dinero que necesita para cumplir el tratamiento de 21 días con dos antibióticos. Uno cuesta 33 mil y el otro se lo han ofrecido hasta en 90 mil. Requiere tres dosis diarias de cada uno. Pero ella no se detiene en preocuparse. “Pese a la situación país hemos conseguido todo lo necesario”. Incluso, han ayudado a familiares de otros pacientes de la UCI con medicinas e insumos. En esos cinco metros cuadrados la fe ha sido el cimiento de la fuerza de Luis y su madre.

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