El cineasta venezolano Miguel Ferrari ha rodado en Caracas su segundo largometraje, «La noche de las dos lunas», en unas condiciones de precariedad que el espectador nunca advierte porque «no quería mostrar el contexto tan caótico» en el que se encuentra ahora, sino recuperar la Venezuela de antes.

«Quiero que la gente piense ‘mira qué bonita es Venezuela’ y que no nos acostumbremos a que todo lo que hoy nos rodea sea caótico y feo; mostrar la Venezuela que fuimos para que a la gente no se le olvide nunca y para que no nos acostumbremos a ver esto de ahora como si fuera lo normal», explica Ferrari.

En una entrevista con Efe realizada después de su muy aplaudida proyección en la sección Focus Latino del Festival de cine en español de Málaga (sur), el realizador habla con pasión de «La noche de las dos lunas», toda una metáfora de lo cuestionable que se ha vuelto un mundo donde «ya ni siquiera es una verdad inalterable que tu madre es tu madre».

Porque en «La noche de las dos lunas», una pareja joven que no consigue el embarazo acude a una clínica de fertilización para que le implanten a la mujer un óvulo suyo fecundado por el marido; el mismo día, una chica soltera espera también a recibir el embrión logrado gracias al esperma de su amigo homosexual.

Un tremendo error -una historia que fue real, cuenta Ferrari- hace que los embriones se intercambien. Y ahí se dispara el debate.

«Tenemos que hablar de esto. La legislación se ha quedado muy atrás en relación a los avances de la ingeniería genética y para mí era muy interesante ver qué nos parecía más importante, si lo afectivo o lo biológico, en ese nuevo concepto evolucionado de las familias», apunta Ferrari.

Ferrari ha llevado la gestación subrogada, que hoy ocupa las agendas políticas de medio mundo, al terreno de los personajes, «para mostrar cómo esta situación límite cambia sus vidas y aflora lo peor de cada uno, su lado oscuro».

«Aquí hay un factor humano que te expone, y eso la ley aún no lo contempla; y debemos estar preparados para todas las combinaciones que pueden ocurrir, por error, o no», se decanta la protagonista, Prakriti Maduro.

Casualmente, la propia actriz se sometió a una fertilización que, justo después de terminar la cinta, dio como resultado un embarazo gemelar.

«En la película no me posiciono, intento que el espectador se ponga en los zapatos de estas dos mujeres y que unas veces esté con una y otras, con la otra», resume el director, mientras Maduro asegura que ella podría «perfectamente» ser cualquiera de las dos mujeres.

La película está rodada dentro del Parque Nacional del Ávila, el macizo montañoso referente de cualquier caraqueño, que enlaza su cima (el pueblo llamado Galipán) con la ciudad a través de un teleférico, un espacio donde ocurren muchos momentos mágicos.

En Venezuela, explica Ferrari, «a las dificultades normales de hacer cine, porque cuesta mucho dinero, se suma un tema de país. Hay carencias de todo tipo. Los grupos eléctricos se paraban y había que repararlos y detener la grabación, no teníamos repuestos para nada, el desabastecimiento era de todo».

Ferrari, también guionista y productor de la cinta, tuvo que pagar con ocho meses de adelanto el cátering -congeló los alimentos- para asegurarse de que las 60 personas del rodaje comerían todos los días.

Eso, aparte de la planificación cinematográfica. «Son añadidos un poco angustiantes, pero yo pensaba ‘cómo harán los cineastas iraníes, los sirios’ que siguen filmando aún con guerra. Pues igual hice yo, y logramos sacarla adelante para orgullo de todos».

La relación del cineasta con Málaga se remonta veinte años atrás, cuando trabajó como actor en las series «Arrayán» y «Plaza alta», y después presentó aquí su largometraje «Azul y no tan rosa», que finalmente ganó el Premio Goya a la mejor cinta iberoamericana de 2014. EFE




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