Podemos subsistir aceptando el absurdo, pero no establecernos a vivir en absurdo. Algo de cada absurdo les agrega sentido a las fantasías humanas; de hecho, el absurdo puede ser gran motor de li­bertad, porque para hacernos libres buscamos salir de él. Nadie se eterniza en el absurdo, a no ser que en medio de una seriación de angustias y del crujir de la ansiedad, esté muy próximo a ser admitido en algún hospital psiquiátrico…

En la Venezuela de hoy siguen en acción los titiriteros e ilusionistas de lo absurdo. ¡Han obtenido jugosos trabajos! Para el patriotero de hoy es tiempo de intrigas en el acontecer económico, social y político: Nubarrones de fantasías y brotes de fábulas son difíciles realidades. Instantes históricos que estén en construcción; los mismos que ahora endurecen nuestra alma de pueblo. Por ironía el futuro, dimensión sin garantías nos remite más al pasado, para encontrar allí nuestra identidad. La angustiosa realidad parece sobrepasarnos, cuando sea esto lo que ocurra.

Venezuela sirve hoy a aventureros que a ratos parecen “consistentes”; aventureros de las magias atrevidas; los “manoseadores” de opereta se lanzan al viento en tarantines portátiles. Venezuela, región solar y de brillo, país de inteligencias, combina ahora a parlanchines osados y aplaudidores “a sueldo”; esos que pisan y nos hunden en los barrancos del absurdo… Al abrir y analizar toda esta compleja realidad humana, social y política, sólo nos queda pensar cuán difícil y cuan sufrida pudo haber sido la inmensa la soledad del libertador Simón Bolívar.

Son inagotables, teatralizadas, hasta coherentes y de “aplaudir”, las diversificadas reflexiones ante los héroes que se dicen cansados. Los años -hasta ahora vividos- del siglo XXI, nos encierran en una atmósfera muy pesada, mezcla de campo de concentración ideacional, y de laboratorio social de pruebas de entes “subdesarrolladas”. Somos partícipes forzosos de toda clase de atrevimientos políticos, promotores de deslaves socioeconómicos y alucinaciones ideológicas.

Le “ladramos” duro al vecino y salimos corriendo, sin siquiera mostrar los dientes; como si el país histórico que hemos desarrollado fuese una pelea territorial entre gatos y perros, a diente abierto, por definir la sucesión, la propiedad y el usufructo de un hueso. O tal vez, un jueguito al estilo deMambrú se fue a la guerra”, como suena en la apología de una canción infantil francesa, pero moviéndolo en la fantasía de nadie, o tal vez en un capítulo de Súper Nintendo.

Hoy sentimos a la república venezolana (que sigue bolivariana en el “papel” y en la acción), resistir las conocidas aventuras “locas”. La república respira frente al temblor social; escasa de oxígeno, y casi asfixiada por la quema de sus instancias físicas y anímicas; amenazada en cada esquina, de cada barrio, por la arremetida de los violentos. Los tiempos de intrigas llaman a reflexión, para ver las heridas dejadas en residuo de cada promesa incumplida. Muchas de las sólidas oportunidades yacen muertas; algunas “cremadas” por la exigencia “oficial”. ¿Cuántas hemos visto asesinarlas? Las incógnitas florecen en el país del poco crecer las cosas, y los absurdos razonadores hacen abiertos estragos y jugosos “desguaces”.

¿Sera verdad eso de una nueva historia, con nuevos héroes? Las angustias patrias están bajo revisión profunda. El pasado de un pueblo que fue grande se disuelve en el tiempo, pero puede extinguirse para siempre, y será sólo en los recuerdos –fantasías, cuentos de caminos– como podamos volverlo al presente con agudo dolor. Según fueran la magnitud y grandeza del pasado, así de fuertes quedaron plantados los héroes y sus hazañas.

Para algunos, es negocio desenterrar el pasado. De eso se encargarían los más osados dirigentes de turno; eventuales atrevidos que brotan a borbotones, ante la necesidad vandálica de rescatar la historia para contarla a gusto en torrentes alucinatorios, y finalmente “venderla” con dividendos, a crédito o buen contado. ¡El beneficio lo dirá la misma historia! Protejamos a nuestros antepasados republicanos de la incontrolable avalancha de saqueadores de tumbas. Evitemos que al retorno al “ahora” del “pisar tierra”, que hagan algunos, encuentren un país inexistente.

Hernani Zambrano Giménez, PhD.

hernaniyo@outlook.com




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