Desde los tiempos de la Independencia, las Fuerzas Armadas siempre han desempeñado un papel determinante en la vida pública latino-americana y eso, a mi manera de ver, por dos razones fundamentales: en primer lugar porque a ellas les ha correspondido la importante tarea de garantizar la defensa del país y la seguridad interna  frente a eventuales movimientos promovidos por grupos étnicos diferentes pero miembros de la nueva entidad  nacional, y luego, porque en una sociedad poco homogénea  y tan fragmentada como la sociedad latino americana y con enorme diferencias sociales, las Fuerzas Armadas representaban una estructura organizada capaz de asegurar y tranquilizar el país.

Por otra parte, la jerarquía militar no era solamente una  corporación profesional fruto de un proceso selectivo despues de años de adiestramiento. Ella representaba una élite que se inspiraba en su proprio código de valores y que por eso se consideraba garante del prestigio nacional. A raíz de eso, asumió en el tiempo, funciones y prerrogativas siempre más importantes al extremo de considerar perfectamente normal  que los jefes militares ejercieran un rol predominante en la gestión de la “cosa pública” imponendo, en caso de necesidad, sus opiniones hasta con el uso de la fuerza, totalmente convencidos de que nadie más que ellos hubiera tutelado mejor los intereses del país. De esa creencia equivocada brota el poder que se han atribuido para aprobar o para interdecer en las decisiones de los gobernantes civiles y de los representantes políticos.

Claro está que el hecho de que la forma de gobierno de casi todos los países latino americanos fuera una forma de gobierno presidencialista, (por lo general copiada del  modelo estadounidense, pero sin los relativos contrapesos compensativos) ha enormemente facilitado el acceso al poder ejecutivo por parte de un caudillo militar, poder que por lo general siempre se ha caracterizado por una connatural intolerancia y por una innata tendencia a suplantar la autoridad de las instituciones, concentrando en sus manos todos los poderes. Y lo grave de esos altos representantes castrenses es que,  haciendo caso omiso de que las instituciones que presiden no han sido creadas para gobernar un país sino para garantizar la independencia y la soberanía de la Nación  y asegurar el mantenimento del orden interno, no solamente han adquirido el  falso convencimiento de ser poseedores de cualidades morales superiores, de ser los únicos honestos y de ser motivados por ideales mucho más altos que los líderes civiles  sino     –     y eso   me  parece  de  una   gravedad  inmensa  –   han logrado inculcar esa misma idea en la mentalidad de mucha gente.

Prueba de ese equivocado concepto, la hemos comprobado  hace veinte años cuando una Venezuela desesperada por tanta corrupción,  por tanta deshonestidad, por tanta falta de seguridad y por tantas promesas incumplidas, (absolutamente nada que ver con lo que esta sucediendo ahora) –   ha votado por un militar golpista Y así, ”la propensión hegemónica  ha contagiado al mundo civil con las consecuencias trágicas que esa patologia  conlleva.

Desde Italia – Paolo Montanari Tigri

 




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