Los episodios registrados recientemente en Chile contra migrantes venezolanos, resultan un acto inhumano desde todo punto de vista. Plantear que son ilegales y que por esa razón
deben abandonar el país, sumando la forma en que fueron desmontados los campamentos,
se convierten en actos que impulsan la xenofobia e ignoran una de las crisis humanitarias
más grandes en la historia contemporánea del continente americano.

Algunos gobiernos no han entendido que el migrante venezolano, en especial, el que
proviene de los sectores más humildes, sale de su terruño forzadamente. O busca opciones
fuera o muere de hambre. Lamentablemente el país no tiene nada que ofrecerles; no se han diseñado políticas públicas que dignifiquen la vida de nuestros connacionales y todas las carencias las achacan a factores externos como el fulano bloqueo. La revolución continúa distribuyendo desgracia y solo beneficia a peces gordos. El ciudadano de a pie hace malabares para llevar la rutina que cada día es insostenible. No en vano, cinco millones de  personas han escapado en los últimos años, cantidad que supera a la población de países como Panamá y Uruguay.

En aras de la solidaridad, los países receptores deben hacer esfuerzos por regularizar la
situación a través de programas que les permitan la inserción económica y socio-cultural.
Reitero, la gente no se va porque quiere, huye porque lamentablemente no tiene otra opción en un país gobernado por un régimen que oprime y no garantiza servicios de salud,
alimentación, seguridad, trabajo. No se garantiza absolutamente nada.

Entonces, hablar de ciudadanos ilegales en este contexto es otra desgracia más.
Obviamente, cruzar fronteras por pasos clandestinos es una violación a la ley, pero el
derecho a la vida está por encima a cualquier normativa migratoria.

Sobrevivir, aunado a los incentivos que ofrecen los países a donde se van los venezolanos, llena de fuerzas para superar obstáculos de toda índole: caminar miles de kilómetros por los páramos andinos y los desiertos del norte chileno; hurgar en la basura para comer, dormir donde caiga la noche. Esta es la migración más vulnerable, la de escasos recursos, porque los pobres también tienen derecho a mejorar su condición.

El retorno para muchos no es opción. El régimen está atornillado en el poder y no se ven
cambios sustanciales a mediano plazo. Esperamos mayor sensatez de los países
latinoamericanos y que tiendan la mano a nuestra gente. Cerrar fronteras no es la solución a estos hechos que se van a mantener, mientras la revolución siga en el poder carcomiendo como un cáncer.




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