Tal vez nunca comprenda a Valencia porque su memoria está cubierta por varias capas de ciudad. En principio rememoro los días en los que José Luis Maldonado, Carlos Rojas M, Paul Escobar, Orel Zambrano, Francisco Contreras, Rolando Smith, Rafael Panza o Pedro Villaroeleran estudiantes.

Mientras más lejano el recuerdo, más emocional y más apegado a señas de lugares y personas. El sentido de pertenencia aflora como apego a sitios y acontecimientos plenos de significados específicos y estables.

La relación con la Valencia de ayer tiende a ser sólida, estática y con la hondura que dan las raíces. Ahora predominauna relación líquida y móvil. Hay coincidencias entre los dos imágenes de una ciudad que no es la misma. Pero los desarreglos catastróficos del presente son muy prominentes.

La urbe señorial, concepto en el que cohabitan las nociones de dominio y dignidad, cedió paso a la ciudad industrial y luego, en los dos últimos decenios, a una destrucción de modernidad, democracia y civilización que nos convierte a todos en un sur que está más acá y más allá del sur.

Sin embargo persiste una nostalgia de ciudad, la de ahora que plantea la disyuntiva entre esperanza y desesperanza y la de antes, con el riesgo que la devoción por el pasado nos deslice a la paralizante creencia de que ya nada se puede hacer para defenderse y revertir el derrumbe. Pero siempre hay soluciones a las incertidumbres y caminos para superar la superstición de que todo pasado fue mejor.

A nuestra capital la sostienen instituciones. Estas instituciones son de dos tipos, personales y organizacionales. Para disipar dudas respecto al influjo de las primeras menciono solo a Teodoro Gubaira en el deporte, Aldemaro Romero en la música, Eugenio Montejo en la poesía, Napoleón Oropeza en la literatura, Salas Romer como gobernante o Miguel Bello en la curiosa frontera entre empresario y analista político.

Afortunadamente entre los animadores de una institución colectiva empujada por miles de maestros ejemplares, abundan más testimonios de los que puedo recordar. Es suficiente celebrar a figuras recientes como María Cristina Romero de Grimaldi, Virginia Segovia, Graciela Luna, Sinaí Díaz de Rojas, Damarys Márquez, Marbelia Rodríguez, Adriana Andrade para limitarme a Valencia.

Entre el amplio tejido de las instituciones organizacionales que aportan sentido a la ciudad hay que citar a la Universidad de Carabobo, el Ateneo de Valencia y el diario El Carabobeño. En otro plano son instituciones populares el Magallanes, el perecito o la Verde Clarita.

El ejemplo de El Carabobeño sirve para ilustrar el contraste ý la continuidad entre memoria larga y memoria próxima de la ciudad. No genera la misma huella haber subido las estrechas escaleras para entrar a la redacción de El Carabobeño en su sede próxima a la Plaza Bolívar y toparse con la pasión y el saber de Don Eladio Alemán Sucre entre máquinas de escribir y periodistas con prisa, que esta versión virtual,físicamente inasible, producto de un zarpazo a la democracia y al derecho a una información sin censura y libre del imperio fake new.

El hilo entre los dos lados del recuerdo, pasado y presente de una ciudad, lo siguen tejiendo profesionales de la comunicación, periodistas con galones bien ganados que lucharon y luchan por la verdad.

El diario El Carabobeño es una proeza de sobrevivencia que nos recuerda que la memoria de Valencia está también situada en el futuro.




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