El cuerpo fue sacado en procesión por los alrededores de la plaza Bolívar. (Foto cortesía Jacinto Oliveros).

Valencia despidió este viernes con honores y en medio de una masiva concurrencia, a su III arzobispo, monseñor Reinaldo Del Prette Lissot, cuyo cuerpo ya reposa en la capilla de Nuestra Señora del Socorro, en la catedral, como fueron sus deseos.

Quienes asistieron a la ceremonia coincidían en señalar que difícilmente sea olvidado en esta ciudad, el arzobispo, por la alegría que siempre lo caracterizó.

La misa exequial concelebrada que se realizó en su honor, estuvo presidida por el cardenal Baltazar Porras, obispo de Mérida y administrador apostólico de la Diócesis de Caracas; acompañado por monseñor Ignazio Ceffalia, encargado de Negocios de la Nunciatura Apostólica: monseñor Saúl Figueroa, obispo de Puerto Cabello y administrador apostólico de la Arquidiócesis de Valencia; monseñor Raúl Biord, obispo de la Guaira y secretario general de la Conferencia Episcopal Venezolana: otros 25 obispos provenientes de distintos sitios del país y representantes de la iglesia ortodoxa oriental.

El cardenal Baltazar Porras presidió la ceremonia. (Foto cotesía Jacinto Oliveros).

También asistieron 170 sacerdotes, una buena cantidad de seminaristas; el gobernador del estado, Rafael Lacava; el alcalde de Valencia, Julio Fuenmayor; la rectora de la UC, Jessy Divo; el alcalde de San Diego; León Jurado; y los exalcaldes de ese municipio Enzo Scarano y Rosa de Scarano, entre otras personas.

Antes de comenzar la misa se dio lectura a una nota de condolencias por la muerte de monseñor Del Prette, que envió el papa Francisco, firmada por el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado de la Santa Sede.

Saliendo en procesión de la catedral. (Foto cortesia Jacinto Oliveros).

Durante su homilía, el cardenal Porras expresó que sentimientos encontrados, de dolor y pena por la muerte de un ser querido y admirado, por una parte, y de agradecimiento profundo por haberse compenetrado con su pueblo, se unen en estos momentos en los que se despiden los restos mortales del arzobispo valenciano.

Manifestó que su lema episcopal “Servir al señor con alegría”, fue el mejor gancho para estar al lado de todos sin distingos.

Refirió que el arzobispo atendía y recibía por igual a ricos y pobres, letrados e ignorantes, jóvenes o ancianos, gente de la ciudad, de las urbanizaciones, los suburbios o los pueblos del interior. En cualquier ambiente se sentía a gusto, compartía sin ponerle límites al tiempo, derrochando su saber de lo humano y lo divino que hacía atractivo su hablar. En sus alforjas había acumulado la experiencia humana, la paciencia y la constancia que llevan a la virtud y al bien.

Los sacerdotes con el féretro en la capilla de la virgen. (Foto cortesía Jacinto Oliveros).

“En quienes nos sentimos sus hermanos, en la cercanía espiritual más que en la física, se forjó una amistad que nos enriquecía en la multiplicidad de encuentros y consultas. Su saber y pericia en el manejo del derecho canónico, del que tenía dominio y perspicacia, se conjugaba con los ratos de ocio en el que disfrutábamos de su memoria en varias disciplinas deportivas que deleitaba con fácil humor a quienes no tenían conocimiento de la materia”.

Subrayó que su amor a la Iglesia y fidelidad al Papa fueron norte de su vida. Tuvo conciencia de la herencia que recibió de sus inmediatos predecesores, monseñor Luis Eduardo Henríquez, su maestro y mentor, y el cardenal Jorge Urosa, con quien compartió responsabilidades ministeriales. Las mejores intuiciones y realizaciones de ellos, encontraron en él un seguidor para multiplicar los frutos acumulados.

Tres rosas blancas para el arzobispo. (Foto cortesía Jacinto Oliveros).

Dijo  que en esta última etapa de su vida terrenal, cadenciada por los padecimientos del COVID y luego del cáncer, y pese a las limitaciones propias de la enfermedad, derrochaba serenidad de espíritu, con conciencia clara de lo que le impedía trabajar como siempre, pero sin dejar de atender, estar pendiente de su rol de pastor, ofreciendo al Señor, a la Virgen del Socorro, al Dr. José Gregorio Hernández y a monseñor Salvador Montes de Oca, sus males. No faltaron nunca su sonrisa y hospitalidad.

El cardenal comentó  que el Día de la Virgen del Socorro, después de la misa, junto a varios obispos lo fue a visitar a la clínica. Con aplomo y plena conciencia le manifestó la intensidad de los dolores que sentía, y el no ver el futuro con la esperanza que tenía antes. Todo ello con sencillez y un estar en las manos de Dios.

El inicio de la procesión. (Foto cortesía Jacinto Oliveros).

“Sus palabras finales para conmigo las recibí como una despedida, con lágrimas contenidas. No me queda, en lo personal, sino agradecer su testimonio y ejemplo de fe confiada. La Virgen Santísima lo premió llevándolo a la casa del Padre en su fiesta de la presentación para presentarlo como ofrenda agradable a la Santísima Trinidad”.

Antes de finalizar los oficios religiosos, tomó la palabra monseñor José Jiménez, vicario general de la arquidiócesis, quien quiso homenajear a quien fuera su pastor y guía como arzobispo de Valencia por más de 15 años.

“Sentimientos que nos embargan a todos y en cada uno de los que nos encontramos ante el cuerpo mortal de nuestro pastor y hermano Reinaldo”.

Agradeció a los sacerdotes y comunidades eclesiales, por sus oraciones por la salud de monseñor.

HONORES

Una vez concluida la misa los miembros del clero y feligreses, salieron en procesión por los alrededores de la plaza Bolívar, con el féretro, tal como se acostumbra en el ritual por fallecimiento de un obispo.

El área donde fueron inhumados los restos. (Foto Jacinto Oliveros).

Después del recorrido entraron de nuevo a la catedral, y en medio de aplausos, el féretro fue llevado directo a la capilla de Nuestra Señora del Socorro para darle cristiana sepultura.

Antes que bajaran el ataúd, representantes de la Fuerza Armada le rindió honores con un toque de oración, y posteriormente se hicieron 15 ráfagas de disparos de salva.

Un familiar del arzobispo puso sobre el féretro tres rosas blancas. El cardenal Porras y monseñor Figueroa, cumplieron con los oficios religiosos, y se procedió a bajar el ataúd, para luego sellar el área.

 

 

 




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