Recientemente, en una conversación sobre el movimiento Black Lives Matter, alguien sugería que los afrodescendientes se comportaban de manera distinta a los blancos, razonaban menos y que agrupaciones como esas se dejaban llevar porel instinto de sus integrantes, casi como los animales. Tal afirmación me causó algo de incomodidad y por supuesto intervine.

Manifesté que era lo más etnocéntrico que había escuchado en años y, que posiciones como esas rememoraban la segregación racial en países como Estados Unidos y Sudáfrica, vigente hasta mediados del siglo pasado, tiempo en el cual, la población llamada “de color”, era considerada inferior y no disfrutaba de los mismos derechos.

La experiencia vivida en primera persona evidenció que estamos en un mundo en donde “el diferente” no está seguro. Los crímenes raciales de la última década en ciudades estadounidenses dan cuenta de ello y, evidencian que estamos rodeados de comportamientospropios del etnocentrismo: esa tendencia a considerar los valores y representaciones de la cultura propia como superiores, por lo que se juzga al otro tomando como punto de partida mis propios principios, por lo que muchas veces la diferencia es condenada, señalada, juzgada.

La mirada etnocéntrica universaliza en detrimento de las particularidades y la propia diversidad que nos caracteriza como seres humanos.Quizá por esa razón las representaciones sociales hegemónicas ven con desconfianza lo que no les resulta familiar. En ese sentido, el creerse superior ha justificado atrocidades históricas como los crímenes cometidos por Hitler en la Alemania Nazi; el genocidio armenio, persecuciones cristianas en países islámicos, solo por mencionar algunos. Si retrocedemos más, la aniquilación de nuestros pueblos originarios y la inquisición católica también entran en la lista.

Lo lamentable del asunto es que en pleno siglo XXI seguimos presenciando acciones de este tipo. En muchos contextos se irrespeta a quien tiene estilos de vida y pensamientos distintos, pretendiendo instaurar una homogeneidad imposible. Lo que no encaja dentro de nuestros cánones es cuestionable, así como en la época de los pensadores franceses del siglo XVII, cuyos proyectos universalistas tenían la firme intención de imponer a unDios y una sola racionalidad. Pascal (1623-1662) consideraba que la religión cristiana “es la única que posee la razón” y “es la única que siempre ha sido”y la “única que ha dicho la verdad”. Lo demás serían posiciones irracionales.

Otro de los grandes pensadores franceses, La Bruyere (1645-1696), estimaba como verdadero lo que era característico de su cultura. Llegó a manifestar que los buenos extranjeros, eran aquellos que “saben razonar como nosotros”, los demás estaban en la categoría de salvajes.Algunas de sus afirmaciones resaltaban como superiores sus propias leyes, refinamiento y hasta sus “caras blancas”.

Como vemos, estos sedimentos universalistas siguen presentes en nuestro tiempo y su incorporación a la vida diaria, representa un caldo de cultivo para que en nuestro mundo se siga dividiendo, señalando y cometiendo crímenes de odio. Como siempre lo digo en temas de este tipo, la responsabilidad de ir generando transformaciones en esta dirección, recae nuevamente en la educación, pero no una reiterativa y conductista, sino una que enseñe a pensar y reflexionar críticamente.

 

 

 




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