Recién comenzado el gobierno de Hugo Chávez asistí medio coleado a una reunión en la oficina de un muy alto funcionario del Ministerio de Energía y Petróleo (aún, para nuestro alivio y cordura, no se usaba el sambenito de Poder Popular). Luego de las cortesías de rigor y las presentaciones se inició el intercambio de puntos de vista, pero lo que recuerdo con más nitidez es la solemnidad y el tono absoluto con que nuestro anfitrión pronunciaba la palabra Estado. Comenzaba por deslizar la “s”, como en “eso es competencia del Essstado”, terminaba martillando las dos últimas sílabas y luego lanzaba una mirada condescendiente a la audiencia, que éramos unas 6 o 7 personas, entre consultores y representantes de empresas. Como si se estuviera invocando a la Santa Madre Iglesia, o a alguna entidad con ese nivel de infalibilidad y sacralización, cuando se refería a las prerrogativas del Estado, a sus atribuciones, a su existencia misma, se percibía una carga de reverencia que no admitía medias tintas. El Estado era La Institución, con mayúscula, responsable del bienestar colectivo, de la felicidad de la gente, de distinguir el bien del mal, de separar a los puros de los contaminados, a los patriotas de los traidores y a los que están de este lado –su lado – de los que no. Era muy complicado argumentar con alguien que mostraba ese nivel de fe (que fuera honesta o no, es otra cosa), aunque se suponía que la reunión era, entre otras cosas, para conversar informal y libremente sobre PDVSA y sus funciones: una charla de café para intercambiar ideas y posiciones. Pero una vez que el obispo del gobierno hubo cantado la zona a nadie se le ocurrió decir, por ejemplo, que el Estado es una estructura sin cualidades supremas, y que al final del día no es sino la suma de unas instituciones con unos funcionarios (que pueden respetar o no las instituciones y las normas a su mejor –o peor- entender), y que las instancias oficiales son tan sagradas como puede serlo la gente que ocupa los puestos públicos. Tampoco se diría –por herético- que es mejor que el Estado sea pequeño y actúe ahí solo donde de verdad hace falta, porque del resto estorba ¿Sugerir que PDVSA debía tener independencia para hacer su trabajo y solo tendría que seguir lineamientos, entregar cuentas y dejar dividendos? Se encenderían las hogueras.

Terminó la reunión con más cortesías, y cada quien se fue a atender su negocio. Yo me quedé pensando en lo que venía. A todas luces, la identificación religiosa del alto oficial con su taita Estado escondía algo más que una simple devoción de servidor público (de autoridad, más bien). Se notaba entre todo un cierto deleite en el dominio sobre los contertulios, porque además de las reverencias hacia el sector oficial era obvia la posición de superioridad que tomaba cuando le hablaba al grupo, como diciendo “yo soy Estado y tú no”; “yo soy más venezolano que tú”. Y siempre el mensaje subyacente de “yo tengo poder”. Esa era la ideología dominante entre los chavistas que dirigían el proceso en la época, aunque también –como se vería después- el estatismo y la política de izquierda venían acompañados por el afán de mandar, el resentimiento hacia la vida y la carencia de escrúpulos.

La reunión fue hace hace 20 años. El alto funcionario ya no está, y su estructura ideológica tampoco, porque el chavismo dejó en el camino la poca ideología que tenía (si es que alguna vez tuvo alguna). La penetración del Estado en la sociedad venezolana se consumó hasta niveles inauditos, y el Estado que se pronunciaba alargando la “s” se convirtió en una corporación cuyas únicas reglas son las que hagan falta para que los que usurpan el poder se mantengan atornillados. Aquella institución impoluta, en las manos equivocadas, terminó asociada con terroristas y narcos y vendió el país al mejor postor. El Estado nunca es mejor que la gente que lo administra.

Cierro con una frase de Thomas Jefferson, que he citado antes y que debería estar en avisos, pancartas y tatuajes regados por toda Venezuela: “Un gobierno suficientemente grande para darte todo lo que quieres, es lo suficientemente fuerte para quitarte todo lo que tienes».




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