Una de las necedades que trae aparejada la crisis que estamos viviendo, es el de pensar que la culpa, como la responsabilidad de intervenir, siempre corresponda a otros. Al régimen, a los políticos que sólo buscan sus intereses, a los alcaldes, a los concejales, al cura párroco, al vecino de al lado, En definitiva, a cualquiera que no seamos nosotros.

En la actualidad hay muchos que opinan o rezongan y, pocos que se permiten dudar o reflexionar entrelazando distintas corrientes de pensamiento sin juzgar. Necesitamos entender nuestra responsabilidad política frente a los acontecimientos. Cuando decidimos los contenidos, el orden y la manera en que serán presentados, qué espacio le dedicaremos, estamos frente a decisiones políticas que nos hacen responsables en parte de los fracasos del pasado y también de la construcción de una nueva nación. Es necesario un compromiso básico con nuestro tiempo y la realidad que tenemos al frente. Ser de oposición no es fácil. Demanda compromiso y acción constante.

La oposición, en vez de labrar en un terreno donde hubiera el fertilizante con qué nutrirse, se dispersó en búsqueda de nuevos espacios. En ese trance, de nuevo parece confundirse de adversario y compite con sus pares, rememorando aquella aguda sentencia de Groucho Marx…: «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». Buena parte de la dirigencia opositora no parece estar a la altura de una situación que requiere gestos de grandeza y no de poses para los reporteros gráficos. Y también es cierto que una cosa es la responsabilidad de quien se postula ante la ciudadanía para ejercer la dirigencia y otra es la responsabilidad personal de cada uno.

Estamos tan desorientados que ya no sabemos qué es bueno y qué no lo es. Por necesidad, por conveniencia, por la servil aquiescencia, cobardía o mediocridad solemos confundir lo bueno con aquello que me sirve, que me es útil, que me beneficia a mi o, a lo mejor, a mi gente.

Esta crisis interpela a cada uno, precisamente porque arremete contra ese tejido de vínculos profundos de solidaridad y fraternidad que nos constituyen como sociedad. No habrá varita mágica que lo arregle todo, ni Mesías político que saque de la chistera soluciones.

La solución somos nosotros mismos. Todos y cada uno. Se ha dicho que una crisis es ese momento en que pasado y futuro chocan en el presente. Como la aurora, que todavía no es el nuevo día y tampoco la noche que ya fue.

Esta crisis inédita requiere respuestas inéditas. Nos llama a una participación más directa y responsable en todos aquellos ámbitos en los que se pueda edificar el bien común. Para algunos puede que ello signifique descubrir su vocación a la actividad política o gremial, o en la vida del barrio, del colegio, etc. Otros aportarán su tiempo en el voluntariado, o tendrán un gesto solidario o de generosidad. Cada uno sabrá qué hacer. Lo que ya no es lícito es quedarse en la acera de enfrente.

Pero no es suficiente el qué hacer. Se hace menester plantearse el cómo hacerlo. Explican los médicos oncólogos que para detener el multiplicarse de las células cancerosas que, por no estar en contacto con las sanas, sólo reproducen a las enfermas, es suficiente colocar entre ellas células sanas. Al «conocerlas», las enfermas asimilan esta información y vuelven a reproducirse correctamente.

Necesitamos entonces de «células sanas» que recuerden el valor de la verdadera política y no de la politiquería, de la honestidad, la laboriosidad, la seriedad del compromiso, la generosidad, la solidaridad, la tolerancia, el valor de los vínculos familiares, los valores éticos en pos de una sociedad más justa, más democrática, más fraterna y, por lo tanto, más unida.

Pese a la crisis, en muchos sectores hay quien sigue apostando al país con dignidad, coraje y perseverancia. Si es posible creer que esta crisis es una etapa de crecimiento, es porque, si miramos a esta parte sana del país, vemos el anuncio de lo que será. Como la aurora que preludia el día.

Qué ironía, el  artículo que viene de  leer  fue publicado  en «El Carabobeño » el 24 de marzo de 2007…Diez años. Nos viene a la mente la tergiversada frase de Lampedusa…: » Las cosas cambian, para quedar igual»

Pero, si  realmente nos convencemos que realmente hay algo mejor que hacer, descubriremos un país distinto: el de la profundización de la acción y el de la exigencia en los resultados.

¿Qué no tenemos espacio ni decisión? Somos muchos, cerca de ocho millones… No es tiempo de ver, de escuchar, de lamentarse, es el momento, el tiempo de hacer y de hacer lo mejor.

A esto es a lo que hay que dedicarse, allí está el reto que, irremediablemente hay que aceptar, en esta dirección debemos invertir nuestro tiempo. Se trata de una carrera contra reloj, a pesar de que el tiempo esté loco, y nos enloquezca. Así las cosas, es tiempo de dejar la comodidad de nuestros espacios habituales. Si realmente queremos cambios, tenemos que luchar de manera insistente por ellos. Es tiempo de desechar el miedo y la apatía, requisito para emprender cualquier tarea y alcanzar cualquier victoria. Es tiempo de darle oportunidad a las nuevas generaciones, que tienen mucho que aportar, y están cumpliendo a cabalidad con el rescate del porvenir.




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