“Protestar es negarnos a ser reducidos a cero y a que se nos imponga el silencio. Por tanto, en cada momento que alguien hace una protesta, por hacerla, se logra una pequeña victoria. El momento, aunque transcurra como cualquier otro momento, adquiere un cierto carácter indeleble. Se va y sin embargo dejó impresa su huella.” John Berger

La combinación de malestar, inconformidad, de pérdida de credibilidad en los mensajes del régimen, tan sólo ha incrementado la ausencia de esperanza respecto a la posibilidad de su cambio, en sentido positivo para la mayoría de la población, lo que conlleva a una profunda desesperanza, un gran desencanto y desconfianza, que se manifiesta en la generalizada frustración.

Pero ya no se pueden tapar tantas bocas ni cerrar tantas conciencias pues el reclamo es de toda una mayoría que no acepta más engaños ni fracturas como Nación, ahora la arrechera es sensatamente sentida, lo que nos recuerda aquella sentencia de Camus que expresaba que no es noble la rebelión por sí misma, sino por lo que exige.

Así las cosas, ya la mayoría de los venezolanos se cansó de esperar una adecuada respuesta a sus apremiantes necesidades, desde las más básicas hasta aquellas que le garanticen su supervivencia

La experiencia histórica nos indica que, al encauzar energías de los ciudadanos en conseguir objetivos perfectamente válidos y aceptados por la sociedad, la vía pacífica tiene más efectividad que la violenta en términos promedio. Sin embargo, no se puede descartar que el uso combinado de la perseverante y activa protesta junto a métodos preferentemente pacíficos, tal vez sea la estrategia óptima a seguir en estos tiempos en los cuales la mayoría de los venezolanos se cansó de esperar una adecuada respuesta a sus apremiantes necesidades, desde las más básicas hasta aquellas que le garanticen su supervivencia.

Clama con su voz celestial pero muy firme, la Conferencia Episcopal Venezolana: “Hoy es el momento de despertar de nuestra postración para despojarnos de todo vestigio de resignación, indiferencia o egoísmo. Generar conciencia de la propia dignidad humana y responsabilidad compartida. Levantarnos y caminar juntos para sembrar esperanza, actuar con decisión, cultivar valores y promover una forma de hacer política basada en el bien común y no en intereses particulares o en fines ideológicos…”

Y ese llamado lo ha escuchado un país que comprendió que abandonar esta irrenunciable lucha por apatía, desaliento o escepticismo, resulta peligroso, ya que supondría la entrega definitiva de una herramienta indispensable para labrar y lograr hacer fértil, la realidad que hoy nos ocupa.

Así las cosas, es tiempo de radicalizar el justo reclamo, de hacer de la calle el espacio donde fluya con fuerza esa acumulada indignación ante los atropellos y disparates de un régimen que hace aguas y pretende llevar al abismo a toda la Nación venezolana.

Una de las pocas maneras para que este régimen no se sienta que es intocable, es haciéndole sentir el peso de la ciudadanía ya que no sienten el peso de la ley, pues hace rato ellos la controlan; sin violencia, pero con determinación; sin tocarles pero sin dejarles respirar. Una hormiga no para un bus, pero llena de ronchas al que la conduce… Cuando la calle vuelva a convertirse en el lugar de lo político, poco espacio quedará para estos usurpadores y corruptos que pretenden continuar arruinando el futuro de la nación venezolana.

En fin de cuentas: la voz y las calles son las armas con las que realmente cuenta el ciudadano, y así las cosas… ¡Que no se calle la calle!

Manuel Barreto Hernaiz




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