Una República Civil y Democrática es la representación política e institucional de la nación expresada soberanamente en elecciones libres y limpias, en el marco de un Estado de Derecho, conforme a los principios de defensa, aseguramiento y desarrollo de los derechos del pueblo.

Las Fuerzas Armadas no sólo no están excluidas de la esencia de una República Civil y Democrática, sino que forman parte de la misma. No puede haber, en el caso de un país como el nuestro, una República Civil y Democrática sin Fuerzas Armadas.

Al menos en dos sentidos. Son las Fuerzas Armadas a quienes corresponde la defensa de la integridad territorial del país, y la reivindicación de la soberanía nacional ante amenazas foráneas de carácter militar o de índole similar.

Pero el otro sentido fundamental es consolidar y renovar su condición de institución profesional de la República, y no transmutarse en una entidad al servicio militante de una parcialidad política.

Todo ello se encuentra consagrado en la Doctrina Militar de la Constitución formalmente vigente. Pero como dice una vieja conseja: ni se acata ni se cumple.

Estas nociones básicas deben repetirse y proyectarse, por varios motivos. Aunque la realidad del poder establecido esté en las antípodas de la Doctrina Militar Constitucional, las referidas nociones no son nubes pasajeras sino fundamentos para un cambio efectivo hacia una República Civil y Democrática.

Así mismo, las Fuerzas Armadas son el género y la situación específica de las mismas, en el aquí y ahora de estos tiempos de catástrofe general, son la especie. No se debe renunciar al derecho de luchar por unas Fuerzas Armadas Constitucionales, y al mismo tiempo no se debe denunciar a todas las Fuerzas Armadas como una jungla de corrupción y represión popular.

Es cierto que la hegemonía despótica ha mancillado la dignidad de las Fuerzas Armadas en tanto institución profesional. También es cierto que no pocos sectores de uniforme han mancillado la dignidad de la nación, sobre todo en el desprecio de los derechos humanos, y en un afán depredador del patrimonio nacional. Todos sabemos que es así. Tanto víctimas como victimarios.

Eso nos debe impulsar a incluir a las Fuerzas Armadas como una parte primordial del cambio profundo, de raíz, radical; con justicia verdadera, sin impunidad, que el país necesita para abrir caminos a un futuro digno que nos haga sentir y vibrar el orgullo de pertenecer a nuestra patria.

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