“El criterio de la verdad es que funciona incluso cuando nadie está preparado para reconocerlo”.

Ludwig von Mises.

Las libertades económicas, al ser irrefutablemente personales y connaturalmente individuales, sustentan por esencia al resto de las libertades: las colectivas, las ciudadanas y las políticas, es decir, la eliminación de las libertades económicas suprime por fuerza al resto de libertades, anula al individuo y lo limita a las decisiones del Estado, a quien se le transfiere la cualidad de escoger, de tomar decisiones y finalmente de aprehender la psicología de la economía, es decir, reforzar el concepto de que la economía es conducta, todo modelo que intente imponer una única verdad, una versión totalitaria de la realidad, comienza por desconocer las libertades individuales, y por ende suponer que los burócratas instalados en las butacas de los inoperantes ministerios de planificación pueden sustituir el carácter indiscutiblemente humano del mercado y su funcionamiento.

Es así como la planificación centralizada es el mecanismo mediante el cual los totalitarismos anacrónicos de izquierda intentan aproximarse a la economía, desconociendo que connaturalmente el socialismo es incompatible con el cálculo económico, de hecho, la escuela austriaca de la economía y su vector de acción de la praxiologia son respuestas contundentes a dos adefesios en el manejo del poder que son connaturalmente cercanos en malignidad, desprecio a la libertad y al individuo; me refiero al comunismo y al corporativismo fascista naturalmente gansteril y en esencia violador de los derechos humanos, de hecho, el fascismo es una mutación del colectivismo comunista, pues ambos modelos desprecian a la libertad económica y por ende al individuo, de hecho, el colectivismo que hipertrofia al Estado es absolutamente torpe y hosco en el manejo de la economía, se decanta hacia modelos de corte clientelar y corporativo que imponen un estado salvaje del individualismo, sin diques de contención marcado por las instituciones a las que se termina demoliendo.

La planificación centralizada es un mecanismo anacrónico, inviable, absolutamente inútil e incapaz de producir bienestar colectivo, en aras de promover justicia social (termino inexistente por inviable)  impone un marcado estado de desigualdad que se evidencia en la fractura del capital social, el pegamento de las sociedades, las cuales dejan de actuar de manera funcional, y en esencia se decantan hacia modelos inviables, en donde desaparece la confianza y la posibilidad de actuar de manera coherente, cohesiva y progresiva.

Venezuela decidió entregar sus libertades económicas a un caudillo de cara pintada, quien diera dos intentonas violentas y sangrientas de golpe de Estado, para luego emplear los medios de la democracia, y por la vía del voto de una sociedad sin pulso democrático, para secuestrar el poder durante veintitrés años, en esta revolución que es calificada por el académico Nelson Chitty la Roche como la “revolución de todos los fracasos y todos los errores”, un modelo revolucionario desprovisto de ideologías y solo promovido por intereses de corte crematísticos y pecuniarios que terminarían imponiendo un insoportable estado de cleptocracia abyecta y de desigualdad social, que los dejaría desnudos ante el mundo como un régimen para el mal y la perversidad, incapaz de producir bienestar y cuya razón de ser es permanecer en el poder a pesar de que el país arda cual una tropical tea troyana, hasta sus cimientos; así lo han reconocido sin ningún pudor o dique de contención moral que suponga algún amago de otredad hacia una población vapuleada, confundida y en diáspora, pero también una sociedad que no conforme con transferir sus libertades económicas, reforzaría de manera irresponsable los giros lingüísticos que imprimían un rigor absolutamente inaceptable en el ejercicio del poder, esa misma sociedad que sufre, que padece el hambre, el expolio impuesto por un país sin moneda y asimétricamente dolarizado, era aquella que a guisa de moderna Fuente Ovejuna toda en una, vitoreaban los atropellos de Chávez, con el grito frenético que nos lapidaría a todos por igual: “Así es que se gobierna”; llegamos a ser 95% de habitantes en situación de pobreza, haciendo imposible ser más pobres y míseros bajo esa frenética entrega de la libertad individual, el país es una madeja inviable, disfuncional, sin capacidad de mantener servicios públicos, con el síntoma visible cual queloide de una larga y horrida hiperinflación, una antigualla que define que sencillamente se hace todo lo contrario a los requerimientos de la ciencia económica para producir estabilidad y neguentropia, pues el régimen es estable en el caos. Igualmente ostentamos el récord de haber perdido el 80% de nuestro producto interno bruto sin que haya habido de un conflicto bélico o una catástrofe; el chavismo es más lesivo que cualquier guerra, e incluso más gravoso que un cataclismo natural.

