Si existe un logro plausible y robusto en estos veintiún años y medio de anacronismos socialista aplicados en Venezuela, con total complacencia de la sociedad, lo ha resumido la eficiente manera de imponer una lógica de razonamiento, que carcome la capacidad cognitiva, que corroe los más elementales principios éticos que desde luego pudieron florecer en medio de un muy débil pulso democrático y republicano, evidente en toda nuestra sociedad.

Este drama es fácilmente ubicable: tiene su génesis en la crisis de los partidos, en el quebrantamiento institucional y en la mediocridad con la cual siempre fuimos laxos, al punto de permitirle su coexistencia y constituirse en sí misma en un elemento importantísimo de esta crisis que hoy adquiere dimensiones humanitarias y que además deconstruye los más elementales niveles de solidaridad, otredad, alteridad y convivencia, sin pararnos a pensar en un elemento absolutamente ausente en nuestra cruda realidad, la productividad y el reconocimiento al individuo y a su absoluta diferencia.

El patrón de pensamiento del socialismo y en particular del chavismo, ese caleidoscopio de malas praxis que nos han retrotraído cien años atrás y no nos permitirá jamás disfrutar del siglo XXI, de la modernidad y mucho menos pensar con claridad, se ha impuesto en el país en todas sus capas, podríamos decir que no existe hueso sano que no se haya afectado por esta suerte de carcinoma en el pensamiento, primero se estableció como patrón de pensamiento la posverdad o la mutación de la misma, el desplazamiento absoluto de la veracidad.

Nada es cierto, sólo lo que propone la élite que gobierna, y lamentablemente, ese mecanismo es replicado con tanto a más éxito, pero al final replicado por toda la sociedad, desde élites políticas, hasta élites intelectuales, todos asumen algún cariz de violación veritativa, verdades a medias o mentiras limitadas, al fin del día ambos mecanismos se complementan, para representar este panorama dantesco de la realidad que ya nos amenaza, simplemente nos presenta la certeza del naufragio del pensamiento, en esos laberintos de la razón en los cuales reina la negación del individualismo, de la productividad y diferenciación de la sociedad, siempre el socialismo o su émulo venezolano, el chavismo, encuentra resonancia, es decir el ruido de esta tragedia impuesta por la trasnochada idea de hacernos iguales a todos, pero hacia abajo, idea que encuentra replicabilidad en muchos sectores, esa replicabilidad no tiene otra explicación, que el diapasón del resentimiento.

Etimológicamente esta palabra supone volver a sentir un enojo o pesar, sea justo o no, pero sentirlo y si este resorte de volvernos a enojar cíclicamente se mixtura con la búsqueda de un enemigo externo, se logra entonces volver al truismo vacuo, que simplifica todo y con ello constituye un peligro igual de grave que el copamiento de la libertad, peligro este que subyace en los reduccionismos de que la existencia de la pobreza se debe a la existencia de la abundancia, en tal sentido, la solución perversa traída de la neolengua del chavismo, es destruir la abundancia, esa idea que medro en los intersticios de la mente de Giordani y de Chávez, hasta que de tanto pensarlo ambos lo hicieron verbo, el primero bajo el supuesto de que había que mantener a la sociedad pobre, pues así la revolución encontraba pivote y el segundo, desde una obviedad menos elaborada y resumida, en su infeliz “Ser ricos es malo”.

Por supuesto que ser ricos o al menos intentar progresar, es malísimo para la entronización de un modelo que busca la igualdad hacia abajo, anhela pobreza y hacernos lumpen dependientes a todos.

La progresividad social es la base de las libertades y para una epidemia que se nos desarrolló, obviamente la libertad debe ser conjurada y con ellas los derechos, las leyes, el contrato social y finalmente la confianza.

Venezuela además atraviesa una terrible crisis de confianza y si esta es el pegamento de la sociedad, entonces somos una sociedad atomizada, polarizada y escindida, no existe alteridad, sentido de igualdad progresiva, por el contrario ha triunfado el locus comunicacional, de encontrar satisfacción en el fracaso del otro, no se soporta el éxito, no se acepta el mérito, se acude colectivamente al rudo espectáculo de la satisfacción por el fracaso del otro y en casos de mayor irrupción del chavismo, se apela a sentir placer por ser todos miserablemente iguales.

Con mucho dolor debo aceptar que este es quizás el único logro realmente tangible de Chávez. Bastaron 21 años para lograr defenestrar de la sociedad la solidaridad, el reconocimiento por el trabajo del otro, el deseo humano y trascendental de aspirar a un mejor nivel de vida para todos.

Esos valores fueron borrados y las miserias que los sustituyen son vistos por los ojos pintados de Chávez, en cada rincón de este ex país, que nos recuerdan que el culto a su personalidad, no solo reside en su esfinge en edificaciones, la emulación de su firma, la sustitución del himno de Salías y Landaeta, por una canción cuartelera, el culmen y tributo a su personalidad subyace en el malsano sentimiento de alegrarse por que todos somos iguales, pero iguales en pobreza y en carencias humanas, empáticas y emocionales.

