La tendencia de la civilización, en la política, va del poder personal al institucional, del absoluto al limitado, del concentrado al distribuido. Esa corriente histórica inexorable puede detenerse, desviarse y hasta retroceder pero es el signo del progreso humano. La ruta de la modernidad es la de la institucionalidad.

Las instituciones,bien de creación y gestión estatal o de iniciativa de las personas, son organizaciones duraderas en el tiempo con fines de bien común y reconocimiento social por la confianza que ganan. En nuestro país, así como son reconocibles instituciones privadas es claro que nos ha costado mucho más desarrollar una institucionalidad pública.

Uno de los datos más significativos del poder despersonalizado propio de la institucionalidad, es la superación del nepotismo que es, como anota Borja, “la preferencia que un gobernante o funcionario público da a los miembros de su familia en la ocupación de los cargos públicos, concesiones estatales, contratos o en el disfrute de privilegios vinculados a la administración del Estado, con olvido del mérito de otras personas.” El fenómeno, obviamente pre-democrático e incluso pre-constitucional, se remonta a la antigüedad griega y romana, se presentó en la iglesia medieval y renacentista y tuvo un caso clásico en el Bonapartismo, pues Napoleón otrora militar revolucionario, general victorioso y emperador de Francia, colocó a sus hermanos como reyes, a José en España, a Luis en Holanda, a Jerónimo en Westfalia, a Carolina en Nápoles y a Elisa en Toscana. En China tiene tres mil años.

Signo de subdesarrollo, el nepotismo implica instituciones débiles, poder personalista y patrimonialista y corrupción. En la España franquista se atribuía mucho poder a Doña Carmen Polo de Franco y llamaban “El Yernísimo” al Marqués de Villaverde, Duque Consorte de Franco y Grande de España. Evita se hizo el mito popular que es por su influencia en la Argentina peronista. En la Rumania socialista Elena Ceausescu, fue Viceprimera ministra y vicepresidenta del partido comunista. Pero acaso el caso más rudo sea el del iraquí Saddam Hussein con un medio hermano embajador en la ONU y el otro ministro del interior, su primo comandante de la Guardia Republicana, su hijo jefe de inteligencia, sus dos yernos ministro uno y el otro jefe de la guardia presidencial.

Vestigios del pasado monárquico o autoritario que toca a la institucionalidad superar, con igualdad efectiva ante la ley.




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