Pandemia, migrantes y turismo: la tensión crece en Canarias
/ Foto: Cortesía

«Da mala imagen», reprueba Miguel González, propietario de un bar. Con el archipiélago español de Canarias intentando reactivar su temporada turística, la llegada de miles de migrantes, realojados en hoteles, dispara las tensiones.

«Tengo un cliente que va a denunciar a su agencia de viajes. No le dijeron que Puerto Rico (localidad del sur de Gran Canaria) estaba lleno de emigrantes. Fue una vez a la playa y había grupos de 15-20 sin mascarilla. No salió más (de su hotel) y decidió volver», afirma el dueño del bar Parada.

En un año normal en estas fechas, alta temporada turística en Canarias debido a su clima primaveral, la localidad de Puerto Rico recibe hasta 25 mil visitantes, la mayor parte escandinavos.

El pueblo está vacío de turistas. En su lugar, unos mil 500 migrantes se hospedan en los hoteles enclavados en las empinadas laderas del valle.

Más de 18 mil personas -alrededor de la mitad en el último mes- han llegado este año al archipiélago en peligrosas travesías por el Atlántico desde África, diez veces más que en el mismo periodo de 2019. Es la crisis más importante desde 2006, cuando desembarcaron 30 mil migrantes en las islas.

Desbordadas por este flujo, las autoridades habilitaron campamentos temporales y realojaron a migrantes en hoteles.

Esta crisis se produce cuando el sector turístico, pilar de la economía del archipiélago, se encontraba arrasado por la pandemia del COVID y contaba con recuperar un poco lo perdido este otoño.

Según el instituto de estadística regional, el número de pernoctaciones en Canarias cayó un 86,7% en octubre, a 1,1 millones, con respeto al mismo mes del año anterior.

Ambiente «muy tenso»

«Da pena, hay 40 personas. Un 24 de noviembre de otro año no se vería la arena», lamenta Carmelo Suárez, propietario de un negocio de alquiler de coches y portavoz de una plataforma para salvar el turismo, que ha organizado una manifestación para el viernes.

«No estamos en contra de la migración, pero necesitan sitios específicos. Si una persona se gasta un dinero en venir, no quiere compartir hotel con un emigrante», añade.

En Puerto Rico, donde son pocos los locales abiertos, son cientos los jóvenes migrantes que matan las horas paseando por su playa y parques. Un centenar espera alrededor de una agencia de Western Union.

El ambiente está «muy tenso», opina Eliazar Hernández, camarero del restaurante Balcón Canario.

«Un cliente me dijo ayer: ‘Llevo cuatro días, he visto suficiente, me vuelvo a Alemania'», relata.

En el paseo marítimo, donde un termómetro marca 25 grados, tres jubilados escandinavos sin camiseta pasan junto a un grupo de adolescentes senegaleses cubiertos con sudaderas de capucha.

«Esto no me gusta, estamos en una isla pequeña», dice una británica ayudada de bastones, que rechaza dar su nombre.

En otra zona de Puerto Rico, sentado en un bar cerveza en mano, el sueco David Gustaffson se muestra ajeno al ruido que lo rodea. «He venido a pasar una semana, mi familia me pregunta por los refugiados, lo han visto por la tele, pero yo no los he visto».

«Quiero quedarme aquí»

Justo delante del grupo de jóvenes senegaleses, el enorme restaurante Terraza Gran Canaria, que emplea a 60 personas, está cerrado. Tres de sus trabajadores colocan varias pancartas. «DEP (descansa en paz) Hostelería», se lee dentro de una tumba en una de ellas.

«Los turistas están cancelando las vacaciones, tienen miedo y no vienen», dice uno de los empleados, Benaisa Mohamed, del enclave español de Melilla, en el norte de Marruecos, que recibe la aprobación de su compañero, Jimmy Camara, de Sierra Leona.

«Todos somos emigrantes, pero dejarlos así, libres, por la calle…», añade.

En la playa, el senegalés Aliou Gueye, una torre de 1,90 metros y 17 años, juega al fútbol con otros jóvenes: «Quiero quedarme aquí, me gusta y estoy aprendiendo español», dice.

© Agence France-Presse




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