De niño me llamaban la atención las peleas entre los perros callejeros que, por los lados de La Ceiba, luchaban por ganarse el derecho a fecundar a la hembra en celo. Cada pelea era una confusión de patas, hocicos dejando ver colmillos dispuestos a desgarrar pieles, partir huesos, arrancar orejas y, en fin, cada animal dispuesto a acabar con cualquiera que tuviera por delante, hasta herirlo de muerte, o hacerlo huir, rengueando o desorejado, sangrando y aullando de dolor. Pacientemente, ella esperaba a que los machos dirimieran el asunto, para aceptar al vencedor como padre de su futura cría. El macabro y desagradable espectáculo terminaba con el revoloteo de zamuros alrededor de los perros muertos o moribundos.

Antes de la Venezuela “bonita” que pregonaba el bribón de Sabaneta, muchos leían la prensa durante el desayuno, pero ahora se les niega el papel a los diarios no sumisos al régimen, y no es aconsejable desayunar leyendo los diarios digitales, no vaya a derramársele el café sobre el teclado, o caérsele e celular dentro del plato de cereal. En todo caso, el lector sabrá disculparme si le ha causado náuseas mi cruda descripción en el párrafo anterior, pero es eso lo que me ha venido a la mente, luego de leer lo
que ocurre con el desfalco a PDVSA.

Podía haber comenzado estas líneas pintando una escena que no causara náuseas en el lector, como una movida, en una reñida partida de ajedrez, donde se sacrifica a un peón para evitar un jaque al rey, por ejemplo, y que es lo que, según algunos, está detrás de los arrestos por investigaciones de corrupción en el entorno judicial y la industria petrolera desde la semana pasada, que han provocado la renuncia del ministro del petróleo: todo obedece a una estrategia para dar al régimen una imagen más cónsona con sus demandas por el levantamiento de las sanciones, que le tienen millardos de dólares confiscados en los bancos extranjeros. Es que el señor El Aisami está, según persistentes rumores de vieja data, muy identificado con las organizaciones terroristas islámicas, y su “sacrificio” es un paso hacia la liberación de esos cuantiosos recursos, hasta ahora a buen recaudo de las asquerosas manos del oficialismo, y no parece casual que los arrestados sean de los señalados por entendidos en ,clientelismo político como “allegados” a El Aisami.

Los venezolanos vemos en esa “cacería de brujas” en la petrolera nacional lo que a mí me recuerda una pelea de perros. El hecho de apuntar específicamente contra unos funcionarios corruptos de la empresa y sus cómplices, y no a los de otras empresas del estado, que también se apropian de cuantiosos recursos, hace sospechar que la polvareda levantada no tiene nada que ver con “lucha contra la corrupción en todos los terrenos”, sino con un solo y específico propósito, y por motivos distintos.

Y en la espuria asamblea, un histérico Jorge Rodríguez miente a grito pelado afirmando “que en toda la historia de la República Bolivariana de Venezuela, nunca se había luchado tanto contra la corrupción como durante la era chavista”, olvidando que Venezuela es “bolivariana” sólo en esta era, y durante ella jamás se había sabido de algún arresto por corrupción, que se recuerde. Durante la llamada “cuarta república” hubo despidos de funcionarios, pero eso ocurría cuando éstos se quedaban con toda la tajada, y no “mandaban para arriba” parte del botín.

Como iniciamos con un tema perruno, podríamos responderle al histérico Rodríguez con aquello de “A otro perro con ese hueso…”




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