El amor se quedó en Venezuela, quedó sembrado en su tierra y colgado en las ramas de los samanes tupidos y de los araguaneyes en flor. Cuando algunos pensaron que se iría para siempre no se mudó y sobre el dolor de la ida de muchos amantes aquí permaneció. Se quedó en la mirada de cada mujer que siente y sueña, que brega y suda su sustento, que viste al carricito en la mañana para llevarlo al colegio y le besa la frente antes de rezarle al Niño Jesús.

La esperanza tiene nombre de mujer, huele a barro mojado y sabe a sal de mar, suena a brisa que sopla en la mañana y arrastra las hojas caídas en un nuevo marzo. La Libertad se hace canto de hembra antes de ser conquistada y se impregna de valentía como la amante que se acerca a su hombre y lo abraza en el embate de la duda del varón. Ella lo sostiene cuando el arrojo del macho tiembla, como loba de manada lame sus heridas. Es su voz la que se escucha y da calma en la noche, porque este tiempo ha sido una larga noche, una prolongada espera de un amanecer que se anuncia hace mucho y perdura aun cuando se esperan pronto los albores del alba.

Mujer venezolana, eres hembra caraqueña, belleza valenciana, temblor de mulata caribeña y celo de andina de mejillas rosadas. Eres dulzura de pemona, color de guajira y aliento de yarura. Eres mujer de sabana, de arrollo de montaña, de ribera de rio, de cascada de tepuy. Estás presente desde el naciente de La Restinga hasta el poniente del Catatumbo.

Eres de este lado del Arauca o de las dos márgenes del Meta, porque el llano en Venezuela es el mismo en Colombia, amplio y profundo que se expande en horizonte inmenso y se funde en un solo compás de joropo que supera las líneas que inventaron los hombres y definieron fronteras, que se extiende sobre médanos y caños, se sumerge en las lagunas y nada sobre los nacientes de las grandes corrientes.

Vamos juntos venezolana, prepara la tierra y has de ella fecundo lecho y recinto de amor para alumbrar una nueva realidad, la que quiero vivir a tu lado tras transitar este largo camino, en los mismos pasos que dieron otros, sobre heridas y sangre, entre sueños forjados, ilusiones perdidas y ganas renovadas, bajo la bendición del Dios de los justos que invocamos siempre y premia la constancia de aquellos que persisten, aunque otros marzos quedaran atrás y otros abriles, no muy lejanos, dejaran heridas en pieles y corazones.

Te espero de nuevo mi compañera para beber juntos en nuestra mesa, en el brindis que haremos cuando superemos la cuesta empinada de esta tragedia, y así después de la cata, unirnos de nuevo en cuerpos y almas para fecundar el vientre de nueva esperanza, porque cuando se decide luchar hasta el final no media la vida y la muerte, porque siempre llega la lluvia después de cada sequía, cuando se ponen las nubes sobre la cordillera del norte que separa el verde del valle y azul del mar.

Huele a café, colaste tempranito. Estaremos juntos nuevamente en la marcha bajo el sol en el asfalto caliente para después gozar de tu regazo en la sombra del hogar al terminar la jornada. Porque nos comprometimos a esto y más, por los niños de esta tierra, por los tuyos que son míos, por los de nuestros hermanos de lucha y también por los hijos de los hoy adversamos.

Cargaré la leña y encenderé tu fuego, el más intenso que pueda avivar en tu ser interior, ese que arde en lo más profundo de tu vientre y que calienta el torrente de tu corazón. Ese que hierve en el clímax de tu pasión, la que te hace vivir, por la que no dudarías morir.
Madre, hija, amante, amiga. Gracias por acompañar este camino de redención que escogimos transitar juntos y que otros seguirán después para encontrar y no perder jamás la ventura de la libertad.

Amanece, es tu día y la mañana también tiene nombre de mujer.

LUCIO HERRERA GUBAIRA.




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