Los docentes universitarios formamos parte de las reservas morales con las que cuenta Venezuela para su transformación. A pesar del éxodo de profesores que busca una mejor calidad de vida en otros países, quienes seguimos apostando al país lo hacemos centrando nuestro accionar en llevar una educación de calidad a la juventud que formamos, con miras a que se conviertan en grandes profesionales, con las competencias necesarias para enfrentar con éxito un mundo global signado por el caos y la incertidumbre constante.

La tarea no resulta nada fácil. El sueldo de un docente universitario tiempo completo en universidades públicas no supera los 20 dólares mensuales y desde hace tiempo, se ha pretendido  llevar a nuestras casas de educación superior a un oscurantismo propio de la edad media. A esta realidad le sumamos la asfixia presupuestaria que viven las universidades nacionales, la violación de la autonomía y el deterioro acelerado de las plantas físicas. No todo ha sido responsabilidad del poder político. En algunos casos igualmente hemos visto autoridades complacientes, sin visión de futuro e incapaces de reactivar parques tecnológicos que les conlleven a fortalecer alianzas con la empresa privada y, por ende, generar recursos propios para paliar la severa crisis que enfrentamos.

Más allá de este panorama poco alentador, observamos a nuestros profesores universitarios dando lo mejor de sí, a una juventud que exige a gritos que quienes los forman, además de los conocimientos propios de la disciplina, les transmitan esperanza, fortaleza, solidaridad y fe, elementos necesarios para fortalecer a los chamos y chamas que están llamados a erigirse como un monolito fuerte en valores, íntegros y críticos, cuyas decisiones, en especial las políticas, se vean reflejadas a mediano plazo y que estén en sintonía con la paz, el amor, el respeto y la vida en democracia.

En este sentido y en el marco de la conmemoración del Día del Profesor Universitario, quienes fuimos llamados a este apostolado desde las aulas, debemos asumir el compromiso con una educación de vanguardia que asuma los retos de la tecnología, sin descuidar la humanidad que debe caracterizarnos en estos tiempos de tanta ansiedad y crisis mundial. En otras palabras, debemos comprometernos con el planeta tierra, con nuestros entornos cercanos, nuestras realidades e insistir en la consolidación de valores como la solidaridad, para evitar el colapso que pronostican algunos filósofos contemporáneos.

Tenemos en nuestras manos una gran responsabilidad. Para ello también se hace urgente cambiar paradigmas educativos alejados del modelo conductista que pretendió seres obedientes, alienados y patriarcales. Para enfrentar con éxito el contexto venezolano, el mundo actual y  la hiperrealidad de Tik Tok,  se hace urgente romper estructuras de poder, entrar en un nuevo “estado de consciencia” como diría Moran, que nos permita reconocer al estudiante como un par, al que debemos invitar a navegar en el mar de la reflexividad, criticidad, creatividad y respeto a la diversidad religiosa, política, étnica, racial y sexual. De esta manera, reconocerá la relevancia de profundizar en valores, demostrando así que la naturaleza humana no es la maldad, sino que el hombre nace como un ser bueno y debemos mantenernos en ese camino.




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