Venezuela es una sociedad anestesiada, muy golpeada, casi en coma y es lógico, solo basta entender que somos un país arrasado por una crisis que nos amenaza con el hambre, para entender la magnitud de nuestra catastrófica crisis; no tenemos moneda, llevamos más de 26 trimestres de depresión, hemos perdido 86% del tamaño de nuestra economía, vivimos además una diáspora desordenada y dolorosa y además la eclosión de dos pandemias: una el coronavirus y la otra el naufragio de la bonhomía, de la bondad y de la empatía.

El chavismo además nos llevó a pensar que si ocupábamos un cargo de poder en cualquier área, los logros son por añadidura personales, no institucionales, así hay gobernadores que se refieren a mi estado, alcaldes a mi municipio, haciendo mío las gestiones que se sobreentienden son el resultado del servicio para la colectividad.

El concepto de servidor público se perdió, pues el clientelismo crea urdimbres sólidas y simples, entre la acción pública desde la hipertrofia de las personalidades, hacia lo que esas personalidades suponen que deciden aceptar los ciudadanos, y cuando se determina que la principal demanda del ciudadano se resume en el naufragio grupal o colectivo, para ser igualmente miserables, entonces la mesa está servida para la entronización de un poder omnímodo, dispuesto a compartir migajas, con todos aquellos que apostaron por la tabula rasa. Por el sórdido y reptante deseo de ser iguales, por el festejo vacío y baladí del fracaso del otro, esa obviedad perversa sacada de las líneas de André Gunder Frank, quien llegó a definir que había subdesarrollo, porque existían países desarrollados. Semejante estulticia, fue, es y será el credo del socialismo, la jaculatoria del resentido.

Por más empeño en simular que han comprendido a Carlos Rangel en su obra “del buen salvaje al buen revolucionario”, cada vez que en este país se celebra el fracaso del progreso, el mérito y la progresividad, con la sorna y la alegría de quien se resiente, por estar de manera cíclica ofendidos contra el género humano, entonces triunfa el chavismo, irrumpe como un tsunami y deja una honda cicatriz en esta sociedad tatuada a punta de dolor.

El camino a la servidumbre lo tenemos bien andado, aún apelamos a ese tímido y frágil pulso de humanidad, a esa traza de reconocer el error en el cual estamos cayendo, por hacerle peso a este débil barco que hace aguas.

Aún guardo una muy pálida luz de esperanza, para que rescatemos una cosa más valiosa que el petróleo, que nos sobra bajo el suelo y nos hace caminar y cocinar a leña, pues no lo podemos extraer y procesar, espero que rescatemos la bondad, la cordialidad, bonhomía propia de esta tierra a la cual Colón llamó el Paraíso Terrenal, no me conformo a ser redactor tropical de una reedición del poema de John Milton el Paraíso Perdido, no me consuelo con el cacofónico sonido de millones de serpientes haciéndole un himno al mal, en las profundidades del averno.

Mi país no es así, no es de gente mala, es por el contrario la cuna de Bolívar, de Sucre, de Miranda, de Teresa Carreño, de Pocaterra, de Michelena, de Roscio, de Cecilio Acosta, de Uslar Pietri, es la cuna de nuestros antepasados o el refugio de nuestros abuelos que huyeron de toda suerte de infiernos y conflictos, e hicieron de la arepa su pan, del joropo su baile y amarraron todas las navidades con el pabilo de una hallaca plena en diferencias, rica en sabores y diversidades. El pensamiento rencoroso y resentido, por demás reptante del chavismo está ahora allí, es inmenso, digno de ser cantado por la gigantomaquia de Rabelais, pero en el Olimpo de nuestras mentes y en los predios de nuestros corazones, debe imponérsele un dique a esa manera rudimentaria de pensar, ya basta de odiar, ya basta de resentirnos, ya no cabe la envidia.

Hemos perdido todos y mucho en este naufragio colectivo, el reto es educar para no repetir esta patraña histórica, educar para pensar y sentir con altura, educar siguiendo las lecciones de Teodoro Adorno en “Educar para no repetir Auschwitz”. A nosotros nos corresponderá educar para no repetir el chavismo y si no logramos esclarecer el pensamiento y entender de una buena vez a guisa de epifanía, que el resentimiento social no trae nada bueno, entonces nos corresponderá asumir con valentía el primer paso como Antonio Machado, nos corresponderá tomar el camino y no ver la senda jamás, llevando a Venezuela en un recuerdo y en el corazón, porque definitivamente esta cosa en la cual aún vivimos quienes no nos hemos querido ir, ya no es Venezuela, es la Patria de Chávez y Maduro, es el terreno yerto del chavismo, con su comparsa de resentidos útiles y empobrecidos, que aun aplauden el fracaso colectivo y la tabula rasa.

“El marxismo murió de marxismo” Karl Popper.




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