Gutiérrez tiene 27 años y es padre de familia.

Jesús Gutiérrez cuenta con 30 segundos para ganarse la vida entre cada cambio del semáforo. Ese es el tiempo aproximado que le da la luz roja en el cruce de las avenidas Bolívar y Rojas Queipo, en Valencia, para limpiar la mayor cantidad de parabrisas posibles, siempre y cuando los conductores no protesten ante la invasión repentina de sus implementos y el agua jabonosa, que sin mediar palabras arroja sobre los vidrios.

A diferencia de sus otros dos compañeros de zona, Gutiérrez llega muy temprano al semáforo, que comparte con vendedores ambulantes y alguna que otra persona que aprovecha el espacio para pedir colaboración. Su meta es recolectar 20 millones de bolívares diarios, que luego usa para comprar alimentos en Plaza de Toros, donde puede rendir mejor los casi 5 dólares, al cambio, siempre que cuente con el dinero en efectivo.

El sueldo mínimo en Venezuela es de 7 millones de bolívares, más una bonificación extra de 3 millones, unos 3.5 dólares al mes. Este ingreso está, incluso, por debajo de la expectativa diaria de Jesús, que vive de lo que logra reunir para comprar la comida y que representa el doble por día, de lo que el sistema formal de empleo puede ofrecerle en un mes.

Jesús está claro en que trabaja en ese oficio por necesidad. «Yo tengo mi mujer y dos niños, lo que hago se me va en un día comprando comida y los pañales del bebé. Estuve trabajando en una vigilancia, pero cobraba 15 y último y no me alcanzaba para comer”.

Vendedores ambulantes se esconden de las fuerzas policiales

La vida de la calle no es fácil. El joven de 27 años relata que tienen un mes de aparente tranquilidad con la policía, pero que en meses atrás les quitaban las herramientas de trabajo y los llevaban al comando más cercano.

Con las fuerzas de seguridad todo es circunstancial. Lo confirmó Joel Barráez, un veterano con 20 años de experiencia como vendedor ambulante del lugar.

«Hay temporadas de relativa tranquilidad con la policía, pero en otras oportunidades la faena culmina en un calabozo y con la mercancía confiscada».

Barráez tiene 20 años como vendedor en semáforos.

“Hay días que puedo hacer hasta 10$. Yo tengo bastantes clientes aquí que me tratan chévere”, expresó mientras caminaba entre los vehículos ofreciendo la promoción de un racimo de mamón en 2$ y 3 por 5$.

No todos los que aprovechan la luz roja del semáforo de la avenida Rojas Queipo, en su cruce con la Avenida Bolívar son comerciantes o vendedores.

Graciela Fumero viaja desde Ricardo Urriera, en Miguel Peña, hasta el mencionado semáforo a pedir una colaboración para su nieta, que tiene una infección respiratoria y necesita hacerle exámenes que están por el orden de los 80$. «Nadie me quiere ayudar. Mis hijos están sin trabajo y lo poco que ganan es para la comida. Yo no estoy haciendo nada malo, solo estoy pidiendo una colaboración”.

Fumero tiene 61 años y pide colaboración para su nieta.

Las cifras oficiales sobre la cantidad de vendedores ambulantes o personas que ejecutan oficios en las calles de Carabobo son desconocidas. En el país, en 2020 la economía informal aglutinó el 45% de las actividades.

Lo sí está a la vista es que ahora la informalidad cuenta con más espacios para apostarse, entre colas para la gasolina y paradas abarrotadas de gente a la espera del transporte público.




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