Una sociedad que se entregó pasivamente a los intereses omnímodos de un caudillo con claros síntomas de mitomanía, y afectado por lo que los psiquiatras definen como locura moral, no podía esperar otro resultado, el chavismo fue desde sus inicios el onirismo de Casandra, una tea ardiente que premonitoriamente definiría este incendio colectivo y total, que arrasó con el país, o al menos con lo que conocíamos de él, dejando este escombro humeante al cual intentan hacer suntuosamente usable para la élite surgida de los ígneos propósitos de este modelo de dominación total. Quienes advertíamos este desenlace fuimos ignorados y hasta descalificados por quienes asumían posturas contrarias al copamiento chavista, siempre fuimos considerados augures del desastre, heraldos de la tragedia, pues convenía preparar el catre de Procusto, para amputar cualquier intento por ser diferente y por ende ser libres; la tiranía ahora obliga a quienes le adversaban a entrar en su catre de Procusto, pero no cercenan los miembros para que se ajusten al tamaño del horror, sencillamente compran las posturas, las tiñen de pragmatismo y bajo ese disfraz hacen potable que las praxis censurables del chavismo ostenten algún nivel de aceptación, es decir, dejamos de ser honestos con nuestras posturas y el totalitarismo copa la realidad.

Al transferir los derechos económicos aceptamos de facto la dominación total, además al permutar virtudes por vicios y dejarnos, como sociedad, ser seducidos a los fangos de la compra de lealtades y abandonamos la postura advertida por Norman Manea, quien señalaba que la honestidad es el enemigo del totalitarismo. Se puede ser deshonesto con nuestros principios cuando de manera abierta se coquetea con el horror y se aceptan, por intereses crematísticos, proxemias con los perpetradores de esta singular hecatombe en todos los órdenes de la vida colectiva.

Andamos desde hace rato por la senda del servilismo, bajo los derroteros de la fatal arrogancia, y desde el punto de vista de muchos colegas economistas, es absolutamente inoficioso hacer pronósticos o estimaciones econométricas bajo estas terribles hostilidades, que dejan sin efecto al imperio del método en estos feroces tiempos de innominalidad económica. Como sociedad debemos entender que el sufrimiento no tiene virtud, que no es plausible la miseria, ni la hueca heroicidad en medio de una sociedad sin remuneración condenada a la herrumbre de la herencia de estos lodos pastosos, concretados bajo los polvos de la indolencia de esta estafa.

Más allá de daño económico producido por el chavismo y abordado en este respetable medio en una columna intitulada “Una sociedad trabada en el pensamiento”, se debe procurar tener una noción del daño humano, histórico y moral producido en estos veintitrés años, una sociedad sin pulso moral puede ser abordada transversalmente por la gansterilidad instalada en el poder, buscando ratificaciones y validaciones de su delincuencial proceder, en la réplica de lo que es moralmente reprochable.

Finalmente, lo que debemos buscar en la hendidura como país es la posibilidad cierta de ser moralmente superiores al chavismo, honestos y decentes, para garantizar que las virtudes de la prudencia, la justicia, la templanza y la fortaleza, desplacen de los pedestales a los vicios de la ira, la corrupción, la adulación y la cleptocracia, que fueron instalados por este fracaso en el desarrollo histórico y social de nuestra historia.

   “Si la Historia pudiese enseñarnos algo, sería que la propiedad privada está inextricablemente unida con la civilización”

Ludwig von Mises




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