Cada vez que nos disponemos a usar un idioma completo y poderoso, como es el nuestro, que han desarrollado nuestros ancestros y nosotros durante siglos, no es fácil lograr una fidelidad entre lo que pensamos o sentimos por dentro (en nosotros), y lo que contamos como experiencia, o al conversar de esas experiencias o sentimientos ante una o más personas. Casi siempre, o todas las veces, es nuestro deseo que quienes nos escuchen (o leen) queden satisfechos con nuestras palabras, y con el mismo sentido que ponemos en cada idea, en cada palabra, en cada énfasis, en toda frase u oración comentada. Esto es lo que queremos que ocurra, porque deseamos que nos comprendan, a semejanza de lo que pensemos y queremos comunicar al hablar o escribir. Pero la realidad nos ha mostrado, muchas veces, que la situación real no ha sido lo que nos imaginamos, ni lo que deseamos (pensamos), en muchos de los casos.

Cuando conversamos o escribimos, recordamos a alguien decirnos que él (o ella) nos ha explicado todo muy claro y “con muchos detalles”, pero hemos sido nosotros quienes hemos entendido mal, o no hemos podido comprenderles. Pareciese como si, además de la complejidad propia de la comunicación interpersonal, hay también quienes se dedican a buscar culpables entre sus interlocutores, al hablar. Esta es una de las más inquietantes sensaciones que vivimos al hablar; sensaciones de a cada momento, cuando tantas veces nos valemos del habla como herramienta desarrollada para llegar a ser verdaderamente humanos. Un recurso no sólo para hablar o escribir, sino para vincularnos en ideas, y emocionalmente, con los demás.

Hay conversaciones tan importantes que cambian el curso de una o más vidas, y que pueden reconducirla hacia fines impensados, a través de senderos que sin un lenguaje apropiado se nos dificultaría. Es mucho lo que está en juego en las decenas de miles de conversaciones que tenemos, como en las que hemos dejado de tener, o las que pensamos hacer para un futuro cercano o lejano, para lo cual hacemos planificaciones, con ideas, sentimientos e imágenes mentales incluidas, que guardamos en las neuronas cerebrales, para su uso más oportuno…

Conversar, hablar, escribir, han sido armas poderosas para la socialización humana. Recursos que han pasado, y pasan, por grandes transformaciones. Ahora la conversación se encarga a instrumentos de las nuevas tecnologías. Con los “smartphone” la comunicación interpersonal, “cara a cara”, tiende a desaparecer y sería el drama o muerte de la comunicación interpersonal. En parte, porque una cifra considerable de personas ha dejado parte de la comunicación escrita para que sean frías figuritas, muñequitos masificados, y cositas extrañas 😉, los encargados de “hablar o expresarse por nosotros”. ¡Esto no está del todo bien! Sus rápidas entradas en el lenguaje escrito obligarán a que se formulen nuevos códigos.

Hoy estamos, técnicamente, más conectados que nunca; hablamos con amigos y familiares por todo el mundo, y la distancia no es problema… A cambio, las nuevas tecnologías nos apartan de la conversación con el “contacto visual”, básico para las apropiadas relaciones interpersonales.

Reduciremos las barreras del idioma, haciéndonos más globalizados, y más partícipes de las culturas y tradiciones de otras regiones. Pero, ¿cómo llegaríamos a quedar afectados en la autenticidad de esas mismas tradiciones? ¿Será posible que la integración amenazante las haga globales? Muchas han sido las experiencias en este sentido. Una vez más, recordemos con optimismo que somos seres vinculares, y que “el vínculo nos ha hecho humanos”.

Por todo esto, no es fácil dejar a un lado lo bueno del pasado comunicacional, y por  otro lado, tantas nuevas conquistas…




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