Domingo de Ramos y el brillo del astro rey se pronuncia sobre la fila de los cerros del oriente. Temprano en la villa valenciana la palabra se hace prosa y la prosa canción en la inspiración que llega como brisa fresca hecha fragancia de viejos anhelos y aromas de amores compartidos. Es el despertar de la ciudad acompasando las existencias de quienes permanecen aquí arropados en el lecho de esta vieja dama de casi cinco siglos.

Es marzo, mes de Valencia y sus mujeres. Tiempo de nostalgias, de versos y besos, de comienzo de floración, de aves enamoradas y arreboles encendidos al caer la tarde, propicio para volver a encontrar los relatos escritos hace mucho por un prosista pastoreño o quizá algunos versos más recientes del algún trovador del Cabriales, en otra semana santa de rezos, de contriciones y alabanzas.

El sol va levantado y su luz arropa la caminata mañanera con un fulgor que ciega y calienta el alma con la musa encendida de quien espera mejores tiempos para su gente valenciana. Entonces la fe se erige en firmeza ante la duda y las ganas de amar derrotan interiormente al resentimiento y al odio. Es tiempo de hurgar adentro y abrir rendijas para que la claridad penetre e ilumine los más oscuros y recónditos rincones del espíritu.

Es el mes de cumpleaños de esta ciudad sitiada hoy por la pandemia. La que ama a sus hijos marchados en exilio de promesas y diáspora de sueños, la que promete en silencio acobijar en lo ancho de su valle y en la sabana que se abre al sur las ganas de superación de quienes persisten en la redención del país y en la superación de la tragedia hecha vida de muchos.

Y los rayos solares van quemando caras imberbes y sienes plateadas y un halo circular aparece furtivamente en el azul celeste del mediodía de la estación seca, alentando las ganas de florecer del Araguaney para mostrar que sigue reinando, aunque el bucare lo rete, el apamate lo desafíe y el flamboyán pretenda disputarle la floreada corona.

Sol de marzo que doras los cerros, que secas gargantas en faenas nobles y caminos transitados en cada época. Tomaré de ti el límpido escenario de azules, lilas y naranjas para dormir mi prosa en el atardecer, en este tiempo de pérdidas y ausencias, de reencuentros frustrados y de rezos de fe de quienes luchan por un mejor porvenir.

Hoy con pesar en nuestros corazones por la partida de seres queridos y el padecimiento de muchos buscaremos en el cerro las palmas y ramos para celebrar la vida, transitando el sendero tortuoso del dolor a la esperanza, del sufrimiento a la paz, para al final del día cantar con mis hijos y muchos más el vals “Hermosa Valenciana” contemplando la belleza de mi ciudad.

LUCIO HERRERA GUBAIRA.




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