(Foto EFE)

«No hay razón alguna que justifique separar a una mamá de su hijo», dice a Efe Katherine Fuentes, de 14 años, desde un bar de Washington donde su madre, de origen hondureño, trabaja 12 horas diarias.

«Como mis padres, solo (los inmigrantes) vienen aquí en busca de un futuro mejor para sus niños», asegura, plenamente consciente, pese a su corta edad, de lo que está pasando en la frontera sur de Estados Unidos.

A unos minutos de Mount Pleasant, el barrio latino por excelencia de la capital estadounidense, el presidente Donald Trump ejecuta desde la Casa Blanca su política de tolerancia cero con la inmigración, con la que ya ha provocado la separación de más de dos mil 500 niños de los brazos de sus padres en apenas dos meses.

Aunque el multimillonario firmó la semana pasada una orden ejecutiva para frenar las separaciones, la gran mayoría de esos menores siguen hoy lejos de sus padres, internados en centros de acogida a lo largo de la frontera.

Fuentes tiene la suerte de haber nacido en Estados Unidos, sus padres se conocieron en Washington después de huir de El Salvador y Honduras, dos de los países con las cifras más altas de emigrantes hacia suelo estadounidense, y aunque no teme por los suyos, sufre por lo que escucha en las noticias.

La adolescente recuerda el caso mediático de Beata Mariana de Jesús Mejía-Mejía, de nacionalidad guatemalteca, quien llegó a EE.UU. en mayo en busca de asilo junto a su pequeño, pero ambos fueron separados por las autoridades.

Ante la situación, De Jesús decidió demandar la semana pasada a la Administración Trump para volver a ver a su hijo, y lo logró, por orden de un juez federal.

«Es triste que una mujer tenga que demandar a (al Gobierno de) Trump solo para poder volver a su hijo, para poder abrazarlo», reflexiona la joven. «Eso no debería pasar jamás», añadió.

La madre de Katherine, Silvia Hernández, llegó hace más de 15 años a Washington, ha logrado regularizar su situación y ve con «mucha tristeza» lo que sus compatriotas y otros ciudadanos centroamericanos están viviendo en la frontera. Pero sobre todo, lo siente por los niños.

«Sus vidas no serán iguales. Un niño no puede crecer igual si está lejos de su madre», opina, mientras atiende a los clientes.

«Y todo es porque (Trump) quiere echarnos de aquí, devolvernos a nuestros países, donde hay tanta criminalidad y no hay trabajo. Hay razones para que la gente ponga en riesgo su vida para llegar a este país, incluso a sus niños», argumenta.

Hernández entiende la intención del presidente estadounidense de impedir la entrada y deportar a los inmigrantes que hayan cometido delitos, pero, insiste: «No todos somos así».

«Aquí también hay criminales, criminales que han nacido en este país y a los que no puede echar, la mayoría de nosotros solo queremos poder trabajar y tener una vida digna», agrega.

No obstante, en estos casi dos años de Gobierno del magnate, Hernández no siente que haya incrementado el odio hacia los latinos pese a la retórica y las medidas incendiarias que llegan desde la Casa Blanca.

«Yo no he notado que las cosas estén peor para nosotros. Pero sí para los que tratan de llegar. El señor (Barack Obama) no decía todas esas cosas sobre nosotros que ahora Trump dice. Pero ese rechazo hacia los inmigrantes ya existía antes, estaba ahí», coincide María, que ya es abuela, y prefiere no dar su apellido.

Ella llegó hace más de 25 años desde El Salvador, y el mensaje que manda para todas esas madres que intentan huir de su país es que no vengan a Estados Unidos.

«Yo les diría que no vengan. Que traten de arreglar sus cosas allá. Uno puede no tener dinero, y tener miedo a la violencia -asegura-. Pero no hay nada peor para una madre que la separen de su hijo».




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