He asistido a varios foros en línea sobre el sector petrolero en Venezuela, con temas que van desde la estimación de inversiones para recuperar la producción hasta la disponibilidad de recursos humanos en una eventual reconstrucción que comenzaría al día siguiente de la salida del chavismo, o incluso la semana que viene –dicen algunos- si es que aparecen los inversionistas. En general, las exposiciones han sido preparadas por ex empleados de la PDVSA azul, con mucha experiencia en el negocio y muchas ganas de poner su contribución para volver a tener una industria –pública o privada, dependiendo de quien la proponga- del tamaño y la categoría que alguna vez tuvo.

En las discusiones y en sesiones de preguntas salen con frecuencia asuntos pasados, presentes y futuros que andan en la cabeza de mucha gente, flotando y buscando acomodo. Entre los que se menciona casi siempre es el de la separación que hubo entre PDVSA y el resto del país durante los 27 años de vida de la corporación, tristemente fallecida en 2003. Con un cierto tono de culpa, que a veces llega al rasgado de vestiduras, petroleros de fuste se lamentan por su indiferencia hacia lo que sucedía fuera de las paredes de la empresa y se plantean seriamente que la industria del futuro tendría que estar incorporada al alma nacional, como escuché en un evento reciente.

Y aquí comienzan las disonancias, porque muchos petroleros están asumiendo una carga que no les corresponde y haciéndose eco de las palabras del galáctico cuando criticaba la meritocracia y acusaba a PDVSA de insensible y elitista. Hay que preguntarse si de verdad los empleados de la Industria debieron haber estado más en contacto con el país, menos aislados en sus oficinas y distritos de producción y más dedicados a la labor social. Yo tengo serias dudas. Los petroleros se entrenaron toda su vida para descubrir, producir, refinar y vender petróleo, y sus ideologías o sus aficiones personales no son asuntos que debieran trascender de cada individuo y de su círculo de amigos y parientes. Gerenciar a PDVSA no era un tema de simpatías ni de solidaridad sino de productividad y eficiencia, y mientras más eficientes fuesen los trabajadores del petróleo, mejor estaríamos todos los ciudadanos de este país.

Habría que sopesar algunos datos duros y hacerse preguntas incómodas y a contracorriente, como por ejemplo quién tiene mayor impacto en el bienestar de la sociedad: ¿el “luchador social” que regala colchones y cobijas en un barrio o el petrolero que vendía 500 mil barriles de petróleo a precio premium(en su época azul, PDVSA con frecuencia vendía a premium por ser un suplidor extraconfiable)y le ingresaba a la nación, por decir una cifra, 25 millones de dólares? ¿No es beneficio social el que lograban unos geólogos, geofísicos e ingenieros de petróleo cuando descubrían un campito –pequeño, para los estándares petroleros- de 10 millones de barriles que le agregaba 400 millones de dólares al patrimonio de la nación? ¿Es que los miles de millones de barriles de crudoque se descubrieron en el norte de Monagas, valorados en centenas de miles de millones de dólares, no eran riqueza social y propiedad de todos los ciudadanos del país? La renovación del parque refinador de Venezuela, que maximizó la producción de refinados caros y minimizó la de combustibles pesados baratos ¿no se tradujo, por muchos años, en un flujo incremental -y muy significativo- de dinero para los gobiernos y por extensión, al pueblo? ¿Acaso los petroleros, al dedicarse a sus tareas y “olvidarse” del resto del país, no estaban haciendo la mayor labor social que les correspondía?

El paternalismo tiene raíces profundas en Venezuela. Además de castigar el éxito, la mayoría de la sociedad parece exhibir una cierta indiferencia hacia las magnitudes y poca afinidad por los conceptos abstractos, lo cual resulta en que se le asigne mayor importancia –e inclusive mayor impacto- al acto afiliativo de regalar una vianda que a la complejidad de gerenciar una planta de compresión de gas. El chavismo, y buena parte de la colectividad prechavista, denigraban de los petroleros porque no subían cerro ni vivían en barrios, haciendo a un lado la inmensa contribución que hizo PDVSA a la prosperidad del país: entre 30 y 40 mil personas que simplemente se dedicaron a hacer su trabajo por casi tres décadas, sin desviarse de su tarea y sin mirar a los lados. Pero la mayoría decidió, a la hora de las chiquitas, que era más importante y digno de elogio el discurso demagógico y el asistencialismo que la tarea de generar una cantidad inmensa de riqueza cuyo destino debió haber sido lo que no fue.




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